on mi despiste habitual –afortunadamente no para los asuntos profesionales– no recordaba la edad de La Jornada ni tampoco la del despacho. De la primera me enteré por la lectura que hago todos los días en el desayuno, que comparto con la de El País, y la del bufete De Buen por la celebración de 60 años de haberse iniciado, al principio con otros nombres y socios, pero al final con el que nos identifica. Gracias a mis hijos Carlos, Claudia y Leonora se celebró el aniversario hace unos días.
Mi primera relación con Carlos Payán y Carmen Lira fue profesional, por un problema laboral que tuvieron y se resolvió sin demasiadas gestiones. Pero iniciada la vida del periódico, Carlos y Carmen me pidieron una colaboración que sería semanal, como lo fue por muchos años y, además, una asesoría legal. Acepté de mil amores.
Uno de los primeros problemas que tuvimos fue la iniciativa de los trabajadores de reclamar la firma de un contrato colectivo de trabajo, previa la formación del sindicato. Así conocí a Bulmaro Castellanos, más identificado por Magú, admirable dibujante que ejercía de secretario general y lo hacía espléndidamente bien. Tuvimos muchos encuentros y me parece recordar que fue gracias a Carlos Payán, en una intervención oportuna, que se llegó a una solución.
Eran los tiempos en que Miguel Ángel Granados Chapa escribía artículos inolvidables que fueron formando el prestigio del periódico, con muchas otras colaboraciones también importantes.
Reconozco que el periodismo me viene de antiguo. Mi abuelo bisabuelo Fernando Lozano, que usaba el seudónimo de Demófilo, publicaba, desde mediados del siglo XIX, un periódico denominado nada menos que Las dominicales del libre pensamiento, por supuesto que en una radical actitud librepensadora que a la Iglesia católica le hacía muy poca gracia. A Las dominicales se incorporó poco después el joven biólogo Odón de Buen, que sería luego el oceanógrafo más importante inclusive en el orden mundial.
Curiosamente Odón de Buen se casó con Rafaela Lozano Rey, hija de Fernando Lozano. Su primer hijo, mi padre, fue registrado como Demófilo de Buen Lozano. Años después se le ocurrió casarse con Paz Lozano Rey, hermana de su madre, a lo que hubo cierta oposición familiar, particularmente entre las dos hermanas. Fue, por supuesto, un matrimonio sólo civil. Sus consecuencias fueron extraordinarias en la integración familiar, ya que los hermanos de mi padre fueron también mis primos y sus hijos, primos y sobrinos.
Pero lo importante es que el periodismo quedó como una herencia principal, de tal manera que mi incorporación al gremio no fue casual, aunque tampoco premeditada.
Desde hace muchos años, escribir mi colaboración para La Jornada ha constituido una ocupación principal, ahora cada dos semanas, y confieso que muchas veces me enfrento a la computadora sin tener la menor idea de lo que voy a tratar. Afortunadamente, desde ese punto de vista, la actual situación de México proporciona material de sobra, aunque me temo que no del todo satisfactorio.
Desde hace muchos años he pensado publicar un libro que reúna mis artículos, cuyas copias tengo archivadas, por supuesto, pero se trata de un trabajo complicado que requerirá, en su caso, una cierta capacidad de elección, y el hecho es que no me he atrevido a intentarlo. Algún día.
Acabo de escribir mis memorias, que ya están en la imprenta, la misma que publica las múltiples ediciones de mi Derecho del trabajo y del Derecho procesal del trabajo, entre otros, pero no estaría mal que me animara a integrar mis colaboraciones en este maravilloso periódico, por el que tanto debo a Carlos Payán y a Carmen Lira.
Trataré de hacerlo.