l amor –vida muerte– se esconde en el interior de un espacio inasible solo flotar en vacío, sin tocarlo, rodeado de fantasmas que traspasan percepciones, se tornan palabras, violan sentimientos en conmoción, rozan recuerdos, se desarrollan y toman formas perceptibles, decibles, melodiosas, rítmicas como viento que toca sin tocar.
Qué bonito el son del ballet al flotar cargado de influencias, cantos reproducidos en rápidas evoluciones, van y vienen, escondidos entre nubes, dando a la danza poder y magia, misterio y fantasía, giros, síntesis de vida, adivinanza de intimidad. Hermoso movimiento femenino espacios que suben, descienden, desaparecen, vuelven. Sonidos y voces ritmos y melodías internas.
Imaginación desbordada que gira en curvas del cielo. Huellas mentales cada vez más débiles, rumores, ecos de brisas, colores que son alucinaciones dibujados caleidoscopios. Pareja que tiene una muerte en cada giro de la danza. Volar ausencia, vuelta y llanto, sangre ardiente, sonidos negros más intensos y penetrantes hasta difuminarse. Fuerza mágica, inasible, camino de imágenes y recuerdos, vibras transmitidas que permiten al baile ser tocado, sin ser tocado; besado sin ser besado, amado sin ser amado.
Los pasos se van volviendo vagos, casi imperceptibles, veneno de ansia lánguida. Magia candela solar del mediodía al roce de la piel y bajar de pestañas. A ciegas se buscan hombre y mujer en zona que juegan sol y sombra y solsombra, perdidos en algún espacio, renovado sueño de hallarse en dimensión diferente, profundidad que se va.
Está fuera de mi alcance este ballet desbordado que atrae y se abre paso. Diosa que toma a uno por el ramal, desgarrándolo, al surgir rápido placer de muerte, delicado, tenue, inexplicable, orgásmico. Danza esa
que llamamos amor –vida muerte–, y el cuerpo humano no puede asumir. El amor se esconde en ese espacio –no lugar–, inasible, inefable, danza de mujer, que se va y no se puede sujetar, atormenta, castiga y nos torna culpables.