a celebración de los Días de Muertos en México ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Son particularmente famosas las ceremonias en Mixquic, antiguo pueblo prehispánico que actualmente forma parte de la delegación Tláhuac. Pero hay aquí otro festejo que también es extraordinario: los Jubileos. Esta fiesta anual se lleva a cabo en marzo y tiene como objetivo reforzar los lazos de identidad entre los barrios del pueblo, así como los vínculos de compadrazgo con dos poblaciones aledañas.
Uno de los primeros momentos del Jubileo de cada barrio es la panceada, que consiste en una cena en casa del presidente de los comisionados, en la que se se da de comer a toda persona que se acerque a festejar. Ese es sólo el inicio de la celebración, después viene el momento cumbre y donde se encuentra la esencia del Jubileo: la procesión, en la cual se pasea al Santísimo por las calles principales del lugar, adornadas con hermosos tapetes de aserrín, en cuya elaboración participa todo el pueblo.
Una vez concluída, el Santísimo es regresado a la parroquia junto con la imagen de San Andrés, el santo patrono. Para despedirlos se baila al ritmo de la banda, se agitan los estandartes e inician los juegos pirotécnicos. Hay una elaborada organización comunitaria: los jóvenes son encargados de la cohetería, la señoritas de las flores, el arreglo de las calles y las capillas, mientras los señores de la banda y las señoras de la comida.
Otra de las riquezas que guarda Mixquic es el viejo atrio bardeado que luce un bello campanario del siglo XVII. Es el único recuerdo del templo original levantado por los agustinos a mediados del siglo XVI, que se desplomó por un temblor. El actual conserva un sobria fachada de tezontle negro con sus detalles en rojo, ambas piedras proceden de la cercana sierra de Santa Catarina, que rodea Tláhuac. El interior ostenta una decoración bastante reciente, con profusión de relieves de yeso en las bóvedas y arcos, en la que refulgen oros por doquier. Conserva un bello retablo barroco en el altar mayor, que también tuvo su baño de color oro brillante.
Las columnas que sostiene el interior del templo, que es de modestas dimensiones, seguramente correspondían al viejo recinto. Son de piedra basáltica, muy gruesas y sólidas, fuera de proporción para su uso actual. La oficina cural resguarda unas magníficas representaciones policromas de los cuatro evangelistas, que por sus dimensiones, con toda seguridad se encontraban en las pechinas del viejo templo.
Mixquic tuvo un gran centro ceremonial en la época prehispánica con orígenes en el siglo XII. De ello queda huella en varios objetos y esculturas, algunas impresionantes. Esculpidas en piedra negra sobresalen: un chac-mool, con la particularidad que en el vientre sostiene con las manos un objeto rectangular semejante a un libro; un tzompantli, que consiste en una gran caja de piedra que muestra huesos humanos y en cada extremo un enorme cráneo de piedra.
Hay un par de grandes piedras cilíndricas que tienen labrada con finura las figuras de una serpiente, una culebra anudada y una especie de gran moño. Lucen dos bellos aros de juego de pelota, pero sin duda el hallazgo más importante de la región es una representación casi tamaño natural de mictlantecuhtli, el temible dios de la muerte con su hígado colgante. Todas ellas se muestran en el antiguo atrio, montadas en columnas como adornos de un lindo jardín, junto con una cruz. Esta armónica convivencia de piezas veneradas por los ancestros mexicas con las del culto católico es una original expresión del más puro sincretismo.
Si va de visita a Mixquic cuando se celebra alguna de sus fiestas, seguro va a tener oportunidad de probar el mixmole, exquisito platillo que se prepara con un chile criollo nativo de esta región y que ya casi nadie siembra porque su cultivo es muy laborioso. Lo acompaña con una vigorizante bebida a la que llaman el calientito
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