) Si en el pasado se habló de fallas
del Estado que obligaban
a su reforma (sobredimensión de su aparato productivo; rentismo y corrupción; eficiencia sometida a la dictadura del capricho político de corto plazo, etcétera), ahora tendríamos que poner en el centro de ese inventario de fallas la incapacidad del Estado para generar visiones de futuro y de conjunto, así como para articular intereses encontrados y forjar una voluntad cooperativa y realmente mayoritaria, validable democráticamente, para recuperar el desarrollo como proyecto histórico. Sólo así, el Estado estará en condiciones de actuar por fuera y por encima del mercado para corregir sus fallas más aparentes y nocivas para el crecimiento y la equidad.
Sus propias fallas, hoy magnificadas por la obsesión con el Estado mínimo, habrán de enfrentarse y superarse recuperando la esencia deliberativa de la democracia, también otorgando a la participación social la centralidad mínima necesaria para que deje de ser testimonial. Las del mercado, convertidas en grietas profundas como resultado de la forma en que tuvo lugar la apertura y en general el cambio estructural de fin de siglo, no pueden ser superadas por el mercado mismo, por más abierto que se le imagine. Exigen políticas y acciones reguladoras de fondo, desde el mundo laboral al de las finanzas y la organización industrial, dejadas a su suerte con cargo a una ilusoria, en realidad corrosiva, autorregulación
.
E) El Estado no se ha mostrado sensible a las señales del mundo desigual. En la práctica se impone la visión de las élites más atrincheradas en la defensa del privilegio, y es por eso que la estabilidad financiera de la macroeconomía se vuelve dogma y verdad única. Es por esto también que en los hechos se entiende como tarea de Estado la contención del crecimiento en aras de una estabilidad estancadora y al final de cuentas desestabilizadora de la dinámica económica real. Sin superar esta grieta política y conceptual no pueden concebirse ni diseñarse las políticas de largo plazo que reclama la agenda del desarrollo.
F) De aquí la pertinencia de un nuevo curso que emane del reconocimiento de la sociedad desigual que es México. Por esto es que, más allá de la economía, en donde hay que buscar la clave para superar las circunstancia presente es en la matriz de valores que ha articulado y articula las prácticas de la política del poder y las creencias de la economía. Es ahí donde se reproduce la sociedad desigual, y la pobreza masiva se vuelve cultura.
Tan a largo plazo como se quiera y pueda, es en un cambio progresivo de algunos de los valores básicos que han producido esta sociedad y esta economía altamente insensibles a la desigualdad, donde podrá encontrarse el hilo para salir del laberinto marcado por la persistencia de la desigualdad. De aquí también la urgencia de poner en acto una nueva pedagogía nacional, republicana y comprometida a fondo con la equidad. De esta reforma, orientada a hacer del Estado un verdadero Estado social, pueden surgir nuevas formas de articulación y cohesión sociales, así como estímulos positivos para reformar las reformas hechas en la economía y la política.
G) Al poner en el centro lo social, se reivindica el papel estratégico del mercado interno, del empleo y del crecimiento económico. Lo ético y lo político podrían darse la mano con lo económico, cuya transformación fue presentada como un sustituto eficiente de los valores públicos, de la concertación política y de los sentimientos morales de la sociedad. Hoy, a casi 30 años de que se iniciara el cambio estructural globalizador, debería ser evidente la urgente necesidad de otro cambio, más que estructural intelectual y moral.
Los esfuerzos empeñados para superar la pobreza y la desigualdad deben ser centrales para la gobernabilidad, que se quiere democrática, y la sobrevivencia de los estados nacionales. Por ello es que, a pesar de que a primera vista se trata de tópicos que suman esfuerzos, la experiencia y los datos indican que se trata de un acuerdo epidérmico que tiende a relegar y trivializar la política social. Superar nuestro estancamiento desigual
supone adaptar nuevas visiones que determinen, productivamente, el contenido y el destino de nuestro desarrollo nacional. Apostar por articular nuestra evolución política en torno a la triada virtuosa de desarrollo, democracia e igualdad nos debe llevar a que éstos sean no sólo un componente indisoluble y central de las políticas públicas, sino de una política de Estado que pueda demostrarse efectivamente democrática.
Nacionalizar la globalización y socializar la democracia puede ser la fórmula para una agenda frente y contra la pobreza y la desigualdad. Tal debe ser el núcleo duro del compromiso nacional que el país reclama.
* Intervención en el 20 Congreso Nacional de Economistas, 26 de septiembre de 2014