Egos en duelo
omprobado otra vez que voceros de verdades absolutas y abanderados de morales incuestionables –no al aborto, no a la unión libre, no a la eutanasia– también sufren erecciones y caen en tentaciones, deberían hacer, si no una revisión de sus incongruencias, que se antoja imposible, siquiera un examen de conciencia con dolor de corazón y propósito de enmienda, por lo menos en lo que a discreción se refiere. Y que cada uno de los implicados elabore como pueda su duelo ante tan confirmador papelazo.
El extraviado ego de estos y otros legisladores comprometidos con sus intereses, con las instancias de poder, con otros partidos lamentables e incluso con el bienestar animal antes que con el bienestar de una sociedad permanentemente agraviada, ha generado creciente desconfianza ciudadana hacia el Poder Legislativo como eficaz contrapeso del Poder Ejecutivo. En su amnesia poselectoral, 500 diputados y 128 senadores no logran dar a la democracia mexicana sustento maduro y acción responsable, no obstante los ofensivos sueldos que cobran y las oportunas subvenciones extraordinarias
que aceptan.
Duelos más cotidianos y menos politiqueros obligan a los familiares de quien ha muerto a una confrontación con su propio ego, entendido no como exceso de autoestima, sino como percepción más o menos clara de sí mismo y de la realidad exterior, pero sobre todo como inagotable disfraz de los vaivenes del inconsciente, aquello que no conocemos pero que de una u otra manera emerge en cada uno, pues el ego es inherente a la naturaleza humana. De ahí la necesidad de identificar y diferenciar el ego que estorba del ego sabio, ese que ayuda a amistarnos con nuestro ser interior sin enemistarnos con los demás ni con la madre tierra.
Ego y sujeto sólo se soltarán en el último momento de conciencia, no antes ni después, y la actitud ante la propia muerte dependerá de varios factores y de la historia vivida. En cambio, el ego de los que se quedan adopta, implacable, reacciones inusitadas, personalidades que se repliegan o disparan, susceptibilidades diversas, rivalidades que permanecían encubiertas, chantajes, apegos, evitaciones e incluso gestos de oportuna solidaridad entre los aturdidos miembros de la mítica familia posmoderna, inmersa en este enano concepto de civilización. Así, tras la pérdida de un ser querido el ego de los allegados suele acentuarse y la relación mantenerse o de plano cancelarse.