16 de agosto de 2014     Número 83

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Estado de México

Danzas y vida ceremonial en los pueblos otomianos del Estado de México


Danzantes concheros de Santa Cruz Tepexpan, en el Santuario del Señor del Cerrito, Estado de México FOTOS: Jorge Pascual

Guadalupe Barrientos López
Universidad Veracruzana

En la historia múltiple y diversa de los pueblos indígenas, la danza y los danzantes, han sido parte de un paisaje conocido, pero no suficientemente estudiado. El golpear la tierra de las Pastoras con los bastones repletos de cascabeles y listones, y su canto agudo en alabanzas a la Tsinânâ Teresita, suelen alternarse con la enérgica Danza de Concheros o de Moros y Cristianos en los numerosos santuarios a los que año con año, en fechas muy precisas, acuden otomíes y mazahuas del Estado de México.

En una compleja vida ceremonial, las danzas además de ser expresiones vigorosas de la corporalidad, la música y la vestimenta, son producto de vínculos sociales muy específicos y espacios privilegiados que guardan la memoria histórica del ritual; sus tiempos, formas y contenidos.

Los motivos y formas de las danzas pueden ser de tipo histórico y/o rememorar eventos o situaciones específicas como la de Negritos, que alude a la población que durante la Colonia y el México Independiente trabajaba en las haciendas cañeras y durante la zafra se llenaba de tizne la cara y el cuerpo; o la de Arrieros, que recuerda la importancia que esta actividad tuvo en la región; o las vinculadas a algún santo patrono, como la Danza de Pastoras, dedicadas en la región a Santa Teresita; o bien, relacionadas con el ciclo de vida, como la Danza del Tzi Marekú de Tlaltenanguito, municipio de Temoaya —realizada en un momento importante del ciclo de reproducción social otomí: el matrimonio–, que es precedida de otros bailes otomíes, como El Casamiento y El Baile de los Compadres, o las de tipo carnavalesco –de connotación agrícola–, como la Danza de los Lobitos en el sur del Valle de Toluca junto con la de Los Locos, de Metepec.

O las referidas a la evangelización, como la de Moros y Cristianos y Concheros, llamadas por eso danzas de Conquista. En cualquiera de los casos, su realización está vinculada con los calendarios ceremoniales de los ciclos agrícolas en una intrincada red de santuarios, puntos sagrados en el paisaje conectados por el peregrinar y el danzar de hombres y mujeres.

De esta manera, las danzas no cobran sentido en sí mismas sino en relación con una colectividad más amplia y requieren de la movilización de una importante red familiar y de relaciones recíprocas. Ejemplo de lo anterior son las danzas de Pastoras y la de Concheros o Danza Azteca-Chichimeca, las más extendidas no sólo entre los otomíes del Estado de México y de otros estados, como Hidalgo y Querétaro, sino también entre los mazahuas.

Es frecuente que los grupos de danzantes acudan a los festejos de los santos patronos a petición de las mayordomías organizadoras, pero hay fechas centrales, como la de la Santa Cruz (3 de mayo), en las que asisten de manera autónoma, pues son fiestas de gran relevancia para ellos. Tanto los grupos de Pastoras como de Concheros asisten a diversos santuarios otomíes y mazahuas del Estado de México. Estos danzantes realizan una intensa actividad en toda la región al ritmo de los ciclos rituales. En especial, entre los grupos de concheros existen vínculos basados en la ayuda mutua para llevar a cabo la “obligación”, es decir, la jornada ritual. Algunos establecen el compromiso de asistir en determinadas fiestas para ayudar al grupo responsable a cumplir la “obligación”. A cambio, los anfitriones les ofrecen comida, bebida y alojamiento durante la celebración y, en ocasiones, les proporcionan el medio de transporte. Así el grupo anfitrión queda comprometido a “ayudar” en actividades rituales cuando sea requerido. Estos compromisos pueden durar muchos años, aun cuando se pueden romper por fricciones entre los mandos de cada grupo. La actividad de los Concheros delinea una red de relaciones rituales recíprocas que se despliega en una amplia región que abarca los Valles de Toluca e Ixtlahuaca, la Sierra de las Cruces y en ocasiones involucra a grupos de danzantes de otros estados de la República.

La danza misma es concebida como una ofrenda recíproca con la deidad o el santo o el lugar como espacio sagrado. Por otro lado, las danzas, los danzantes y especialmente algunos de ellos, como los caporales o capitanes de danza, las maestras para las danzas de Pastoras y también los músicos, contienen parte importante de la memoria de las ceremonias y los rituales. Asimismo, los Mayordomos y Capillerosespecie de curanderos del Valle de Ixtlahuaca y de la Sierra de las Cruces– son los que conocen los tiempos y formas de las danzas, los cantos y las alabanzas, al igual que las ofrendas específicas para cada fecha y lugar.


Danzantes Pastoras acompañadas de un Capillero de Acazulco, Estado de México, en el Santuario del Señor del Cerrito, en Santa Cruz Tepexpan

Es a las maestras a las que se encomiendan las niñas para su aprendizaje en la danza de Pastoras; las que conocen las ceremonias de iniciación y de despedida. Son los capitanes de danza los que organizan las “obligaciones” o las “batallas”, no sólo en su aspecto logístico, sino también en el complicado protocolo de las ceremonias que se realizan en los santuarios, y definen responsabilidades y tiempos de ejecución. Todos ellos han forjado a lo largo del tiempo un conocimiento colectivo profundo y por lo tanto poseen una memoria histórica que da orientación y fundamento a su actividad ritual. Este conocimiento, que guardan y reproducen estos grupos estratégicos en la realización del ritual tiene una dimensión espacio-temporal distinta que se manifiesta en la tradición oral y en una compleja corporalidad. La danza, como pensaba Marcel Mauss, es un “acto eficaz tradicional”.

Es un acto ritual y festivo que contiene una memoria peculiar: la del cuerpo. Los pueblos de origen otomiano, asentados en una de las regiones del país que más radicalmente ha sufrido los efectos de una industrialización acelerada, han visto devastados sus nichos ecológicos y la transformación radical de su vida social. A pesar de que la actividad agrícola hace mucho tiempo dejó de ser su principal actividad económica, su vida ritual y festiva continúa vinculada a los ciclos agrícolas, a los santuarios en las cimas de los cerros y a sus extensas redes sociales. Es ahí donde trasmiten una memoria colectiva que ha sido formulada en diversos lenguajes y un principio de sociabilidad distinta basada en la reciprocidad con sus semejantes y con los santos patronos que dispensan la vida y lo que la sustenta: el agua, la lluvia y la energía que otorga salud y vitalidad.


Estado de México

Guiney y Guimpeda, la danza y música de arrieros

Karla Rodríguez Coordinación Nacional de Antropología-INAH

“Guiney”: los que están bailando. “Guimepda”: su orquesta o sus músicos. Así refiere el señor Adalberto Ramírez, actual miembro de la orquesta de arrieros del pueblo otomí-ñatho de San Francisco Xochicuautla, Lerma, Estado de México, quien a sus seis años de edad entró como danzante y a sus 21 empezó como músico.

Cuenta que existen dos significaciones a las que los mismos arrieros responden sobre sus quehaceres. La primera se refiere al significado de la vida en la hacienda de la época colonial. Esta representación se hace a partir de los personajes que desarrollaban una actividad laboral sujeta al patrón: el mayordomo, el administrador, el rayador, el encargado, los peones y los atajadores.

La segunda tiene un valor con más arraigo, a la usanza en Mesoamérica y su íntima relación con el maíz. Al santo patrón le gusta la Danza de Arrieros y él le solicitó en sus sueños en el año de 1944 su propia cuadrilla de arrieros de Xochicuautla, pues dependían de la de Atarasquillo: “la festividad salía triste. Veía que los otros tenían danza en Atarasquillo y por eso nuestros parientes decidieron unirse”, dice el músico.

La orquesta nació a partir de que el papá del señor Adalberto soñara a San Francisco Xochicuautla, lo que interpretó como señal de que el santo también requería de sus músicos. Fue así que empezaron a organizarse para formar la orquesta.

Cuando bailan los arrieros, le va bien a la comunidad con la milpa: “hasta ahorita va bien la planta. Hasta ahorita no ha granizado como en otros pueblos”. Su danza es para que haya buena cosecha. Por tradición se alaba al Señor y tiene efectos curativos: “si hay algún enfermito, y si yo bailo con fe se han hecho milagros“, asevera el arriero.

Ya no existen los hacendados pero quedan las historias de los peones. Esos indígenas son los que ahora traen a escena capítulos para revivir el pasado por medio de sus pasos, vestimenta, cantos y alabanzas. La hacienda de San Nicolás Peralta era uno de los centros de trabajo de la región a donde se desplazaba la gente de Xochicuautla, mismos que actualmente están dando una lucha para defender los caminos por los que transitaban los arrieros.

Esta población desde el 2007 a la fecha se ha pronunciado en contra del proyecto carretero que quieren imponer sobre su territorio ancestral, por la vía jurídica pero también han sabido poner en juego sus elementos culturales. Uno de ellos es la Danza de Arrieros que en últimas fechas ha sido invitada para presentarse este agosto en la sesión regional del Congreso Nacional Indígena en Chiapas. En esta ocasión se les invitó a los 70 integrantes que componen la danza, aunque sólo asistieron 30; el proyecto carretero ha trastocado la organización interna del grupo, pues hay quien piensa que no se debe mezclar lo político con lo religioso.

Sin embargo, el sentido de la danza para algunos ahora es instrumento de lucha y se presentan en manifestaciones en contra del proyecto carretero. En los atrios se presentan el 4 de octubre y el 31 de diciembre en la iglesia de San Francisco Xochicuautla, y el 13 de mayo y 13 de septiembre en las festividades del Señor de la Exaltación: “algunos bailamos para que no pase ese proyecto, lo que queremos es que bailando con fe se cancele o pare el proyecto“.

Dice don Adalberto: “nuestra Danza de Arrieros y nuestros músicos son famosos y recorren toda la región alegrando los corazones“, es parte del comunicado que presentaron en el Centro Indígena de Capacitación Integral (Cideci) en San Cristóbal de las Casas, además de la consiga: “Xochicuautla no se vende, se ama y se defiende“, resaltando que la palabra amor implica la vida, la vida es el bosque, amar a todas las representaciones que simbolizan la vida misma. La danza es una expresión de vida perteneciente a los arrieros que se adentraban por los bosques para comercializar productos al Distrito Federal. Como trabajadores de las haciendas, atravesaban una ruta de mercancías por caminos que llegaban a Tacuba y Tacubaya, y así vendían carbón, frutas y alimentos. Por eso la importancia de las alabanzas que se pronuncian como parte de los reglamentos de la danza.

Si se construye la carretera, estará en riesgo de perderse la memoria histórica que los arrieros resguardan de las tradiciones que forman parte de su identidad. San Francisco Xochicuautla resiste, pues, también con los pies.

Tlaxcala

La danza del atole agrio en Ixtenco:
culto que renace ante la adversidad

Georgina Espejo y Yolanda Massieu

13 de abril de 2014. En Ixtenco (lugar del atole agrio) se celebra la Tercera Feria del Maíz. En medio de las ponencias de los oradores (que fervientemente llaman a conservar el maíz nativo ante las amenazas que enfrenta: contaminación transgénica y políticas gubernamentales que promueven el híbrido), aparece un grupo de niños y niñas de la primaria local. Van a bailar la Danza del Atole Agrio. Con un fondo musical de tintes originarios, realizan una escenificación. Primero dan vueltas en círculo, y después se sientan para recibir y beber un jarro del atole agrio, característico de este poblado tlaxcalteca. Las niñas se aplican a representar la preparación del atole y después ofrecer los jarros llenos a todos. La escenografía representa a la Malinche, pues Ixtenco se encuentra a los pies de este volcán.

Esta danza se bailó en 1994, después de que había quedado en el olvido desde 1928. En esa ocasión se presentó en Ixcateopan, Guerrero, en un homenaje a Cuauhtémoc. Después de 1994 otra vez se olvidó y ahora, en 2014, como parte de una feria dedicada a promover el maíz, su cultura y sus variedades criollas, se escenifica nuevamente. Los rostros de los niños y niñas están serios, concentrados en la ejecución. Después de sentarse en círculo y beber su tazón de atole agrio, se vuelven a levantar y se retiran.

Al volverse a interpretar esta danza se recobra la expresión estética de nuestros antepasados y este ritual se encuentra ya en la antesala de la expresión teatral. Además de que con él se recupera la cosmovisión de nuestros ancestros, porque con este rito agrícola se regeneran las fuerzas del universo: la lluvia, el sol, la tierra, las semillas, todo eso que entra en conjunción para la nueva cosecha, donde es indispensable asegurarse el éxito de la siembra, que conlleve a la reproducción de la especie humana.

Observar la danza en el contexto de la feria resulta impactante. Se siente la cultura del maíz y el afán de transmitirla a las futuras generaciones. Para esta feria, en la que la propuesta incluye la escenificación de la danza, se agradece el trabajo del sacerdote, del cronista, del maestro de escuela que organizó la ejecución y, desde luego, el de los niños. El atole agrio se hace de maíz negro, y está tan arraigado en Ixtenco que el nombre del lugar se refiere a este alimento.

El público está atento a la ejecución de la danza, muchos de ellos son los padres y familiares de los niños bailarines. Antes y después de la danza, además de otras actividades culturales, los oradores enfatizan la importancia de defender las semillas nativas. Ixtenco es un lugar de prestigio por su producción de semillas de maíces criollos. El atole agrio se prepara y se sirve para la ocasión de la feria, y es asombroso ver en los distintos estantes una gran cantidad de mazorcas de diversos colores: rojas, rosadas, anaranjadas, amarillas, negras, moradas, azules y blancas.

Las ferias del maíz en Tlaxcala han estado floreciendo ante la adversidad; iniciadas hace 16 años por el pionero Grupo Vicente Guerrero, su ejemplo ha cundido en más de una comunidad y en Ixtenco no podía faltar. Se palpa, al caminar entre los pasillos de la feria, probar el atole agrio y ver los múltiples usos artesanales que se le dan al maíz, además de su presencia como semilla, la voluntad de un pueblo cuyas raíces ancestrales se anclan en esta planta, y en los alimentos que de ella hemos obtenido desde hace siglos, como el atole agrio. Se nos informa que el atole es un alimento muy presente en la dieta de la gente de Ixtenco, y se nota el gusto porque la danza se haya escenificado de nuevo.

Podemos interpretar el retorno de la danza como un deseo de regeneración nacional, en un momento en que peligra nuestro patrimonio natural y cultural. Enhorabuena por la gente de Ixtenco, por su sabiduría para conservar y vivir intensamente sus variedades criollas de maíz, su atole agrio y la danza que lo celebra.

 
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