yer, en víspera del inicio de una cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Gales, el gobierno de Rusia rechazó los llamados a reformular el acta fundacional del Consejo OTAN-Rusia, documento que data de 1997 y que establece los límites para el establecimiento de tropas de esa alianza militar en Europa oriente.
La negativa de Moscú viene precedida de una insistencia de Washington y sus aliados por modificar dicho documento con el argumento de reforzar la autodefensa colectiva
frente al conflicto que se desarrolla en Ucrania. Ayer, en un pronunciamiento conjunto, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el primer ministro del Reino Unido, James Cameron, expresaron que Rusia ha roto algunas normas con su anexión ilegal y unilateral de Crimea y sus tropas en suelo ucraniano
y que debemos utilizar nuestros ejércitos para proporcionar una presencia duradera en el este de Europa
, lo que contravendría los principios del citado documento.
El nuevo episodio de choques declarativos es indicativo del nivel de tensión al que han sido llevadas las relaciones entre ambos bloques, en buena medida a consecuencia de la falta de contención e incluso de la impertinencia diplomática de Occidente. En efecto, la pretensión de modificar el acta fundacional OTAN-Rusia –documento que, cabe recordar, ha sido pilar fundamental de la estabilidad en la región– no contribuye ni mucho ni poco a contener la violencia que se desarrolla en Ucrania, país que, a fin de cuentas, no forma parte de la alianza atlántica. Por el contrario, la medida alentaría las sempiternas resistencias del Kremlin a tener presencia militar occidental en su órbita de influencia y tensaría aún más las relaciones entre Moscú y Washington y Bruselas, además de que podría incrementar las divisiones en el interior del pacto militar entre aquellos de sus integrantes que han llamado a respetar las condiciones de 1997 –caso concreto de Alemania– y quienes insisten en modificarlas a conveniencia de Occidente.
Significativamente, en el pronunciamiento referido, los gobernantes estadunidense y británico afirmaron su determinación de luchar contra la organización integrista Estado Islámico y afirmaron que sus países no se dejarán intimidar por asesinos bárbaros
. Voluntaria o involuntariamente, Obama y Cameron vincularon de esa forma dos temas que, más allá de estar en la agenda de prioridades geopolíticas de Occidente, no tienen relación entre sí, en un gesto que remite a los intentos de diversos funcionarios de Washington durante el gobierno de George W. Bush por establecer, sin fundamento alguno, un supuesto eje del mal
. En el caso comentado, dicha actitud es doblemente improcedente si se toma en cuenta que un aliado fundamental en contra del Estado Islámico para Estados Unidos tendría que ser Rusia.
Por lo demás, en un escenario sumamente delicado como el actual, con guerras civiles en Siria y Ucrania, y con el componente de la violencia del Estado Islámico, gestos como el referido, ya sean producto de torpeza o de mala fe, siembran la semilla de tensiones e inestabilidad adicionales y pudieran terminar por convertirse en profecías que se cumplen por sí mismas. A fin de cuentas, la experiencia histórica indica que el principal acicate para la construcción de alianzas geopolíticas contrarias a Washington es, precisamente, la proverbial hostilidad de la Casa Blanca.