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Veracruz Mecos, damas, viejos y diablos: Aideé Balderas Medina DGCP-Conaculta En una mañana muy húmeda, allá por el año 2010, don Pedro Beltrán, agente municipal de Colatlán, Ixhuatlán de Madero, Veracruz, fue a visitar a don Heraclio Alvarado Téllez, mejor conocido como don Laco, el músico del pueblo. Pedro Beltrán ese año fue el encargado de hacer el trato con los músicos de violín para que estuvieran presentes en la fiesta del carnaval. Durante cinco días, don Laco junto con su jaranero y guitarrero recorrieron los diferentes barrios de Colatlán. Fueron por las calles hilvanando, a modo de popurrí, huapangos, canciones y sones, para que los disfrazados pudieran desfogar su alegría. Los capitanes se preparan con anticipación para cumplir con el compromiso, van por las calles recolectando ropa de mujer, zapatos de tacón, pelucas, sombreros y máscaras de madera y de plástico. Antes se acostumbraba disfrazarse con ropa “buena”; las mujeres compraban vestidos nuevos, los perfumaban y se los regalaban a sus novios para que se disfrazaran, pero como ahora “el horno no está para bollos” cualquier trapito viejo es bueno para transformarse y ser “otro” en tiempo de carnaval. El sonido del cuerno de toro es el llamado para que las personas asistan al punto de reunión a disfrazarse. El arte del disfraz consiste en confeccionarlo de tal manera que no puedan ser descubiertos. Se amarran dos pañuelos en la cabeza, se tapan bien la cara, solamente dejan libres los ojos y encima se colocan una máscara. Los hombres que se visten de mujer son llamados “damas”. Es sorprendente ver cómo caminan y bailan por calles empedradas con zapatillas de tacón de aguja. Una dama bien presentada es muy apreciada en el carnaval, por lo que muchos se rasuran todo aquello que pudiera atentar contra su feminidad. Una de las fiestas más importantes en la Huasteca es el carnaval. Este tiempo carnavalesco es dedicado para ofrendar a la tierra. La tierra es muy importante porque en ella habitan nuestros ancestros, es el patrimonio que se va heredar a los hijos y fundamentalmente gracias a ella podemos mantenernos con vida porque nos da de comer. Se ofrenda para pedir buenas cosechas, para que no caigan plagas y que haya buen tiempo. En el carnaval se abren las puertas del inframundo, vienen aquellos ancestros que murieron en circunstancias trágicas o poco afortunadas. En esta época se convive con el mal, representado por el Diablo. Lo que se busca en época de carnaval es equilibrar las fuerzas negativas, y convivir con el mal, que no es tan malo. Los disfrazados, también llamados mecos o “viejos”, representan a nuestros ancestros. Durante casi una semana bailan por las casas y los potreros. Se cree que si hay algún enfermo en casa o la milpa tiene plaga, es benéfico que los mecos vayan a bailar. El carnaval es tiempo para soñar, para curar mal de amores y para pedir que vengan tiempos mejores. Además de los mecos, el protagonista de esta fiesta es el Diablo. Principalmente los jóvenes se disfrazan de diablos. Andan con zapatos y solamente cubren su cuerpo con un calzoncillo o bóxer de licra y embadurnan toda su piel con pintura acrílica y aceite de cocina. En la cabeza se ponen una máscara de tela con cuernos y en la mano empuñan un trinche de madera. Los diablos tóxicos y brillantes emiten sonidos extraños, no pueden hablar, andan haciendo fechorías y persiguen a la gente del pueblo para pintarla. El carnaval paraliza todas las actividades del pueblo. La gente aporta dinero cada que los mecos van a bailar a su casa. Con el dinero recolectado se cubren los gastos de la comida para los disfrazados, se les paga a los músicos, se compran máscaras y se adquieren los insumos necesarios para hacer los zacahuiles (tamales gigantes para 80 personas cada uno) para la fiesta del cierre del carnaval. El último día del carnaval en Colatlán es el mero día de ceniza. Se hacen hasta 25 zacahuiles, se pone un palo encebado para jugar. El carnaval es eso, un juego donde todo el pueblo participa y representa personajes. Este día desde la mañana sale a las calles una pareja disfrazada de “novios”, por la tarde se lleva a cabo la boda en la plaza principal, donde el Diablo es el padrino. Se baila La víbora de la mar. Hay filas de damas, diablos y mecos. Después de la boda y durante la comida, los curanderos sahúman con copal y ramean a todos los invitados para asegurar que no hayan cogido un mal aire. Se termina el carnaval con un gran baile a ritmo de banda de viento. Al otro día todo mundo regresa a sus actividades cotidianas, satisfechos de haber participado, una vez más, de esta fiesta tan diversa, que sincretiza la cultura mestiza e indígena. Actualmente en Colatlán se llevan simultáneamente cuatro carnavales en Barrio Abajo, Centro, Tempexquititla y Terreros. Es una fiesta que está vigente y más viva que nunca.
Veracruz Danza de chikomexochitl: Mauricio González González (ENAH / ENM-UNAM) Ha pasado todo un día y en el xochikalli de El Guayabo, Veracruz, no ha dejado de sonar la música de costumbre, sones rituales que al temple de la guitarra y el violín dan vida y convocan a mujeres y hombres a la casa tradicional, esa en la que “Dueños” y “Semillas” habitan un altar que se desborda de flores de sempoalxochitl, mano de león y estrellas tejidas con coyol. Poco a poco hay más gente y de un momento a otro todo adquirirá movimiento. Los tlamatikemej, conocidos en español como curanderos, han terminado de recortar cientos de figuras antropomorfas de papel que darán cuerpo a los Dueños de todo lo que habita entre nosotros: el Sol, el Viento, el Trueno, el Fuego, la Sirena, la Cruz, los cerros patrones, los malos aires, pero también Semillas como el Chile, el Ejote, la Calabaza, el Frijol y, siempre, el Maíz, Chikomexochitl. Dicen los abuelos de la Huasteca que fue él, el niño maíz, quien enseñó a los maseualmej o nahuas a bailar y cantar, que lo hizo un día en el que jugaba en la milpa y danzaba en cada una de sus cuatro esquinas. Por eso hoy, cuando el maíz espiga, gusta de moverse a razón del viento, trayendo al presente aquella primera vez en que supimos bailar, elevando ese momento a su enésima potencia. Ha llegado la noche y el xochitlalia, ritual vernáculo o costumbre, ya cuenta con sus elementos fundamentales: flor, recortes de papel, viandas para ofrendar, velas, música y la presencia de mujeres, hombres y númenes que han sido convocados, como en toda fiesta, por cohetes de “arranque” que anuncian con estruendo tal evento. Los músicos arrecian los xochitsones y es momento de empezar a bailar frente al altar, primero en un gran círculo alrededor del petate que contiene las figuras de “los Patrones”, el costumbre ha comenzado y la danza –que evoca el movimiento cadencioso de las cañas de maíz, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, zapateando suave y alternando un pie con el otro– no cesará hasta el mediodía siguiente si es costumbre chica, pero si es grande, porque así lo ha pedido el Cerro patrón en sueños, terminará hasta la madrugada siguiente, después de hacerle una visita y dejar ofrenda en su cúspide. Y si danzar aparece propio de lo humano, en esta sociedad se revela como cualidad de lo viviente: no hay ente que posea tonalij, “sombra”, parecida a un alma, que no sepa bailar, y en el ritual de Chikomexochitl, que agradece la cosecha y pide por la siguiente, ello se muestra con especial consistencia: los recortes de Semillas, de Dueños, los santos y vírgenes, los bastones de los curanderos junto a todos los asistentes, danzan, incluyendo a las gallinas que serán desangradas sobre los recortes de papel, que muestran sus brazos levantados porque también danzan, es el esfuerzo del costumbre, así lo impone, no se puede parar mientras éste se encuentra en curso. Hacer ritual es danzar en la música que nos agrupa en comunidad, a la manera de la milpa, una en la que los diversos cohabitamos, donde la diferencia se agolpa produciendo un espacio que consiente al otro que es parte de lo nuestro. Bailar con Chikomexochitl es hacer milpa con los otros, comunidad de los muy diversos. Fue Roger Bastide quien nos enseñó cómo hacen ciertos pueblos cuando han perdido todos los referentes de paisaje que fungían cual memoria colectiva, rastro material de una historia objetivada en el entorno por medio de monumentos y construcciones, pero también de especies naturales seleccionadas; productos agrícolas privilegiados; de caminos y cruces, e incluso espacios valiosos, porque no hay nada más que espacio para encontrarnos, como es el caso de las plazas, galeras, canchas de futbol, de los traspatios, cada uno a su tiempo convertidos también en espacios de baile, pues suelen ser los de la fiesta. Las sociedades que fueron despojadas de este acervo, como las africanas, traídas al Nuevo Mundo desde el siglo XVI, hicieron de su cuerpo un reservorio de memoria colectiva, memoria encarnada que se hace presente no por sus cualidades genéticas, sino que construyen paisaje al momento de bailar, produciendo eso que sólo está dicho por el cuerpo, que se lleva a flor de piel. Memoria evanescente rebelde al archivo develado en movimiento. Entre maseualmej es común escuchar que el maíz nos enseñó a cantar, a bailar, nos dio la música, transmitió la escritura, pero también mostró cómo comer y, por tanto, cómo hacer milpa. La fiesta de Chikomexochitl es una en la que todo ello se inscribe en la piel de los que danzan, bastión y región de refugio del saber hacer mesoamericano. Veracruz La danza de los viejos y el discurso simbólico del matarachín
Rubén Croda León Culturas Populares-IVEC En algunas comunidades del municipio de Papantla, como Paso de Valencia y otras aledañas, los lugareños presentan una danza durante las festividades de Días de Muertos, del 31 de octubre al 2 de noviembre. En estos días, consagrados para honrar a los difuntos, actúan los huehues o “viejos”, parejas de hombres que interpretan papeles masculinos y femeninos, cubren sus rostros con máscaras y danzan al ritmo de las notas del violín y la guitarra, con los que se interpretan sones, entre los que destacan el de entrada, el Tochito, la Chicharra, el Caballito, los Enanitos, la Media Bamba, la Canasta y el Matarachín. Los viejos se caracterizan por encarnar a una diversidad de personajes ordinarios y fantásticos conocidos como el diablo, el charro, el caporal, la muerte, el Matarachín, el soldado, el puxcu, el apache, el payaso, el médico, el profesor, el futbolista, el brujo, el yerberito, el cura, el panadero, etcétera Otro sector de este grupo lo representan las “damas”, entre las que se encuentran representaciones de enfermeras, puxcas, secretarias, etcétera. Los huehues personifican a los difuntos, a los antepasados, son las ánimas que vagan por las calles y bailan ante los altares de las casas de los pueblos a cambio de un óvolo, que consiste en comida, bebida o dinero. Así, estos legendarios personajes entran en contacto con el mundo de los vivos al tomar el alimento que les ofrecen los dueños de las casas. La festividad de Días de Muertos es la apertura de un tiempo mítico en que la música y la danza, al igual que la máscara y la indumentaria dan paso a un discurso de símbolos que comunica una forma de pensar y de sentir que nos sumerge en el sacro mundo de los difuntos, como se manifiesta en la danza de los viejos, que entreveran lo lúdico y lo sagrado en un solo discurso, y funden el presente y el pasado en un solo tiempo, el tiempo mítico. La actuación de los huehues culmina cuando aparece en escena el personaje central de la danza, el Matarachín. Éste es envuelto con ropas fuertemente amarradas a su cuerpo, con sus brazos extendidos a lo largo de la cabeza y las manos ceñidas, donde le colocan una máscara de color oscuro. En los pies lleva otra máscara en color claro y su rostro es cubierto con delgadas telas que le permiten respirar. Este largo cuerpo bicéfalo es llevado al centro de un círculo formado por los danzantes, que permanecen acuclillados al tiempo que emiten ronroneos; luego comienza a flexionarse en mágica contorsión; en continuo vaivén, el “envoltorio” se dobla con destreza y rapidez hasta que los extremos se tocan y las máscaras chocan entre sí para después alejarse con la misma elasticidad hasta repetirlo un determinado número de veces. Un relato cuenta cómo en “aquel tiempo” la ropa del envoltorio adquirió la magia de encarnarse y el personaje del Matarachín se estaba transformando en gusano. Se dice que al tratar de desprenderle la ropa “(...) el pobre pegaba de gritos como si le arrancaran la piel”. En la cosmovisión comunitaria se considera arriesgado desempeñar el papel de Matarachín. El personaje debe actuar con devoción para evitar que le suceda lo que consigna el relato. Lo que evidencia la danza es la representación de dos opuestos que se tocan; las dos máscaras que se complementan en el acto de la unión se funden en una mágica representación de la dualidad en movimiento, “en vivo” donde juegan y se conjugan la vida y la muerte. El Matarachín es ejemplo ilustrativo del principio de la dualidad divina, característica de las sociedades prehispánicas, que posteriormente fue inhibida a partir de la introducción de preceptos judeo-cristianos llegados de Occidente e incorporados al pensamiento indígena como parte del proceso evangelizador. Una semana después vuelven a salir los huehues en la “octava”, momento propicio para refrendar la fiesta, para ello se destinan otros tres días y para el último día el regocijo perdura toda la noche y puede prolongarse hasta las diez de la mañana del siguiente día, cuando se dirigen al cementerio y antes de entrar se quitan la máscara, bailan 14 sones y ejecutan coreografías que configuran una cruz en el espacio; después asisten a la iglesia, aún ataviados pero ya sin la máscara y vuelven a bailar en cruz. Para concluir la “octava” tiene lugar un convivio en la casa del encargado de la danza.
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