Provocadores
Y exhibicionistas
ienso que conozco la naturaleza del provocador o, mejor dicho, los diversos móviles que incitan a una persona a proceder como tal. Las enciclopedias nos proporcionan una serie de sinónimos de este vocablo: fanfarrón, comprometedor, incitador, pendenciero, alborotador, belicoso, bravucón, amotinador, agresivo, pendenciero, instigador. Todas, en alguna forma, son ciertas pero yo, prefiero atenerme a mi personal experiencia: un provocador es el individuo que, por diversas razones, se dedica a realizar acciones que producen resultados totalmente adversos a la causa que afirma, y muchas veces pregona, sostener.
Existen, ciertamente, provocadores sin dolo ni doble intención. Realizan actos contraproducentes, estúpidos que son como un auténtico bumerán: arma lanzada contra un enemigo al que no impacta y regresa a su origen. La desesperación y la desesperanza, el miedo, el pánico, el callejón sin salida, la espada y la pared, son incitadores de estos actos que, al estar escribiendo estas líneas, me detengo a repensar y me desdigo. No, esas personas no pueden ser incluidas dentro de la ralea de los provocadores. Las acciones podrán ser semejantes, los efectos también, pero no las motivaciones, no el animus que las impulsa. Tan es así que, en muchísimas ocasiones, el actor es la primera víctima.
En la Inglaterra de 1810, como desesperada respuesta a la inevitable Revolución Industrial, surgieron diversos movimientos de obreros y jornaleros que llegaron, en su lucha, a extremos que dieron lugar a criminales represiones. El Movimiento Ludista, llamado así por un luchador proletario (Ned Ludd, de cuya existencia ni siquiera hay prueba plena), como protesta contra los miserables salarios, las jornadas interminables y los despidos injustificados incendió, entre 1811 y 1812, varias decenas de máquinas de tejer. La respuesta fue la ejecución de 18 trabajadores. El movimiento del Capitán Swing, (Kent, 1830), responsable de la destrucción de maquinarias y cosechas y aún el Cartismo, mucho menos violento, dieron pie a persecuciones, prisión, destierro y muerte de quienes reclamaban derechos elementales. ¿Eran estos trabajadores unos provocadores? Para mí, por supuesto que no. Eran hombres desesperados padeciendo sus cortas vidas en la ergástula de la miseria, la enfermedad, la ignorancia cotidianas. Ellos, con su lucha, escribieron décadas antes, el prólogo del manifiesto con el que Marx y Engels cimbrarían al mundo en 1848: la revolución la hacen los que no tienen nada que perder, si no sus cadenas, y sí en cambio un mundo que ganar (no entrecomillo porque cito de memoria, es decir, fuente no confiable).
Pero hay también los provocadores condotieros o mercenarios. Éstos, si les colman sus escarcelas, se dedican a infiltrarse en las filas protestatarias y promover divisiones, enfrentamientos, discordias pero, sobre todo, plantear acciones desmesuradas, encubiertas de heroísmo, que en el fondo son actos suicidas. Para validar sus absurdas propuestas, ellos se ofrecen para ser quienes corran los principales riesgos. (¿Los corren alguna vez?) El peligro los legitima. Ejemplos claros y cercanos, son los sujetos del guante blanco que dispararon contra el ejército aquel 2 de octubre (¡que no se olvide!), haciéndose pasar por estudiantes armados. Los embozados, agresores de policías y destructores de bienes públicos y privados en las recientes protestas estudiantiles. Esos que piensan que Proudhon es un antro, Kropotkin el baterista del nuevo grupo de los Bakunin, que está bien clavado tirando unas rolas muy heavies de protesta social que no te las acabas, güey.
Otro tipo de provocador es muy parecido a los asesinos seriales que afortunadamente atrapan (después de dos decenas de víctimas), en CSI New York o en La ley y el orden. Lo que buscan esos sicópatas (unos y otros) es ser, por un momento, reconocidos. Alcanzar con sus aberraciones 15 minutos de gloria: la nota principal del noticiero de hoy, las ocho columnas del diario de mañana. El perfil (así le llamamos en Quantico, Virginia) se repite: son producto de familias antediluvianas, tradicionalistas, autoritarias, lectoras de un solo libro –la Biblia– y, por supuesto, reprimidos sexuales. Los provocadores autóctonos de este tipo repiten algunas de estas características, aunque aquí la Biblia es casi un libro prohibido (los mexicanos no saldríamos del Cantar de los cantares, del erotómano Salomón). Estos provocadores son una especie de exhibicionistas o al revés y aquí me permito pasarle el micrófono, o más bien dicho, el tecleado, a don Carlos Alberto Libânio Christo o sea Frei Betto, de la orden mendicante de los predicadores dominicos y picudísimo teólogo de la liberación. Dice: “Hay adultos que no superan nunca la fase del exhibicionismo propio de la infancia (…). La tendencia al exhibicionismo es un síntoma de inmadurez (...). El exhibicionista se cree inferiorizado y por tanto necesita transformar la mirada ajena en lente de aumento capaz de ampliar su propia imagen. (...) En el niño se manifiesta el exhibicionismo por la desobediencia, las travesuras (...). Trata de arrancar aplausos o indignación a quienes se le acercan. (...) En la edad adulta el exhibicionismo se caracteriza por la búsqueda incansable de bienes compensatorios a la castración emocional: la mansión, las joyas, el auto de lujo, las funciones profesionales o políticas son adornos para tratar de encubrir una personalidad enana. (...) En el ejercicio de un cargo de dirección, el exhibicionista siente una necesidad compulsiva de comprobar siempre su poder (...). Carente de sí mismo, siempre quiere sorprender, contemplarse en el altar erigido por sus gestos espectaculares (...). En el centro de sus sueños no están los ideales que profesa, sino su figura misma. Sus motivaciones altruistas comienzan y terminan en su ego (...). El exhibicionista se complace en suscitar la envidia de todos cuantos se le acercan y no soporta convivir con quien se muestra más capaz que él. (...) Su infierno es la clausura, la carencia de bienes ostentosos, la reducción de estatus o la pérdida de poder. (...) Se desculpabiliza de toda acción inescrupulosa, como si le incumbiese la misión histórica de innovar los patrones morales. Por lo mismo, no se avergüenza de sus errores. (...) Ante la miseria ostenta riqueza; frente a la corrupción se constituye en paradigma moral”.
Satisfecho de haber conjuntado la caracterología de estos dos especímenes –provocadores y exhibicionistas–, iba a dejar la especulación teórica y hacer trabajo de campo, es decir me disponía a proporcionar y documentar un nombre concreto que representaba a la perfección, la conjunción entre el retrato hablado de Frei Betto, y mi propuesta sobre los diferentes tipos de provocadores cuando, Humbert Humbert Musachio, me dijo: se te escapa un género muy importante dentro de esta especie: los provocadores… pero de risa. Y reí. Me di cuenta de que podía haberme ahorrado cientos de valiosísimos caracteres, incrustando el nombre de don Germán Martínez Cázares tras de cada definición del dominico. Claro, el señor Martínez, que nunca ha dado paso sin huarache (en el pobre humor del que siempre él da muestras, diría: de Juan Diego
, por supuesto), trataría de pergeñar una insuflada argumentación, pero se le adelantó Jorge Alcocer, cuando citó al más incontrovertible testigo de cargo, en contra de Felipe de Jesús y sus deplorables validos: Castillo Peraza, sin tapujos, dijo: Antes de aprender a mal escribir, aprendieron a escupir.
Pero bueno, esto no termina hoy: hay tiempo, si Dios nos presta vida y salud, para exhibir, en próximas columnetas, a tan acreditado exhibicionista y provocador.
Pendientes impostergables: de pésima educación, no haber dado cuenta de la contestación del señor presidente del Trife, a mi demanda de información sobre los ingresos, individualizados, de los socios del Edén que él preside. Reconozco que fue una buena jugada: me remitieron tal cantidad de información que ya sé cuánto ganan las afanadoras, los bedeles, choferes, guaruras. Contraté un jovencito para estudiar y clasificar los datos de los siete que a todos nos importan. Su trabajo lo daré a conocer en cuanto lo descifre, pero, desde ahora, está a la disposición de cualquier interesado, sea de buena o mala fe. Los cinco primeros lectores que contestaron la pregunta de quiénes eran los hermanitos Jim y John Harbaugh fueron precisamente ellos, que se identificaron debidamente con su credencial del IFE, todavía válida. Luego vinieron Héctor de la Garza, Esteban Rodríguez Solís y el doctor Enrique Rábago. Todos, previa identificación suficiente, pueden reclamar un supermartini o una hamburguesa monumental, al abajo firmante.
El espacio no me da para despedirme de una pumita maravillosa: Cristina Magaña. Lo haré luego, y con cariño acrecentado.
Twitter: @ortiztejeda