Opinión
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Estrados, frases y poses
L

a considerada segunda parte del periodo gubernamental tuvo un inicio que, bien analizado, puede considerarse no sólo exagerada sino hasta fallida. Las compulsiones triunfales de los legisladores quedaron atadas al pasado. Toca al oficialismo en pleno hacer frente a la dura prueba de la realidad. Conscientes de las serias deficiencias en legitimidad que los aqueja, tanto al funcionariado como a las reformas, la tarea entrevista la han decidido acompañar con una vasta, dispendiosa y frágil campaña de propaganda. La figura central será, qué otro, el mismo presidente Peña Nieto. Él será el encargado del intento por rescatar, tanto la simpatía que le regatean los ciudadanos, como la efectividad en las acciones de su cuestionado gobierno que se tambalea con el paso de los días.

La estrategia de medios diseñada se basa en un acuerdo sellado entre los cupulares participantes por demás simplón y cínico: disponibilidad de tiempos sin retobos e intensas suavidades informativas; a cambio de ello se aceptarán en las ventanillas públicas facturas abultadas a las que se anexarán hartos y suculentos favores. Ninguna televisora ni radiodifusora quedará excluida. Para los medios impresos habrá, como siempre, algunas prohibiciones u olvidos. Los opinócratas gozarán de una larga temporada con abundantes premios, tratos delicados y consideraciones varias, acompasadas en no pocos casos con las consabidas filtraciones, primicias, apoyos y discretas peticiones.

Las sesiones publicitarias inaugurales de la temporada fueron muestra elocuente de los contendidos y del envoltorio formal. Sendos foros, charlas y mensajes filmados para resaltar la figura presidencial y su colección de promesas. La primera de tales sesiones transcurrió por recónditos lugares de palacio seguido por un par de locutores de cotilleo. El guía soltando frases elocuentes de la nueva narrativa de la temporada y apuntando a los sitios históricos que las cámaras iluminaban. El otro, más elaborado, con aires de profundidad, dizque para celebrar un aniversario del Fondo de Cultura Económica: la prestigiada editorial por la que han pasado algunos encargados ilustres y otros que, en efecto, no lo son tanto. Don Enrique Peña se encerró, con valentía resaltada hasta en el extranjero, con seis conductores de informativos de supuesto renombre. Todos afines a las ideas, ambiciones y obras del entrevistado. El moderador, actual gerente del fondo, estuvo atento para suavizar cualquier nota discordante que, para su suerte, nunca se dio. La trasmisión fluyó sin contratiempos, siguiendo el guión y en armónicos compases. Todos, aunque una más que otros, por demás atentos al discurso del actor central. Lucieron como de costumbre en sus propias tareas cotidianas. Un asunto diferente será el juicio que se forme sobre la pertinencia de la citada celebración de aniversario. La editorial y sus tareas nada tienen que ver con amparar foros de lujo donde su prestigio sale despostillado. Prestarse a difundir esquemáticos rollos, pretendidamente explicativos de los avatares de un gobierno bajo cuestión, es no sólo caravanero, sino francamente torpe.

Los estrategas encargados de las comunicaciones gubernamentales insisten en recuperar los modos y formas con que se fabricó, con éxito (muy cuestionable), un candidato a la Presidencia de la República. Atildada la figura y buenas maneras del protagonista en todas las escenas. Cuidados foros –a motivo de cualquier tema o circunstancia– donde se desgranan frases para el olvido instantáneo, pero de estudiada fluidez. Las tomas televisivas se exigen con ángulos precisos y gran calidad fotográfica. A continuación, se planea una casi inacabable exposición difusiva en cuanto noticiero haya en el país. No importa la repetición ni si las apariciones se dan dos o más veces en el mismo lapso del informativo. Los noticieros de televisión, en particular los de Televisa, se han convertido en sendos despliegues de boletines oficiales que, ocasionalmente, trasmiten algún acontecimiento del día. De complemento se insertan, cotidianamente, burocráticas filípicas del secretario Osorio Chong. No se quedan atrás las lanzadas por el hacendario Videgaray. Entre ellos cubren los temas delicados, los pormenores que deberán quedar bajo control. Así, las audiencias, que podrían distraerse, recibirán, de seguro, su diaria ración de palabras alegres. La saturación, apenas inaugurada la campaña es, por demás, asfixiante.

Suplir con retórica difusiva las carencias de legitimidad de un gobierno será una tarea semejante a confiar en los vientos alisios para abonar los campos. En sus artículos de prensa, en el espot que ya se trasmite y en sus múltiples apariciones ante toda suerte de micrófonos, el Presidente machaca su paso triunfal por el poder. El futuro es, qué duda resta de sus muchas palabras vertidas por aquí y por allá, dirigido a ese adormecido todos que, ni por asomo, muestra su cuerpo urgido de alternativas de cura y justicia. Las reformas, afirma Peña con desparpajo y seguridad seductora, han puesto a México en marcha. Son palancas para la acción más decidida y constructora. Obras que están a la vista y alcance de todos los mexicanos. Para ellos fueron concebidas y a ellos beneficiarán, se concluye. Pero mientras esta historia fantástica se lanza al aire desde los apabullantes medios, una república agobiada, retobona, airada y necia aparece para gritar negativas sin tapujos que valgan. Por ahí siguen las masivas angustias salariales, los cientos de miles de escuelas sin paredes, techos, baños, luz, pizarrones o mesabancos, la inseguridad o la alarmante escasez de empleos. Se entiende la premura de llegar a las elecciones venideras cobijados en, aunque sea, espejismos distractores. No serán suficientes para atontar votantes. Harán indispensables múltiples ayudas, legaloides, presiones y compras al por mayor para permitir, aunque sea, una precaria continuidad del modelo imperante. Un nuevo señuelo de progreso futuro que se irá al caño de los rutinarios fracasos.