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Charlie Chaplin
Algunas notas sobre el arte de la caída
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En la obra de Michael Quanne se pueden contemplar lugares en el mundo exterior a través del vidrio transparente, pero impenetrable y despiadado, de la ventana de una celda carcelaria
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La obra de Michael Quanne titulada Niño escapando, que la casa de subastas Christie’s puso en venta en diciembre de 2010
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El gran actor, compositor, productor y director británico, que fue condecorado con la Legión de Honor por el gobierno francés, murió en diciembre de 1977
 
Periódico La Jornada
Domingo 3 de agosto de 2014, p. 2

El ve lo que pasa en el mundo como algo a la vez despiadado e inexplicable. Y lo da por sentado. Su energía se concentra en lo inmediato, en ir viviendo y en encontrar un camino hacia algo un poco más luminoso. Ha observado que existen muchas circunstancias y situaciones en la vida que ocurren y vuelven a ocurrir y por tanto son, pese a su extrañeza, familiares.

Desde temprana edad le fueron familiares los dichos, los chistes, los consejos, los trucos del oficio, los albures. Todos ellos hacen referencia a los cotidianos y recurrentes enigmas de la vida. Por eso los asume con la proverbial intuición de saber contra qué se opone. Y casi nunca termina perplejo.

He aquí algunos de los axiomas de la proverbial intuición que ha adquirido.

El culo es el centro del cuerpo masculino; es ahí donde uno primero patea a su oponente. Y es de culo que uno cae, con más frecuencia, cuando nos derriban.

Las mujeres son un ejército aparte. Observen sobre todo sus ojos.

Los poderosos son siempre pesados y nerviosos.

Los predicadores únicamente aman su propia voz.

Hay tantos discapacitados en el entorno, que se requiere un controlador para el tráfico de las sillas de ruedas.

Faltan palabras para nombrar o explicar el flujo diario de problemas, las necesidades no cubiertas y los deseos frustrados.

La mayoría de las personas no tienen tiempo propio y no obstante no se percatan de ello. Perseguidos, persiguen sus vidas.

Tú, como ellos, no cuentas en lo absoluto, hasta que no te haces a un lado y te yergues para afrontar los riesgos. Entonces tus compañeros se detienen y te miran maravillados. Y en el silencio de ese maravillamiento yacen todas las palabras concebibles en cualquier lengua materna. Has creado entonces el vacío para un reconocimiento.

Las filas de hombres y mujeres que no poseen nada o casi nada son capaces de ofrecerte un resquicio, del tamaño exacto, para que un tipo pequeño se esconda.

El sistema digestivo está con frecuencia fuera de nuestro control.

Un sombrero no es una protección contra el clima; es la señal de un rango.

Cuando a un hombre se le caen los pantalones resulta una humillación. Cuando a una mujer se le vuela la falda resulta una iluminación.

En un mundo despiadado, un bastón puede ser un compañero.

Otros axiomas se aplican según la locación o las disposiciones.

Para entrar a casi todos los edificios se requiere dinero... o la evidencia de éste.

Las escaleras son toboganes.

Las ventanas son para arrojar cosas o para colarse por ellas.

Los balcones son puntos para escabullirse o para dejar caer objetos.

La naturaleza salvaje es un escondite.

Todas las persecuciones son circulares.

Tal vez cualquier paso que uno dé sea una equivocación, así que emprenderlo con estilo distrae a la gente de la probable mierda.

Algo así eran los saberes proverbiales de cualquier niño de 10 años (cuando cumples 10, tu edad tiene dos numerales por primera vez) en el sur de Londres, en Lambeth, al comenzar el siglo XX.

Mucho de esta niñez transcurrió en instituciones públicas. Primero en un asilo de pobres, después en una escuela para niños indigentes. Hannah, su madre, a quien estuvo muy apegado, fue incapaz de velar por él. Gran parte de su vida estuvo confinada en un manicomio. Provenía del ambiente de artistas de los Music Halls del sur de Londres.

Las instituciones públicas para los destituidos, como el asilo y la escuela para niños de la calle, parecían, todavía parecen, prisiones, en la forma en que están organizadas y en la forma en que están diseñadas. Son penitenciarías para fracasados. Cuando pienso en el niño de 10 años y lo que sufrió, pienso en las pinturas de un cierto amigo mío de ahora.

Hasta que cumplió 40 años, Michael Quanne pasó más de la mitad de su vida en prisión, sentenciado por repetidos hurtos de poca monta. En prisión comenzó a pintar.

Los temas de sus pinturas son historias de sucesos en el mundo libre de afuera, como son vistos e imaginados por un prisionero. Un rasgo impactante de tales pinturas es el anonimato de los lugares, de las locaciones mostradas en ellas. Las figuras imaginadas (los protagonistas) son vívidas, expresivas y enérgicas, pero las esquinas, los imponentes edificios, las salidas y entradas, las techumbres y los callejones, entre los que se mueven las figuras, son yermos, sin rostro, sin vida, indiferentes. En ninguna parte encuentra uno algún indicio o rastro de algún contacto maternal.

Contemplamos lugares en el mundo exterior a través del vidrio transparente, pero impenetrable y despiadado, de la ventana de una celda carcelaria.

El chaval de 10 años crece y se hace adolescente y después un hombre joven. Bajito, muy delgado, de ojos azules penetrantes. Baila y canta. Hace mímica. Como mimo inventa elaborados diálogos entre los rasgos de su rostro, los gestos de sus manos fastidiosas y el aire que lo circunda –que es libre, que no pertenece a ninguna parte. Como intérprete se vuelve un carterista magistral, robándose risas de uno y otro y otro bolsillo de confusión y desesperanza. Dirige cintas cinematográficas y actúa en ellas. Sus escenarios son secos, anónimos y sin madre.

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Hannah Harriet Hill, la madre de Charlie Chaplin, no fue capaz de velar por él, pues gran parte de su vida estuvo confinada en un manicomio
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Charlie Chaplin fue definido en 1913 por Roscoe Arbuckle como un total genio de la comicidad, indudablemente el único de nuestra época del que se hablará en el próximo siglo. Transcurrió el siglo y lo que dijo fue cierto

Queridos lectores, ya habrán adivinado a quién me refiero, ¿no es así? Charlie Chaplin, el tipo bajito, el vagabundo.

Cuando su equipo filmaba La quimera del oro en 1923, hubo una agitada discusión en el estudio en torno al argumento. Y una mosca les distraía la atención, así que Chaplin, furioso, pidió un matamoscas e intentó matarla. Falló. Después de un momento la mosca aterrizó en la mesa junto a él, al alcance de la mano. Levantó el matamoscas para abatirla, y luego abruptamente se detuvo y bajó el matamoscas. Cuando los otros le preguntaron por qué, los miró y dijo: No era la misma mosca.

Diez años antes, Roscoe Arbuckle, uno de los pesados colaboradores favoritos de Chaplin, recalcó que su compadre era un total genio de la comicidad, indudablemente el único de nuestra época del que se hablará en el próximo siglo.

Transcurrió el siglo y lo que dijera Fatty Arbuckle resultó cierto. Durante todo el siglo el mundo cambió profundamente, en lo económico, lo político y lo social. Con la invención de las películas habladas y el nuevo aparato de Hollywood, el cine también cambió. Y no obstante, las primeras cintas de Chaplin no han perdido nada de su sorpresa ni de su humor, ni su mordacidad o iluminación. Lo que es más, su relevancia parece más cercana, más urgente que nunca: son un íntimo comentario del siglo XXI, ese en el que estamos viviendo.

Cómo es eso posible. Quiero ofrecer dos ideas. La primera tiene que ver con el proverbial punto de vista que Chaplin tuvo del mundo, como ya dijimos antes, y el segundo se refiere a su genialidad como payaso que, paradójicamente, le debe tanto a las tribulaciones de su niñez.

Hoy, la tiranía económica global del capitalismo financiero especulativo, que utiliza a los gobiernos nacionales (y a sus políticos) como capataces de esclavos y a los medios mundiales como sus distribuidores de droga, esta tiranía, cuyo único fin es la ganancia y la incesante acumulación, nos impone una visión: un diseño de la vida febril, precario, despiadado e inexplicable. Y esta visión es aun más cercana a la proverbial visión del mundo de ese niño de 10 años, de lo que fue la vida en el tiempo en que se filmaron los primeros filmes de Chaplin.

Hoy por la mañana, los periódicos nos informan que Evo Morales, el presidente de Bolivia, relativamente abierto y nada cínico, propuso una nueva ley donde será legal que los niños puedan comenzar a trabajar tan pronto cumplan 10 años. Casi un millón de niños bolivianos ya trabajan para contribuir a que sus familias tengan que comer. Su ley les brindará un poco de protección legal.

Seis meses antes, en el mar que rodea la isla italiana de Lampedusa, 400 inmigrantes procedentes de África y Medio Oriente se ahogaron en un bote, inútil para la navegación, al intentar entrar clandestinamente a Europa con la esperanza de encontrar empleos.

Por todo el planeta, 300 millones de hombres, mujeres y niños buscan trabajo para conseguir los mínimos medios de subsistencia. El vagabundo ya no es singular.

El grado de lo aparentemente inexplicable aumenta día con día. La política del sufragio universal perdió su sentido porque el discurso de los políticos nacionales no tiene ya conexión alguna con lo que hacen o puedan hacer. Las decisiones fundamentales del mundo de hoy las toman los especuladores financieros y sus agencias, seres innombrables y políticamente enmudecidos. Como intuyera el niño de 10 años: Faltan palabras para nombrar o explicar el flujo diario de los problemas, las necesidades no cubiertas y los deseos frustrados.

El clown sabe que la vida es cruel. El abigarrado y multicolor disfraz del bufón era ya una burla de su acostumbrada expresión de melancolía. El payaso está acostumbrado a la pérdida. Perder es su prólogo. La energía de las payasadas de Chaplin es repetitiva y creciente. Cada vez que cae, se vuelve a poner de pie como hombre nuevo. Un hombre nuevo que es a la vez el mismo hombre y uno diferente. Ante cada caída, la multiplicidad es el secreto de su optimismo.

Esa misma multiplicidad le permite aferrarse a su siguiente esperanza, aunque esté habituado a que sus esperanzas queden hechas añicos vez tras vez. Aguanta con ecuanimidad una humillación y otra más. Cuando contrataca, lo hace con un dejo de remordimiento y ecuanimidad. Ser ecuánime lo torna invulnerable, al punto de volverlo inmortal. Nosotros, intuyendo su inmortalidad y nuestro desesperanzado circo de eventos, lo reconocemos con nuestra risa.

En el mundo de Chaplin, Risa es el apodo para la inmortalidad.

Hay fotos de Chaplin a sus ochenta y tantos años. Mirándolas un día me topé con una expresión familiar en su rostro. Pero no sabía por qué. Después me vino la certeza. La cotejé. Su expresión es como la expresión de Rembrandt en su último autorretrato: Autorretrato como el filósofo sonriente o como Demócrito.

Sólo soy un comediante de a cinco centavos, dice; todo lo que pido es hacer que la gente se ría.

Julio, 2014