|
||||||||||
Colombia Re-pensando a la mujer afro Juliana Gómez La historia latinoamericana ha sido escrita y construida desde una mirada hegemónica que ha invisibilizado, entre otros, los procesos de las comunidades afrodescendientes. Este ha sido el caso de las comunidades negras que se ubican en la costa atlántica colombiana. Su proceso de reivindicación no sólo se enfrenta con el dominio tradicional, es decir el poder estatal y los intereses de las trasnacionales; también se inscribe en dinámicas y conflictos interétnicos, con grupos que han reafirmado sus derechos ancestrales vía procesos políticos y organizativos de larga trayectoria como los indígenas y los consejos comunitarios de la costa pacífica colombiana. El Consejo Comunitario de la Sierra, el Cruce y la Estación (Conesice), ubicado en el departamento del Cesar, en el municipio de Chiriguaná, Colombia, ha emprendido una lucha por la defensa del territorio, específicamente contra la minera que ubica parte del territorio en uno de los más importantes corredores para la explotación en el país. Esta coyuntura ha permitido fortalecer el proceso organizativo del Conesice y con ello se ha dado espacio para repensar las relaciones de género y cuestionar comportamientos propios de una sociedad radicalmente patriarcal. Así entonces, en octubre del 2013 surgen las cajas de ahorro de mujeres y, posteriormente, el Comité de Mujeres del Conesice como iniciativa que deviene del intercambio cultural con algunas mujeres indígenas inza, en el Cauca colombiano. Esta experiencia ha permitido construir estrategias fundamentadas en la economía solidaria. Las cajas de ahorro nacen con la idea de construir espacios colectivos que generen, de alguna manera, un ingreso para la contribución de las mujeres con los gastos de la economía familiar, mejorar sus condiciones de vida y responder a los intereses particulares de cada una de ellas. Sin embargo, más allá del ejercicio de pensar en otras formas de subsistencia y subvertir el orden impuesto por la economía capitalista, fundamentada en los principios de acumulación y competencia, las cajas de ahorro se han construido como un espacio femenino que se inscribe en una cotidianidad particular. Allí no sólo se tejen relaciones basadas en la vecindad, en el mirarse diario y en la confianza que genera la circulación transparente del recurso económico, sino que además transforma la rutina de cada una de las mujeres que asiste a un espacio propio, en el que, por medio de la palabra y el compartir, se genera la posibilidad de pensarse a sí mismas, a las otras, a los otros y al nosotros. Actualmente hay 60 mujeres participando de manera activa en seis cajas. Algunas de ellas son líderes que hacen parte de la junta directiva del Consejo Comunitario, otras son madres cabeza de familia, otras son amas de casa y otras son mujeres solteras. Son mujeres con personalidades, roles sociales y experiencias diversas que, al encontrarse quincenalmente, construyen un espacio autónomo de diálogo y confianza en el que comparten experiencias, donde pueden reflexionar sobre sí mismas como agentes de la toma de decisiones de la vida familiar y del proceso de organización política que implica el Consejo Comunitario. En este sentido es importante resaltar que, aunque la experiencia de las cajas de ahorro lleva apenas un año, es uno de los trabajos más importantes dentro del proceso organizativo del Consejo Comunitario. Ha visibilizado a las mujeres que hacen parte de la comunidad, les ha permitido reafirmar su auto reconocimiento como mujeres afro y las ha llevado a participar de manera más o menos activa en los espacios públicos; bien sea a partir de asambleas, comités, cargos políticos o en el desarrollo de tareas que buscan el bienestar colectivo de la comunidad. Lo que en principio fue interpretado por los compañeros de las mujeres como una postura amenazante, ya que la independencia económica representaba un factor de cambio en las relaciones de género, hoy es una iniciativa reconocida no solamente por las mujeres, sino por sus compañeros y la comunidad. finalmente, la experiencia de las cajas de ahorro de mujeres ha transformado la manera de tomar decisiones y distribuir funciones, tanto en el espacio doméstico como en los públicos. Ha contribuido de manera importante al reconocimiento de las mujeres no sólo por su condición de género, sino también por su negritud, dos elementos fundamentales en la construcción de su subjetividad.
Perú La esclavitud africana Maribel Arrelucea Barrantes Historiadora peruana, autora del libro Replanteando la esclavitud. Estudios de etnicidad y género en Lima borbónica, Lima, CEDET, ed. 2009
Las historias locales de la esclavitud en América Latina forman parte de la expansión y transformación del capitalismo. En espacios densamente poblados por indígenas como los Andes centrales y México se organizó la producción bajo diversas modalidades de mano de obra, como la encomienda, la mita y el trabajo libre. De allí que la esclavitud no tuvo una presencia importante, excepto en algunas regiones donde existían plantaciones, haciendas y, especialmente, en las ciudades donde fue usada más como mano de obra doméstica, jornalera y símbolo de prestigio. En otros espacios, en cambio, la mano de obra africana fue preponderante como en Brasil y el Caribe mientras que en zonas como Chile tuvo un peso mucho menor. En sociedades esclavistas como Cuba y Brasil, importaron grandes cantidades de africanos esclavizados hasta la última década del siglo XIX. En cambio, en Chile y Argentina para el siglo XIX eran pocos, la esclavitud había perdido peso como mano de obra y como grupo demográfico. La esclavitud tuvo un auge temprano en la región latinoamericana, pero para el siglo XVIII disminuyó notoriamente. En ese mismo siglo, en Perú fue una mano de obra importante en la costa del Pacifico y su capital Lima para disminuir en el siglo siguiente. Estas oscilaciones temporales desde el siglo XVI hasta el XIX evidencian los ritmos diferentes de la esclavitud y la trata negrera, las evoluciones en los modelos económicos y el peso demográfico social y cultural que fueron adquiriendo los africanos y sus descendientes.
Perú es más conocido por su población indígena y el pasado inca. Sin embargo, también tiene población afrodescendiente en la costa y algunas zonas andinas. La notoria disminución de los indígenas durante el siglo XVI alteró la disponibilidad de mano de obra nativa en las regiones costeras, siendo reemplazada por esclavos. En cambio, en las zonas de altura y valles la numerosa población indígena abasteció a las minas, haciendas, obrajes, talleres y otros espacios de producción. En ese escenario, la esclavitud fue secundaria frente a otras formas de trabajo y se focalizó en la costa del Pacífico, asociada más a la economía exportadora, especialmente a la producción de caña de azúcar y a los cultivos locales. También se concentró en las ciudades costeras y en menor medida en las del interior, respondiendo a una fuerte demanda de trabajo doméstico, artesanal y a jornal. Estos son los espacios donde actualmente vive la población afroperuana.
En contraste, en Lima, la capital del virreinato peruano, la esclavitud tuvo más importancia ya que fue empleada en la producción, comercio y servicios; de allí que la posesión de esclavos fue muy extendida tanto en la elite como en los sectores medios y bajos, incluyendo indígenas y africanos libertos. Estas diferencias regionales y locales produjeron diversas modalidades de control de la mano de obra, relaciones con los amos, resistencias y adaptaciones cotidianas. Las condiciones materiales de subsistencia en algunas haciendas, trapiches, talleres, obrajes, casas y panaderías fueron similares a la economía de plantación donde los esclavos vivieron bajo castigos continuos, una severa vigilancia y encierro. Estos lugares requerían una mano de obra indiferenciada y disciplinada donde un esclavo debía ser un instrumento de producción. En el caso del servicio doméstico, al ser pocos esclavos para desempeñar muchas labores, la tendencia fue la sobreexplotación, a diferencia de los propietarios de la elite, quienes a medida que poseían numerosos esclavos, reducían las tareas de cada uno. La esclavitud convivió con otras formas de trabajo, lo cual permitió la interacción entre trabajadores de distintas castas y condiciones. Domésticos y jornaleros enfrentaron un trabajo cotidiano sin muros, encierro ni control absoluto, lo cual obligó a reconfigurar las relaciones de poder y el trabajo esclavo. Además, la cercanía cotidiana generó afectos y amores. Las mezclas étnicas fueron denominadas “mulato”, “zambo”, “salta atrás”. Para nosotros son términos curiosos y hasta graciosos, pero en la época colonial fueron de gran importancia.
A lo largo del tiempo, los africanos esclavizados, hombres y mujeres, hicieron un enorme esfuerzo para relativizar la esclavitud, flexibilizando las normas y convirtiendo las concesiones cotidianas en derechos. El derecho hispano consideró al esclavo africano como una mercancía y persona con alma al mismo tiempo, de tal manera que se fijaron derechos tales como la libertad (donada o comprada) y la integridad física-moral. Las leyes permitían la auto-compra, la posibilidad de litigar cuando el castigo era excesivo (sevicia física) o por relaciones sexuales con promesa de libertad (sevicia espiritual). La Iglesia por su parte, mantuvo una política constante de protección y defensa de los sacramentos. Los esclavizados aprovecharon para bautizar a sus hijos, defender el matrimonio y la familia, porque no podían ser vendidos fuera de sus lugares de residencia, quejarse por maltrato o sevicia, sabiendo que los sacerdotes amonestarían a sus amos. También se inscribieron en las cofradías cambiando sus roles hacia la asistencia social y la construcción de un honor popular esclavo.
|