Opinión
Ver día anteriorLunes 6 de octubre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El trabajo estúpido
E

n Walden (1854) Thoreau escribía: Creo que la caída del campesino al convertirse en obrero es tan grande como la del hombre al convertirse en campesino. Suena terrible, pero más es el hecho contemporáneo de que el obrero a su vez degeneró en empleado eventual (el poder prefiere generar empleos que respetar los derechos laborales o agrarios, por ejemplo), y cada día más las empresas y corporaciones promueven el funcionamiento automático, en aislamiento aún en equipo, vacío, entre los empleados de cualquier nivel, desde el que pica piedra o barre al que realiza cálculos y procedimientos sofisticados que exigen alta educación. Esto se considera funcional para la necesidad, muy del capitalismo, de mantener la marcha del sistema aún donde desafía la lógica y todo instinto de conservación animal o humano.

Los analistas y asesores empresariales más serios comienzan a manifestar preocupación ante la inercia creciente de este proceso. Fuerte impacto en su medio tuvo cierto ensayo que plantea críticamente una teoría basada en la estupidez de las organizaciones, del catedrático sueco Mats Alversson y el inglés Andre Spice (A Stupidity-Based Theory of Organizations, Journal of Management, 49:7, noviembre de 2012). Las ondas expansivas de la inquietud alcanzaron al grupo español de asesoría empresarial Inspiring Benefits, en cuyo blog Isabel del Río Soria ofreció, con notable repercusión, una reseña comprehensiva del bien fundamentado artículo de Alversson y Spicer.

La estupidez funcional, refiere Soria del Río, es una forma de gestión promovida por las organizaciones que consiste en eliminar la reflexión crítica de los trabajadores y hacer que estos se centren en sus tareas con cierto entusiasmo y no cuestionen ni reflexionen. Según sus autores, la estupidez funcional surge de la interacción entre la falta de voluntad y la incapacidad para comprometerse con la reflexión. Es decir, un cierre parcial de la mente, la congelación del esfuerzo intelectual, un enfoque reducido y la ausencia de solicitudes de justificación.

¿Es beneficioso para las empresas? se preguntan todos: Curiosamente, esta forma de gestión permite que funcionen mejor y sean más operativas. Para los autores del estudio, pareciera que las empresas fomentan tal stupidity management, porque a corto plazo resulta productivo. Obrar así permite a quien ejerce el poder no detenerse en explicaciones y suele conseguir que las compañías funcionen en su día a día.

Alversson y Spicer muestran cómo la estupidez funcional coexiste con la buena praxis organizacional y es capaz de presentar beneficios a corto plazo, tanto para las organizaciones como para los individuos. No obstante, les parece perjudicial a mediano y largo plazo; la califican de aberrante. Las empresas que aplican dicha forma de gestión están jugando con un arma de doble filo: al hacer que los trabajadores se concentren solamente en sus respectivas tareas corren el riesgo de que estos profesionales no identifiquen los problemas internos de la compañía o que, pese a conocerlos, no se impliquen en corregirlos pues no los sienten como propios.

La estupidez funcional según Alvesson y Spicer, se basa, entre otras cosas, en la economía de persuasión, que supone manipulación, control, bloqueo de la comunicación y el ejercicio de poder y autolimita la reflexión. Explican que –resume Soria del Río– los líderes de las empresas no quieren que los trabajadores piensen demasiado profunda y críticamente acerca de las cosas, porque esto lleva su tiempo, puede crear conflictos, amenazar a las jerarquías establecidas y, a menudo, conducir a puntos de vista divergentes. Todo esto es visto como muy ineficiente en el corto plazo. Así que para que el trabajo se haga bien y para que dejen de sacudir las estructuras de poder, bloquean la acción comunicativa.

Obviamente, tal gestión impone una peligrosa paradoja, pues la reflexión crítica es fundamental para superar y prevenir las crisis; la no reflexión, y la exclusión de esa práctica tan saludable que fomenta relaciones sin fricciones y proporciona un sentimiento de confianza y seguridad, mata a la larga el conocimiento, la creatividad, y proporciona estrechez de miras.

Viendo la forma en que funcionan hoy las empresas que por encima de los Estados nacionales dominan al mundo y su mercado laboral, no parece haber lugar para el optimismo. Las inmensas industrias extractivas, el sistema financiero global, la producción y venta de armas, la guerra como negocio infalible a cualquier plazo, la acumulación territorial, el despojo a los pueblos, la prostitución de las constituciones nacionales y todas las demás tareas (suicidas, diría uno) del capitalismo avanzado (en el sentido que le daba Joseph Conrad) parecen necesitar de esta progresiva estupidización y degradación del trabajo, apoyados por las cajas idiotas de nuestros espacios cotidianos. Es la esclavitud por otros medios.