Tierra Mestiza
Sábado 2 de agosto de 2014, p. a16
He aquí un disco bello, sencillo, que fluye de manera natural como un arroyo: Folía y son (Discos Pueblo), con el grupo mexicano Ensamble Tierra Mestiza, composiciones de Gerardo Tamez, Carlos García, Sor Juana Inés de la Cruz con Gerardo Tamez, Santiago de Murcia y un aromático anónimo peruano.
La pieza inicial da nombre al disco entero y es una delicia. En siete minutos con 38 segundos, se despliega ante nosotros una traslación de universos, una suerte de feliz eclipse entre dos astros, la confluencia de dos ríos, el abrevadero de las culturas cuando se trenzan: la folía, esa música antigua que estos músicos hacen nueva y el son, ese patrimonio de lo entrañable.
Folía es un vocablo portugués que significa, efectivamente, locura y también jolgorio. (Ergo: quienes gozamos de locura, siempre estamos de jolgorio).
Folía es una danza que data de finales de la Edad Media en la península Ibérica. Es de origen portugués, según constata el experto de la Universidade Nova de Lisboa, don Rui Vieira Nery: ‘‘la vemos citada en varios documentos portugueses de fines del siglo XV... en las cuales va asociada a personajes populares, habitualmente pastores o campesinos bailando enérgicamente (de donde proviene el nombre de ‘folía’, que en portugués significa ‘jolgorio’ y ‘locura’) bien como un modo sencillo de identificar su condición social al público o como celebración de un desenlace feliz de la trama”.
Condición de clase. Hay en los siglos XVI y XVII profusión de crónicas portuguesas donde grupos de campesinos son convocados para bailar la Folía en los palacios de la alta nobleza con motivo de acontecimientos festivos, como bodas y bautizos. No vaya a ser, decían los ricos: ‘‘que los pobres sean los locos, no nosotros”, jeje.
El máximo ejemplo de ejecución de folía musicalmente hablando y que haya quedado registrado en disco pertenece al maestro catalán Jordi Savall, cuyo álbum titulado La Folía recomendamos ampliamente.
Reúne Savall en ese disco folías antiguas y de varios autores notables, como Diego Ortiz, Antonio de Cabezón, Juan del Enzina, Antonio Martín y Coll y dos gigantes: Arcangelo Corelli y el maestro Marian Marais (¿se acuerdan del filme Todas las mañanas del mundo? Él, el alumno de Monsieur de Sainte Colombe).
Los palaciegos bailaban ensaladas, que así se llamaban ciertas danzas cuyo nombre se debía a que, efectivamente, contenía distintos ingredientes que se mezclaban: madrigal, romance, villancico.... sin cebolla, por favor. Para llevar, jeje.
Otra vez, el referente más elevado en la interpretación de ensaladas (datan de los siglos XV y XVI), es el maestro Jordi Savall, con su trabuco Hesperion XX. Ese disco, titulado así, sabrosamente, Ensaladas, contiene obras del inventor de ese género, don Matheo Flecha L’Ancien (ca. 1481-1553), aunque también hay piezas de Francisco Correa de Arrauxo y de Sebastián Aguilera de Heredia, contemporáneos de don Flecha el Anciano.
Decía que la pieza inicial del disco es la conjunción de ambos universos, el de la folía antigua y el del son mexicano.
Resulta genial, divertido, luminoso el momento en que deja de sonar la folía en esa pieza y de repente un giro rítmico nos alumbra una sonrisa en el rostro, cuando el arpa empieza a puntear jarochísimamente, prodigio que sale de las manos de la gran dramaturga, cuentista, dibujante y autora de las únicas, maravillosas Merceladas (mermeladas con los frutos que crecen en el patio de su casa): la maestrísima Mercedes Gómez.
Y luego nos unimos al coro de palmas y dibujamos arabescos con los pies cuando entra la guitarra del mismísimo compositor de esta pieza, el maestro Gerardo Tamez. Y qué decir del violín de Natalia Arroyo, sencillamente sensacional. Y del mágico track 6, una obra de Carlos García. Uno de plano se levanta del asiento y se pone a bailar.
Lo dicho: he aquí un disco bello, sencillo, que fluye de manera natural como un arroyo.