|
||||||||
Estado de México Danzas y vida ceremonial en los pueblos otomianos del Estado de México
Guadalupe Barrientos López En la historia múltiple y diversa de los pueblos indígenas, la danza y los danzantes, han sido parte de un paisaje conocido, pero no suficientemente estudiado. El golpear la tierra de las Pastoras con los bastones repletos de cascabeles y listones, y su canto agudo en alabanzas a la Tsinânâ Teresita, suelen alternarse con la enérgica Danza de Concheros o de Moros y Cristianos en los numerosos santuarios a los que año con año, en fechas muy precisas, acuden otomíes y mazahuas del Estado de México. En una compleja vida ceremonial, las danzas además de ser expresiones vigorosas de la corporalidad, la música y la vestimenta, son producto de vínculos sociales muy específicos y espacios privilegiados que guardan la memoria histórica del ritual; sus tiempos, formas y contenidos. Los motivos y formas de las danzas pueden ser de tipo histórico y/o rememorar eventos o situaciones específicas como la de Negritos, que alude a la población que durante la Colonia y el México Independiente trabajaba en las haciendas cañeras y durante la zafra se llenaba de tizne la cara y el cuerpo; o la de Arrieros, que recuerda la importancia que esta actividad tuvo en la región; o las vinculadas a algún santo patrono, como la Danza de Pastoras, dedicadas en la región a Santa Teresita; o bien, relacionadas con el ciclo de vida, como la Danza del Tzi Marekú de Tlaltenanguito, municipio de Temoaya —realizada en un momento importante del ciclo de reproducción social otomí: el matrimonio–, que es precedida de otros bailes otomíes, como El Casamiento y El Baile de los Compadres, o las de tipo carnavalesco –de connotación agrícola–, como la Danza de los Lobitos en el sur del Valle de Toluca junto con la de Los Locos, de Metepec. O las referidas a la evangelización, como la de Moros y Cristianos y Concheros, llamadas por eso danzas de Conquista. En cualquiera de los casos, su realización está vinculada con los calendarios ceremoniales de los ciclos agrícolas en una intrincada red de santuarios, puntos sagrados en el paisaje conectados por el peregrinar y el danzar de hombres y mujeres. De esta manera, las danzas no cobran sentido en sí mismas sino en relación con una colectividad más amplia y requieren de la movilización de una importante red familiar y de relaciones recíprocas. Ejemplo de lo anterior son las danzas de Pastoras y la de Concheros o Danza Azteca-Chichimeca, las más extendidas no sólo entre los otomíes del Estado de México y de otros estados, como Hidalgo y Querétaro, sino también entre los mazahuas. Es frecuente que los grupos de danzantes acudan a los festejos de los santos patronos a petición de las mayordomías organizadoras, pero hay fechas centrales, como la de la Santa Cruz (3 de mayo), en las que asisten de manera autónoma, pues son fiestas de gran relevancia para ellos. Tanto los grupos de Pastoras como de Concheros asisten a diversos santuarios otomíes y mazahuas del Estado de México. Estos danzantes realizan una intensa actividad en toda la región al ritmo de los ciclos rituales. En especial, entre los grupos de concheros existen vínculos basados en la ayuda mutua para llevar a cabo la “obligación”, es decir, la jornada ritual. Algunos establecen el compromiso de asistir en determinadas fiestas para ayudar al grupo responsable a cumplir la “obligación”. A cambio, los anfitriones les ofrecen comida, bebida y alojamiento durante la celebración y, en ocasiones, les proporcionan el medio de transporte. Así el grupo anfitrión queda comprometido a “ayudar” en actividades rituales cuando sea requerido. Estos compromisos pueden durar muchos años, aun cuando se pueden romper por fricciones entre los mandos de cada grupo. La actividad de los Concheros delinea una red de relaciones rituales recíprocas que se despliega en una amplia región que abarca los Valles de Toluca e Ixtlahuaca, la Sierra de las Cruces y en ocasiones involucra a grupos de danzantes de otros estados de la República. La danza misma es concebida como una ofrenda recíproca con la deidad o el santo o el lugar como espacio sagrado. Por otro lado, las danzas, los danzantes y especialmente algunos de ellos, como los caporales o capitanes de danza, las maestras para las danzas de Pastoras y también los músicos, contienen parte importante de la memoria de las ceremonias y los rituales. Asimismo, los Mayordomos y Capilleros –especie de curanderos del Valle de Ixtlahuaca y de la Sierra de las Cruces– son los que conocen los tiempos y formas de las danzas, los cantos y las alabanzas, al igual que las ofrendas específicas para cada fecha y lugar.
Es a las maestras a las que se encomiendan las niñas para su aprendizaje en la danza de Pastoras; las que conocen las ceremonias de iniciación y de despedida. Son los capitanes de danza los que organizan las “obligaciones” o las “batallas”, no sólo en su aspecto logístico, sino también en el complicado protocolo de las ceremonias que se realizan en los santuarios, y definen responsabilidades y tiempos de ejecución. Todos ellos han forjado a lo largo del tiempo un conocimiento colectivo profundo y por lo tanto poseen una memoria histórica que da orientación y fundamento a su actividad ritual. Este conocimiento, que guardan y reproducen estos grupos estratégicos en la realización del ritual tiene una dimensión espacio-temporal distinta que se manifiesta en la tradición oral y en una compleja corporalidad. La danza, como pensaba Marcel Mauss, es un “acto eficaz tradicional”. Es un acto ritual y festivo que contiene una memoria peculiar: la del cuerpo. Los pueblos de origen otomiano, asentados en una de las regiones del país que más radicalmente ha sufrido los efectos de una industrialización acelerada, han visto devastados sus nichos ecológicos y la transformación radical de su vida social. A pesar de que la actividad agrícola hace mucho tiempo dejó de ser su principal actividad económica, su vida ritual y festiva continúa vinculada a los ciclos agrícolas, a los santuarios en las cimas de los cerros y a sus extensas redes sociales. Es ahí donde trasmiten una memoria colectiva que ha sido formulada en diversos lenguajes y un principio de sociabilidad distinta basada en la reciprocidad con sus semejantes y con los santos patronos que dispensan la vida y lo que la sustenta: el agua, la lluvia y la energía que otorga salud y vitalidad. Estado de México Guiney y Guimpeda, la danza y música de arrieros Karla Rodríguez Coordinación Nacional de Antropología-INAH “Guiney”: los que están bailando. “Guimepda”: su orquesta o sus músicos. Así refiere el señor Adalberto Ramírez, actual miembro de la orquesta de arrieros del pueblo otomí-ñatho de San Francisco Xochicuautla, Lerma, Estado de México, quien a sus seis años de edad entró como danzante y a sus 21 empezó como músico. Cuenta que existen dos significaciones a las que los mismos arrieros responden sobre sus quehaceres. La primera se refiere al significado de la vida en la hacienda de la época colonial. Esta representación se hace a partir de los personajes que desarrollaban una actividad laboral sujeta al patrón: el mayordomo, el administrador, el rayador, el encargado, los peones y los atajadores. La segunda tiene un valor con más arraigo, a la usanza en Mesoamérica y su íntima relación con el maíz. Al santo patrón le gusta la Danza de Arrieros y él le solicitó en sus sueños en el año de 1944 su propia cuadrilla de arrieros de Xochicuautla, pues dependían de la de Atarasquillo: “la festividad salía triste. Veía que los otros tenían danza en Atarasquillo y por eso nuestros parientes decidieron unirse”, dice el músico. La orquesta nació a partir de que el papá del señor Adalberto soñara a San Francisco Xochicuautla, lo que interpretó como señal de que el santo también requería de sus músicos. Fue así que empezaron a organizarse para formar la orquesta. Cuando bailan los arrieros, le va bien a la comunidad con la milpa: “hasta ahorita va bien la planta. Hasta ahorita no ha granizado como en otros pueblos”. Su danza es para que haya buena cosecha. Por tradición se alaba al Señor y tiene efectos curativos: “si hay algún enfermito, y si yo bailo con fe se han hecho milagros“, asevera el arriero. Ya no existen los hacendados pero quedan las historias de los peones. Esos indígenas son los que ahora traen a escena capítulos para revivir el pasado por medio de sus pasos, vestimenta, cantos y alabanzas. La hacienda de San Nicolás Peralta era uno de los centros de trabajo de la región a donde se desplazaba la gente de Xochicuautla, mismos que actualmente están dando una lucha para defender los caminos por los que transitaban los arrieros. Esta población desde el 2007 a la fecha se ha pronunciado en contra del proyecto carretero que quieren imponer sobre su territorio ancestral, por la vía jurídica pero también han sabido poner en juego sus elementos culturales. Uno de ellos es la Danza de Arrieros que en últimas fechas ha sido invitada para presentarse este agosto en la sesión regional del Congreso Nacional Indígena en Chiapas. En esta ocasión se les invitó a los 70 integrantes que componen la danza, aunque sólo asistieron 30; el proyecto carretero ha trastocado la organización interna del grupo, pues hay quien piensa que no se debe mezclar lo político con lo religioso. Sin embargo, el sentido de la danza para algunos ahora es instrumento de lucha y se presentan en manifestaciones en contra del proyecto carretero. En los atrios se presentan el 4 de octubre y el 31 de diciembre en la iglesia de San Francisco Xochicuautla, y el 13 de mayo y 13 de septiembre en las festividades del Señor de la Exaltación: “algunos bailamos para que no pase ese proyecto, lo que queremos es que bailando con fe se cancele o pare el proyecto“. Dice don Adalberto: “nuestra Danza de Arrieros y nuestros músicos son famosos y recorren toda la región alegrando los corazones“, es parte del comunicado que presentaron en el Centro Indígena de Capacitación Integral (Cideci) en San Cristóbal de las Casas, además de la consiga: “Xochicuautla no se vende, se ama y se defiende“, resaltando que la palabra amor implica la vida, la vida es el bosque, amar a todas las representaciones que simbolizan la vida misma. La danza es una expresión de vida perteneciente a los arrieros que se adentraban por los bosques para comercializar productos al Distrito Federal. Como trabajadores de las haciendas, atravesaban una ruta de mercancías por caminos que llegaban a Tacuba y Tacubaya, y así vendían carbón, frutas y alimentos. Por eso la importancia de las alabanzas que se pronuncian como parte de los reglamentos de la danza. Si se construye la carretera, estará en riesgo de perderse la memoria histórica que los arrieros resguardan de las tradiciones que forman parte de su identidad. San Francisco Xochicuautla resiste, pues, también con los pies.
|