Circula en Gran Bretaña publicada por el sello editorial Pegasus Books
Con 14 años fue la más joven en ser admitida en los Ballets Rusos fundados por Sergei Diaghilev
Su talento y determinación maravilló a coreógrafos como Balanchine, Fokine, Ashton, Massine y Robbins
Cartas y álbumes fotográficos revelan la asombrosa historia de la artista
Miércoles 17 de septiembre de 2014, p. 5
Cuando Tina Sutton se encontró con los archivos de Alicia Markova, dio por sentado que era rusa. En realidad la judía londinense fue la primera bailarina de ballet de Gran Bretaña y llegó a ser una estrella mundial.
Yo no sabía nada de Alicia Markova antes de ofrecerme a ayudar a catalogar sus documentos y pertenencias personales en el Centro Gotlieb de la Universidad de Boston. La directora, Vita Paladino, me preguntó si me interesaría trabajar con una adquisición reciente. ¿Qué tal la bailarina de ballet inglesa Alicia Markova?
Mi primera reacción fue: ¿no era rusa? Confundía a Markova con la rusa Natalia Makarova. Pronto descubrí que muchas personas creen que Markova era rusa.
Fue Sergei Diaghilev, fundador de los Ballets Rusos, quien le cambió el nombre. ¿Quién pagaría por ver a Alicia Marks?
, le preguntó. Markova era británica, y la más famosa bailarina de su generación.
Pronto me enteré de que fue la bebé bailarina
de Diaghilev, la danzarina más joven que hubiese sido admitida en los Ballets Rusos. Acababa de cumplir 14 años y era tan tímida como diminuta. Su minúscula estatura (sus pies eran tan pequeños que las compañías aseguradoras se negaban a cubrirlos porque el riesgo era demasiado grande
) la llevó a ser conocida como la bailarina que desciende como un copo de nieve
.
Muchas raras fotografías y programas de funciones de aquellos tiempos forman parte de los archivos de la artista. Hubo incluso rumores de un dibujo original de Picasso enterrado en alguna parte de la colección. (En realidad era un Matisse.)
Todo eso parecía emocionante de por sí, pero nada me preparó para la asombrosa historia de la vida de Markova que sus archivos revelaron. Nacida en 1910, fue una mujer que se adelantó mucho a sus tiempos y se sobrepuso a adversidades casi insuperables, con gracia, determinación y un indeclinable espíritu de aventura.
Fervor por triunfar
La carrera de Markova es tan improbable como notable. En la Inglaterra anterior a la Primera Guerra Mundial, una frágil chica judía de aspecto exótico, que aprendió a bailar en el suburbio londinense de Muswell Hill, tan tímida que apenas pronunció palabra antes de los seis años y tan enfermiza que cursó sus estudios en casa, llegó a ser una superestrella y la más famosa bailarina del mundo.
¿Cuán famosa? Fue invitada como jurado en el certamen Miss Mundo, en París, montó un espectáculo en Las Vegas, apareció con Bob Hope y Buddy Holly y Los Crickets en el Palladium de Londres, y tuvo su propio programa de radio. Fue tema de tiras cómicas, crucigramas y estampas. Célebres artistas le pidieron pintarla y Vogue la convirtió en icono de la moda. Fue contratada como portavoz publicitaria para todo tipo de artículos, desde chocolates y papas (sí, papas) hasta calzado y cigarrillos (aunque no fumaba). Su solo nombre podía llenar un auditorio de 30 mil asientos… ¡para una función de ballet!
Markova atraía tanto a los famosos como a personas comunes que nunca habían visto ballet. Incluso una yegua de carreras llevó su nombre (la potranca ganó una carrera clave con momios de ocho a uno). Ella misma era una auténtica yegua de tiro, que consagraba hora tras hora a perfeccionar su arte. Criada con privaciones, tenía un empeño ferviente por triunfar. En un tributo en la radio, su buen amigo Laurence Olivier contó con admiración que la llamaban “afectuosamente La Dínamo… y se entiende por qué. Basta pensar que bailaba por lo menos un acto de un gran ballet clásico, y luego un divertimento, y un final, cada noche de la semana y dos veces los sábados, cosa desconocida hoy día y que de seguro se consideraría imposible, porque no lo hizo por una corta temporada, sino por años”.
No sólo fue pionera del ballet británico –dos de las tres compañías que ayudó a lanzar aún existen hoy (fue presidenta del Ballet Nacional Inglés, compañía de la que fue cofundadora bajo el nombre de Ballet Festival, en 1951)–, sino que se atrevió a aventurarse por cuenta propia, convirtiéndose en la primera bailarina agente libre
y la que más viajó en su tiempo. Actuó en partes del mundo donde nunca se había visto ballet, ya no se diga a una de sus principales exponentes. Como informó el London News Chronicle en 1955: “Es a la danza lo que Menuhin a la música, pero, a diferencia del violinista, no tiene competidores en su campo, porque todas las demás bailarinas de primer nivel, desde Fonteyn hasta Ulanova, trabajan en el marco de compañías establecidas. De hecho, es como si Markova fuera la última de su especie: la bailarina ‘rebelde’ que está dispuesta a llevar toda la responsabilidad de su carrera sobre sus delicados hombros”.
Ballet no sólo para la élite
Markova tenía la firme convicción de que el ballet es para todos, no sólo para la élite. Con ese fin, no sólo se presentó en los grandes teatros del mundo con las compañías más prestigiosas, sino también en sitios populares más accesibles, como salas de música, gimnasios escolares e incluso un ring de boxeo en Liverpool. Aunque volaba en el escenario, una vez abajo ponía los pies sobre la tierra y hacía que el público la amara.
No todos los empresarios, coreógrafos y parejas de danza compartían esos sentimientos. La feroz independencia de Markova y sus altas normas artísticas los volvían locos. Muchos necesitaban su nombre para vender boletos, pero se encrespaban ante la idea de permitirle algún control. ¿Acaso no sabía que las bailarinas estaban para ser vistas y no escuchadas?
rebeldeque llevó la responsabilidad de su carrera sobre sus delicados hombros, en imagen tomada de Internet
Markova no hacía ninguna de ambas cosas cuando se trataba de ensayar, cosa que siempre hacía sola. Tampoco se unía nunca a la compañía en las clases diarias; prefería pagar por lecciones privadas. No quería distracciones, y ese empeño solitario dio origen al mito de que rara vez practicaba, lo cual estaba lejos de la verdad. Mujeres del mundo de la danza admiraban su fortaleza, entre ellas Margot Fonteyn, quien siendo estudiante de ballet en Londres quedó pasmada al verla ensayar. Siempre fue mi ideal y mi ídolo
, comentó. Maravilló a coreógrafos con su talento y determinación. George Balanchine, Mikhail Fokine, Frederick Ashton, Léonide Massine, Jerome Robbins, Bronislava Nijinska y Antony Tudor crearon papeles especialmente para ella.
Markova tuvo que vencer la pobreza, el sexismo, el antisemitismo y que no la consideraran lo bastante bonita
para triunfar. Estaba orgullosa de su religión, que casi puso fin a su carrera, y fue la primera judía en llegar a ser prima ballerina assoluta, el rango más alto (y menos frecuente) de una danzarina clásica. Y aunque a menudo la apremiaban a levantarse
la nariz para conformarse a las normas convencionales de belleza, ella se negó con firmeza.
Su archivo ofrece muchas pistas acerca de su motivación para ir siempre adelante. Sin duda sus cartas son un tesoro, pero también sus incontables álbumes de recortes periodísticos. Markova era inusualmente abierta y cándida con los reporteros, y sus entrevistas demuestran cómo la tímida muchacha se convirtió en un genio de la mercadotecnia, que manejaba los medios y su imagen con innata destreza.
También está toda esa correspondencia: cajas y cajas enteras. Si bien fue divertido leer una encantadora nota de agradecimiento de la princesa Diana o una invitación de Cecil Beaton a cenar con la famosa diseñadora de modas Elsa Schiaparelli, lo más revelador son las cartas personales de los grandes bailarines, coreógrafos y empresarios de su carrera. ¡Qué historia relatan de ego, adulación, arrogancia y manipulación! Las cartas de Anton Dolin, el más frecuente compañero de baile de Markova y amigo
de toda la vida, son sin duda maquiavélicas.
Añádanse las cartas entre las hermanas de Markova: Doris, quien durante años fue su mánager personal y compañera de viaje, y Vivienne, con quien compartían departamento en Londres. Las descripciones de Doris de escenarios en horrendas condiciones, gerentes inescrupulosos y de los cada vez mayores problemas de salud de Markova son al mismo tiempo perturbadores y confusos. ¿Qué llevó a la bailarina a mantenerse en esa vida abrumadora que había escogido?
Al parecer conocía a todo mundo. Además de todas las luminarias del ballet de su tiempo, sus libretas de direcciones son un verdadero quién es quién del mundo del arte, que incluye a los actores Charlie Chaplin, Laurence Olivier y Gene Kelly, el compositor Igor Stravinsky, el pintor Marc Chagall y los pianistas Ar-thur Rubinstein y Liberace... ¡sí, Liberace!
Está claro que valoraba las cartas de sus admiradores, en especial niños y soldados, las cuales guardaba y contestaba personalmente. Una misiva de un militar agradecido durante la guerra estaba en la misma carpeta de una nota festiva de Noel Coward. Para Markova, la gente era gente.
Pero si bien amaba al público –pasaba horas firmando autógrafos–, detestaba las grandes fiestas; nunca logró superar la timidez en un salón lleno de extraños. Podía ser muy divertida en un momento y pasar a una severa depresión, a menudo retirándose a su habitación de hotel para leer un libro y escuchar música a solas. Markova no era un libro abierto.
Es muy extraño leer los documentos privados de una persona, aun si se tiene permiso. Encontré una carta de su puño y letra, pero sin firma, en una hoja membretada de la Royal Opera House de Covent Garden. Tal vez la garrapateó en el camerino una noche y la metió entre sus documentos de trabajo. Es diferente a la mayoría y conmovedora. Aunque para el mundo era una superestrella, Markova era sólo humana.
24 de marzo de 1958
Querido Dios:
Te ofrezco mis sinceras gracias por darme el poder y la fuerza de vivir y bailar durante los dos años pasados. Desde Río he sufrido un dolor tan constante que por momentos ha sido insoportable. Nadie sabrá nunca cuánto he sufrido mental y físicamente. Sólo mi fe en ti y el sentimiento de que debo intentar y lograr cuanto sea posible para ayudar a la gente y hacerla feliz (pues mi tiempo es limitado) me han mantenido en movimiento.
Gracias, querido Dios, por ayudarme a tener una buena vida, de la que puedo estar orgullosa. Sólo lamento que toda la verdad y conocimiento que he adquirido en mi arte y en otras cosas será de poca utilidad, pues pocas personas parecen quererlo... No hay nada en la tierra que me haga querer quedarme, así que estoy lista para irme en cualquier momento.
Alicia Markova tenía 47 años cuando escribió esa carta; aún era una intérprete solicitada y una celebridad. Siguió bailando profesionalmente otros cuatro años y medio y vivió hasta los 94 años.
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The Making of Markova: Diaghilev’s Baby Ballerina to Groundbreaking Icon, la biografía escrita por Tina Sutton, fue publicada en Gran Bretaña el 2 de septiembre por Pegasus Books.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya