e preocupa profundamente el derrotero que va siguiendo el proceso de selección de los nuevos consejeros generales de los institutos u órganos electorales locales (Oples). Pareciera que los consejeros se han metido en un embrollado laberinto del que ahora no saben cómo salir airosos.
La forma de elección de los 18 consejos de los Oples no ha sido el mejor. Prometió ser objetiva, transparente y sin injerencia notable de los partidos políticos, pero el derrotero que lleva va en sentido contrario. El riesgo de los nuevos consejos será que todos cambien para que todo siga igual. El riesgo para el país es tener nuevamente órganos electorales cuestionados, manipulados y vulnerables ante los poderes fácticos locales.
El ofrecimiento de Lorenzo Córdova de fortalecer los Oples con autonomía y gravitación parece palidecer. La oferta lanzada a los medios de que se iniciaría la gran transformación de los institutos electorales del país está a punto de desmoronarse. Desde la convocatoria, los dados se cargaron hacia aspirantes que dominaran a plenitud la técnica electoral, es decir, en los servidores electorales. Éstos se concentran en tres ámbitos: los antiguos institutos electorales, el Instituto Nacional Electoral (INE) y los tribunales electorales. El examen de conocimiento, lamentablemente, fue muy técnico. En ese sentido, los primeros resultados fueron del todo desconcertantes. Muchos de los mejores aspirantes quedaron fuera en la primera etapa del examen. Permanecieron no los mejor preparados ni más aptos para el cargo, sino los mejor informados en los procedimientos electorales, es decir, en su mayoría los profesionales y servidores electorales de tiempo completo. Salvo casos contados, la sociedad civil y la academia quedaron excluidas.
La reforma electoral en México fue fruto de un pacto político entre los principales actores del país. Muchos la han criticado de mala, incompleta y moneda de cambio que facilitó las otras grandes reformas, en especial la energética. Lo cierto es que la reforma política de 2013 implicó nuevas atribuciones al INE, en la que los institutos locales estuvieron a punto de desaparecer, debido a las constantes críticas de los ciudadanos por ser vulnerables, sujetos a la intervención de poderes locales y a las presiones de los gobernadores, medios y partidos. Sin embargo, su permanencia ahora puede resultar un ejercicio híbrido, porque se reproduce el modelo IFE-INE. La conformación de los consejos no necesariamente va a fortalecer su liderazgo local y éstos corren el riesgo de pasar de la subordinación de los gobernadores a la subordinación del consejo general del INE.
En los estados, la elección de los consejeros locales es inédita, pues la clase política local ha perdido el control y el protagonismo del proceso. Muchos actores se muestran desconcertados e impacientes. Tienen que negociar por medio de sus dirigencias los nombres y perfiles que más les convienen. El peso y las presiones ahora recaen en los consejeros generales del INE. Se perciben ya jaloneos políticos y decisiones que salen de la supuesta lógica objetiva que habían prometido. El episodio de la valoración curricular es un ejemplo inquietante, pues los consejeros nacionales tuvieron que dar marcha atrás no sólo por la amenaza de los recursos interpuestos por aspirantes agraviados, sino porque el método de selección fue muy pobre y hasta discrecional. El PRD interpuso una querella en el tribunal, en la que demanda la explicitación de criterios en el ejercicio de selección de la etapa valoración curricular
y la explicación del voto en bloque de cinco consejeros.
El resultado de los mejor calificados en las 18 entidades del país es ambivalente. Muchos de ellos, a pesar de ser jóvenes, no garantizan un cambio generacional, pues están formados en la vieja cultura de hacer política. Fuera de la lista quedaron consejeros y ex consejeros electorales, magistrados y ex magistrados electorales federales y locales, entre los aspirantes más destacados, que no esperaban un examen tan complejo, sino uno de mero trámite. Los resultados los sorprendieron, pero poco pudieron hacer ante la realidad de los números. Tuvieron que aceptar que no habían superado esa prueba, y aunque hubo solicitudes de revisión de examen, ninguna prosperó.
Las listas de aspirantes que ahora están siendo entrevistados no son muy alentadoras. Para muchos analistas, la experiencia de selección de los Oples es una muestra más de la domesticación de las instituciones autónomas. Se están perfilando actores que provienen de la operación electoral, que no son ajenos a las filias y las fobias partidarias: por el contrario, es la cultura política en la que se han formado. En muchos estados predominan los aspirantes cercanos al PRI, hay que decirlo con claridad. En ese sentido, la despolitización y fortalecimiento de los Oples no puede quedarse en la selección de los consejeros. Las estructuras y los funcionarios intermedios también pasaron por la lógica de cuotas entre los partidos, la paradoja es que ése es precisamente el sector que accederá ahora a los consejos locales. Una especie de bajo clero o, como diría un notable académico, refuerzos de segunda división de la burocracia electoral sin compromiso social, liderazgo ni vocación democrática. Y sí, jóvenes ambiciosos, pragmáticos y sumisos frente a la oportunidad política de saltar a los privilegios del poder. Una casta tecnoelectoral.
Esta es la primera gran prueba del consejo del INE. Aquí pueden desmoronarse los sueños de recrear la atmósfera de respeto ciudadano y social de la era Woldenberg. Sin embargo, aún los consejeros pueden recomponer un proceso cuya hipótesis inicial es cuestionable. Aún pueden hacer un gran esfuerzo y elegir a los menos malos, a condición de que prime la misión del INE y puedan inhibirse los intereses y presiones a los que son sujetos los actuales consejeros.