n un mensaje emitido ayer, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció que su país encabezará una coalición amplia
, que incluirá operaciones militares estadunidenses en Siria e Irak, con el fin de sacar al Estado Islámico (EI) de donde quiera que esté, utilizando nuestro poder aéreo y nuestro apoyo a las fuerzas aliadas sobre el terreno
. Entre otras acciones, el mandatario anunció el envío de 475 efectivos a Irak para apoyar y equipar a las fuerzas iraquíes y kurdas, así como entrenar y armar a los rebeldes sirios moderados
en su lucha contra el EI, si bien afirmó que, a diferencia de lo que ocurrió en las guerras de Irak y Afganistán en 2011 y 2013, en esta campaña Estados Unidos no desplegará tropas de combate sobre el terreno.
Formulado en la víspera del aniversario –hoy– de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, el mensaje muestra la persistencia de la Casa Blanca, sea quien sea su ocupante, en una visión distorsionada y falaz de los fenómenos del mundo islámico en general y del surgimiento de ese grupo yihadista en particular. A guisa de ejemplo, Washington desconoce o pretende ignorar sus propias responsabildades directas e indirectas en la gestación del EI, Al Qaeda y otras expresiones del integrismo violento.
El anuncio del inicio de operaciones militares aéreas en Irak y Siria obliga a recordar que han sido precisamente las aventuras bélicas iniciadas en esos y otros países por los antecesores de Obama las que han sembrado múltiples factores de encono antiestadunidense y antioccidental en la región, al tiempo que han destruido elementos de estabilidad y contención a la proliferación de grupos integristas: debe recordarse que uno de los acicates principales de ese fenómeno fue el derrocamiento del régimen de Saddam Hussein por el gobierno de George W. Bush, que derivó en la fragmentación política y el descontrol del territorio iraquí, y que engendró un caldo de cultivo para la proliferación de grupos integristas como Al Qaeda en Irak.
A lo anterior se suman los indicios, cada vez más numerosos y documentados, de que Estados Unidos influyó deliberadamente en el surgimiento y fortalecimiento del EI mediante el apoyo militar brindado a los grupos rebeldes armados en Siria. Lo cierto es que las facciones integristas en ese país y en Irak podrían haber sido los principales beneficiarios de la asistencia militar de Washington y sus aliados, como ocurrió en la década de los 80 con el apoyo brindado por la administración de Ronald Reagan a las fracciones fundamentalistas en Afganistán contra la Unión Soviética, y como podría suceder nuevamente en el futuro inmediato, a la luz del apoyo ofrecido por Obama a las organizaciones armadas kurdas, que hasta hace no mucho se encontraban en los catálogos de organizaciones terroristas
elaborados por Estados Unidos.
Por lo demás, con el anuncio de ayer se desdibuja en buena medida la política de Estados Unidos en la región, establecida por las pasadas administraciones y a las que se ha plegado Obama de manera sistemática. En efecto, por más que el actual ocupante de la Casa Blanca diga que las acciones dadas a conocer ayer no implican una alianza con el régimen sirio de Bashar Assad, el solo hecho de iniciar una campaña militar contra el EI, enemigo declarado de los gobiernos de Siria, Irán y Rusia, coloca a Estados Unidos en el mismo bando de éstos.
El hecho es que Obama anunció la conformación de una amplia coalición
de países y de grupos armados irregulares sin tener, por lo que puede colegirse, una política de alianzas clara, y cabe dudar que semejante aventura pueda tener los resultados fijados por el mandatario estadunidense. Por el contrario, y a juzgar por los antecedentes, las incursiones bélicas estadunidenses en Medio Oriente, el golfo Pérsico y Asia menor, sean terrestres, aéreas, navales o las tres juntas, han dejado, además de secuelas de incalculable destrucción humana y material, nuevos y más virulentos rencores históricos que más temprano que tarde se concretan en grupos cada vez más hostiles y violentos. Y no hay motivo para pensar que en esta ocasión las cosas ocurran de manera distinta.