Aún hay mucho repertorio por hacer, dice el tenor en entrevista con La Jornada
Con Francisco Araiza aprendí a potencializar la sensibilidad innata en todas sus posibilidades expresivas
Está en puerta hacer María Estuardo, para el Liceo de Barcelona, y con la grabación con la Sinfónica de Minería se trata de buscar esa parte que me saca de la obra de Rossini, adelanta
Sábado 2 de agosto de 2014, p. 3
En semanas recientes, el notable tenor nacional Javier Camarena (Xalapa, 1976) estuvo en México en dos ocasiones: la primera, para dar un recital como hijo pródigo en su ciudad natal, y la segunda para presentarse en el Distrito Federal con la Orquesta Sinfónica de Minería y simultáneamente grabar con ese conjunto y la batuta de José Areán su primer disco de estudio.
Al término de una de las sesiones de grabación, el cantante sostiene un diálogo en exclusiva con La Jornada.
–¿Qué impresión le causó el recibimiento que tuvo en su reciente concierto en Xalapa?
–Fue mucho más allá de lo que hubiera imaginado. Había muchas cosas que eran de especial significado para mí.
“Era estar en mi casa, en mi tierra, cantar con una orquesta que conozco desde que era estudiante, mucho antes de que quisiera dedicarme a la música; con los maestros del coro, a la mayoría los que conozco también desde esa época.
“Estaba mi familia: padres, hermanos, primos y tíos. La mayoría de ellos jamás habían tenido la oportunidad de escucharme cantar. Y los reconocimientos que me hicieron el gobierno, la orquesta, la universidad, fueron muy emotivos.
“El concierto fue una cosa grandiosa, y si me he de quedar con una experiencia destacada sería la oportunidad de haber visitado la Fundación Ahteca, institución que se benefició con las entradas de este concierto en Xalapa, y ver que realmente apoya a una causa muy noble, a personas de muy escasos recursos enfermos de cáncer.
Encontrarme con mis amigos y mi familia, y este concierto que fue realmente emocionante, todo eso se me quedó muy grabado.
–A usted se le conoce y reconoce como un gran belcantista. ¿En qué región de estilo y repertorio se encuentra actualmente su voz y hacia dónde se va a mover en el futuro cercano como parte de su proceso de maduración?
–Sigo instalado en el bel canto, donde hay mucho qué hacer todavía. En estos años he estado inmerso en la mayor parte de mi trabajo musical en el repertorio de Rossini. Son ocho papeles rossinianos los que tengo y pronto se agregará un par: el Liebenskopf de El viaje a Reims, que haré el próximo año en la Ópera de Zurich, y el Idreno de Semíramis, con el Metropolitan en 2018.
“Si hablamos de hacia dónde voy, también descarto algunos papeles que he hecho, sobre todo de la parte buffa de Rossini. Entiéndase con esto, por ejemplo, que cantaré en el Metropolitan en 2016, La italiana en Argel, que fue con la que debuté en la Ópera de Zurich; será la última vez que cante esta ópera.
“Tuve también la oportunidad de participar en esta grandiosa, fantástica, inteligente producción de El Conde Ory, acompañado de Cecilia Bartoli y Rebeca Olvera, y creo que será mi debut y despedida de esta ópera.
“Me quiero quedar con El barbero de Sevilla, con La Cenicienta, que son dos óperas que me vienen muy bien, pero hay cosas que no sé si las volveré a cantar, como el Rodrigo, de Otelo, el Osiride, de Moisés en Egipto, una ópera que se pone con escasa frecuencia; Uberto, de La dama del lago. Trato de dejar un poco de lado esa parte de Rossini.
“¿Hacia dónde voy? Me quedo en el bel canto; hay todavía mucho repertorio por hacer, que complementa esta parte de maduración de la voz y de la técnica vocal. Esto implica explorar esa otra parte de Rossini; consolidar por ejemplo El elíxir de amor, pues creo que es la mejor ópera escrita para la voz de tenor. También ir un poco más hacia esa región del tenor lírico belcantista, como un primer paso y hablo del corto plazo.”
“Está en puerta –prosigue el tenor Javier Camarena– hacer María Estuardo para el Liceo de Barcelona, y esta grabación que hago con la Sinfónica de Minería se trata un poco de buscar esa parte que me saca del repertorio de Rossini.
“Por ejemplo, aquí ofrezco un Rigoletto, que ya viene para dentro de tres años, también en el Liceo de Barcelona. Quiero quedarme un tiempo en esa zona: Lucía de Lammermoor, Roberto Devereux, La favorita, ese repertorio que está todavía en un estilo que conozco y me permite con toda confianza abordar este aspecto más lírico de la voz, para después pensar, entonces sí, en un Verdi muy joven y un poco del repertorio francés en el cual ya tengo como un primer paso Los pescadores de perlas, una ópera que adoro.
Todo esto que hablo será por lo menos para los próximos ocho años, quizá 10 si incluyo un par de cosas más de Verdi. Por encima de eso, en este lapso, ya me dirá mi voz para dónde se quiere mover.
–El traslado a Zurich en 2006 implicó entre otras cosas el periodo de estudio con Francisco Araiza. ¿Qué herencia directa, importante, hay de la enseñanza de Araiza en su trabajo?
–Muy sencillo: el cantar. Así de simple. He tenido la suerte de contar con muy buenos maestros que me ayudaron a encontrar y desarrollar la parte técnica, pero a cantar, lo que se dice cantar, lo aprendí con Araiza.
“Con él aprendí a explotar el feeling que ya viene por natura, a potencializar la sensibilidad innata con todas sus posibilidades expresivas, a través de todo lo que viene en la partitura.
“Recuerdo algo que me da mucha risa. En una masterclass suya alguien decía: ‘Si nomás viene a decir lo que dice la partitura’, y así era; pero si el cantante no lo lee y lo entiende y lo pone en práctica, alguien se lo tiene que decir. ‘Aquí hay un forte, acá está un diminuendo, este es un pianissimo y viene un rallentando’.
La mayor parte de mi quehacer musical de estos años ha estado inmerso en el repertorio de Rossini, expresa Javier Camarena a La Jornada. En la imagen, el destacado tenor mexicano durante su visita a Madrid, el pasado junio, donde cantó para los reyes en el Palacio del PardoFoto Notimex
“Todas esas cosas desmenuzadas crean una atmósfera en una partitura, y comunican algo. Eso fue lo que aprendí con Araiza, a comunicar con el canto, y a disfrutarlo, a masticar cada una de las palabras y sacarles todo el jugo expresivo para comunicar algo.
–En la historia de la ópera han existido grandes voces que, como actores, son de cartón. A usted, en cambio, se le reconoce por una singular soltura y presencia escénica. ¿De dónde le viene esta parte actoral?
–En mis estudios tuve muy poca formación en este aspecto. Jamás recibí, en realidad, una clase seria de actuación.
“Cuando estaba todavía en México, cuando hice mi debut en Bellas Artes, todas las críticas dijeron ‘canta bien, pero está muy tieso en el escenario’. Y puede parecer una simpleza, pero lo que hago ahora es totalmente natural.
“Teníamos un taller de expresión en el Estudio de Ópera de Zurich, pero no era como para decir ‘¡qué bruto, cómo aprenden los muchachos!’
“Hacíamos dinámicas como por ejemplo desarrollar una escena sin decir nada. Hoy, cuando doy una masterclass sobre interpretación, asunto que me parece fundamental para realmente comunicar con el canto, me gusta decir que es como quitarse el rebozo, los prejuicios, dejar de chivearse y darse la oportunidad de vivir la experiencia de otro, del personaje, dejar que esa experiencia viva en uno mismo.
“La primera vez que me solté realmente en este sentido fue con La italiana en Argel; algo se me despertó, llegué al escenario y fue simplemente ser; nada más, ser, no puedo decirlo de otra manera. Se trataba principalmente de observar, de observarme. Cuáles son mis reacciones y mis expresiones cuando estoy cansado, cómo camino, cómo me veo; qué hago cuando estoy triste, cuando estoy enojado, cómo reaccionan los demás cuando están enojados.
“Cuando me ha tocado hacer papeles de nobles, de personas con poder y dinero, me pongo a observarlas, pues tienen lenguajes corporales muy claros.
“Me ayudaba mucho hacer ese análisis, pero tampoco puedo dejar de decir que me hice sobre el escenario.
“Tuve la fortuna de trabajar con grandísimos directores de escena que, poco a poco, me iban dejando enseñanzas sobre cómo moverme en el escenario, cómo reaccionar ante los demás personajes, cómo crear y desarrollar una escena, y para mí se ha vuelto sumamente interesante toda esta parte teatral de la ópera.
“El plus de esto se encuentra en la posibilidad de trabajar con grandes colegas, con los que estoy en el mismo canal, y con los que disfruto mucho hacer algo convincente para el público.
Dirigido por Abbado y Benini
–Ya que menciona a sus colegas, ¿hay algunos con los que particularmente haya hecho click para lograr interpretaciones muy satisfactorias?
–Sí, hay muchos. Entre los directores, por ejemplo, Claudio Abbado, Maurizio Benini; con José Areán me estoy encontrando magníficamente a través de una empatía muy particular. También debo mencionar a Enrique Patrón de Rueda, con quien empecé a hacer mis pininos, y quien me enseñó mucho a cantar con orquesta.
“Entre los directores de escena, debo destacar a Moshe Leiser y Patrice Caurier, genios del teatro que conocen perfectamente la ópera y saben lo que quieren, con una estructura completa de lo que necesitan que ocurra en escena. Y ya sobre eso, nos dejan improvisar, que es otro aspecto importante.
“Entre mis colegas mencionaría a Carlos Chausson, con quien me encanta trabajar. Y a Raimondi, quien es un monstruo del escenario; vaya que si me ha sacado risas al estar en escena.
“Entre las damas, Cecilia Bartoli, por supuesto; y fue estupendo trabajar con Diana Damrau en La sonámbula del Metropolitan. Y con quien mejor me siento trabajando en escena por sobre todas las personas que hay en el mundo es con Rebeca Olvera.
Hicimos juntos el debut en Bellas Artes y hemos tenido oportunidad de trabajar varias veces en Zurich. Además de estar siempre en el mismo canal, hay un gran cariño y un gran respeto, y siempre sabemos lo que hacemos en el escenario. Eso ayuda mucho a crecer en lo individual, y crece la producción, y cuando el éxito es colectivo me siento más satisfecho.
El pasado fin de semana, Javier Camarena realizó dos exitosas presentaciones con la Orquesta Sinfónica de Minería y José Areán, sustentadas en ese repertorio belcantista (Mozart, Rossini, Bellini, Donizetti, Gounod) al que se refiere en la entrevista con La Jornada.
En el concierto del domingo (al que asistimos) Camarena demostró, a pesar del doble esfuerzo que significó ensayar y grabar, que todo lo que se dice y escribe sobre él es más que justificado.
Estilo, color, ornamentos, rango dinámico, fraseo, articulación, todo de primer nivel, todo en su lugar, y complementado con una potente proyección de voz de la que carecen otros tenores con cualidades semejantes.
He aquí, además, a un tenor que no tiene inconveniente en cantar para las secciones de coro y orquesta de la Sala Nezahualcóyotl, que no rehúye hablar en un lenguaje coloquial y cálido con su audiencia y sus interlocutores, al que nada le impide hincar rodilla en tierra, como algunos de los personajes que ha interpretado en escena, para homenajear a su madre.
Ojalá que su merecida fama y su abundante agenda no le impidan volver pronto a cantar en México; escucharlo es un placer singular.