ecientemente líderes del PRI, así como funcionarios y diputados del PAN, han dado muestras de su consideración hacia las mujeres, ya sea en las oficinas del partido, en el Mundial de Brasil o en los antros de Puerto Vallarta: ellas sólo son mercancías que se rentan y rolan entre cuates, cuerpos para tocar, bailar y disfrutar; otras son las esposas, las señoras con las que se casan para que estén en la casa, cuidando de los hijos. Dicen que es una doble moral; para mí, se trata de una moral conservadora muy consistente, entre los defensores de los valores familiares unas son putas y otras son madres.
En unas semanas una mujer les romperá los esquemas: a Aleida Alavez, la actual vicepresidenta de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, le corresponderá presidirla a partir del próximo primero de septiembre. Hay quienes no quieren ver ni a la izquierda ni a una mujer en esa posición, y menos a quien no iba con el pacto, pero la Ley Orgánica y los acuerdos políticos son claros: corresponde a la tercera fuerza presidir el Congreso en el tercer año del ejercicio legislativo. Hay además un acuerdo en el interior del PRD: quien fuera vicepresidenta de la mesa directiva después la encabezaría. Esperamos que la desigualdad de género no confunda a los señores de la izquierda, está por verse si cabildearán para apoyar a su compañera, porque el paso no es automático; el resto de las fuerzas políticas representadas en el Congreso serán definitorias para alcanzar una votación de mayoría calificada.
Aleida Alavez Ruiz ha trabajado más de 18 años en la delegación Iztapalapa, de la cual es originaria, ha participado en comités y como subdelegada del partido, también ha sido asambleísta y diputada federal. Ella tiene toda una trayectoria para representar a los diputados ante los poderes Ejecutivo y Judicial, y para mantener la interlocución institucional con la Presidencia de la República. Es una mujer austera que, sin éxito, entre muchas otras vindicaciones, ha impulsado la reducción de 30 por ciento al salario de los legisladores; esperamos que lo logre pronto y que avance con la eliminación de otras canonjías que son ofensivas para la ciudadanía.
Desde mediados del siglo pasado la mayoría de los países del mundo han reconocido el derecho de las mujeres al voto y el impulso de sus derechos políticos. Actualmente 21.8 por ciento de los puestos parlamentarios del mundo están ocupados por mujeres; en los países nórdicos la participación es de 42.1 por ciento, en las Américas de 25.2, en Europa de 23.3, en África subsahariana de 22.5, en Asia de 18.4, pero en el Pacífico, en Medio Oriente y en África del norte es de 16 por ciento. Ruanda tiene la mayor proporción de mujeres en su Parlamento, con 63.8 por ciento, pero en 38 países del globo las mujeres no alcanzan el 10 por ciento de representación.
La participación de las mujeres mexicanas en los puestos públicos no es excepcional; con cuotas de género obligatorias a los partidos se ha logrado la actual representación femenina: 37 por ciento en la Cámara de Diputados y 32.8 en el Senado. Gracias a la reformar del Cofipe de este año, en las próximas elecciones tendrá que haber paridad (50 por ciento) en la configuración de las listas electorales. En el Poder Ejecutivo hay mayor desigualdad, sólo 12 por ciento de las secretarías de Estado estan encabezadas por mujeres, en las subsecretarías ocupan 16.6 por ciento. En el Poder Judicial, las altas posiciones femeninas andan entre 17 y 22 por ciento. Actualmente cero por ciento de los partidos están presididos por una mujer. El panorama en los estados es muy desalentador: aunque la tendencia a la participación de mujeres aumenta, sólo 7 por ciento de las presidencias municipales están ocupadas por mujeres. En los congresos locales la participación femenina es de 31.2 por ciento, y 26 por ciento presiden comisiones ordinarias.
Un grupo amplio de líderes y organizaciones feministas estamos observando el proceso de selección de la presidencia de la mesa directiva de la Cámara de Diputados. Porque los escándalos recientes nos muestran que todavía hoy hay quienes piensan como Arturo Schopenhauer, el célebre filósofo decimonónico: “Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales (…) Paga su deuda a la vida no con la acción, sino con el sufrimiento: los dolores del parto, los inquietos cuidados de la infancia, ella tiene que obedecer al hombre y ser una compañera paciente que le serene. Lo que distingue al hombre del animal es la razón. Confinado en el presente se vuelve hacia el pasado y sueña con el porvenir, de ahí su prudencia, sus preocupaciones, sus frecuentes aprensiones. La débil razón de la mujer no participa de esas ventajas ni de esos inconvenientes. Padece miopía intelectual, que por una especie de intuición le permite ver de un modo penetrante las cosas próximas, pero su horizonte es muy pequeño y se le escapan las cosas remotas” ( El amor, las mujeres y la muerte, Editores Mexicanos, 1945).
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