Priístas, panistas y verdes ‘‘ni vieron ni oyeron’’ calificativos
Martes 29 de julio de 2014, p. 5
La votación y la protesta son cronometradas. Diez minutos, dice el panista José González Morfín, cuando ordena votar en lo general el primer paquete de la reforma energética. Más o menos el mismo tiempo dura la protesta de los legisladores del PRD (tienen que llamar a gritos a su coordinador, Silvano Aureoles, para que se sume).
Los perredistas y legisladores de las otras izquierdas que se les suman colocan cartelones con la imagen del presidente Lázaro Cárdenas y una gran manta con las siluetas de Enrique Peña Nieto, Carlos Salinas y Vicente Fox, decoradas con los emblemas de petroleras trasnacionales: ‘‘No los veo ni los oigo, sólo vendo’’.
Las grandes pantallas donde aparecen los nombres de los diputados se van llenando de cuadritos iluminados en rojo o verde, según el sentido del voto de cada uno. El resultado es el esperado: 330 votos a favor contra 129 en contra.
Para dar agilidad al debate pactado (nadie va a cambiar el sentido de su voto por lo que escuche aquí), Manlio Fabio Beltrones ha convencido al PRD, como se hizo en el Senado, de agrupar en paquetes temáticos los artículos reservados.
De este modo se busca evitar una discusión que podría durar varias semanas (se espera que lo ‘‘resuelvan’’ en una). A cambio, a las izquierdas se les concede el debate, así sea con un formato que ahorca temas de gran complejidad técnica. Se les concede también que uno de los temas se llame ‘‘Trato discriminatorio hacia Pemex, asignaciones y contratos’’. Nada más.
Cerca de las cinco de la tarde se ha desahogado el primero de cinco paquetes y se procede a la votación en lo general (el proceso de discutir y desechar las objeciones de las izquierdas llevará más tiempo). Es cuando ocurre la protesta. Para la foto.
‘‘Pues sí, puede ser que muchos tengan ganas de tomar la tribuna o algo así. ¿Qué ganaríamos? Que se vayan a otro lado y la saquen de corrido’’, se encoge de hombros el profesor Miguel Alonso Raya, vicecoordinador de los perredistas.
‘‘¡Traidores, traidores!’’, gritan los diputados de las izquierdas, abriendo el intercambio de mierda que vuela a gritos por el amplio salón de sesiones (los reporteros observan la escena desde atrás, encerrados en el llamado ‘‘corral de la ignominia’’).
‘‘¡Línea 12, línea 12!’’, responden priístas y panistas. ‘‘¡Pemexgate, Pemexgate!’’, viene la contrarréplica. El que esté libre de pecado que lance el primer escándalo de corrupción.
La balcanización perredista
La jornada comienza fuera del recinto parlamentario. Centenares de policías capitalinos y federales salen sobrando para la pobre cantidad de perredistas que acuden –es un decir, porque los traen– a la convocatoria de Raúl Flores y Jesús Zambrano.
‘‘¿Cómo estamos, compañeros?’’, pregunta el animador. A falta de respuesta, se responde solo: ‘‘¡Muy encabronados!’’
El anuncio de que ha llegado el presidente nacional del partido, Jesús Zambrano, tampoco causa ninguna reacción. ‘‘Voooy, no se vayan a cansar de aplaudir’’, se burla una señora de Iztapalapa.
El mitin del PRD es una prueba de que el partido amarillo ha dejado atrás, para siempre, el caudillismo, para dar paso a la balcanización corporativa. ¿Pemex no se vende? ¿Peña Nieto traidor? No, el grito más escuchado en la concentración perredista es un nombre: ‘‘¡Dione, Dione, Dione!’’, en referencia a la diputada local de apellido Anguiano, que está aquí representada por su sobrina, Karen Quiroga, la legisladora federal que en diciembre pasado, acongojada por su mal comportamiento, ofreció disculpas a su ‘‘jefe’’ Manlio Fabio Beltrones.
Si el debate se pacta, no tiene por qué ocurrir distinto con el mitin. Contra la costumbre, y pese al nerviosismo de los guardias de seguridad del recinto legislativo, las puertas permanecen abiertas. Ventajas de la izquierda moderna. Unas horas más tarde, una manifestación de poblanos contra ‘‘el sátrapa’’ Rafael Moreno Valle, que el partido de mitin mañanero llevó también al poder, provoca el efecto contrario: nadie puede entrar ni salir por las puertas frente a las cuales se colocan los manifestantes.
‘‘Se puede cerrar un capítulo, pero no se acaba la historia’’, dice Jesús Zambrano en un discurso encendido que contrasta con la pasividad de los presentes.
Armados de jiribilla, los reporteros hablan con el presidente perredista sobre la ausencia de Morena y sobre las ‘‘muy tibias’’ protestas de la izquierda: ‘‘¿Qué tendría que suceder para que no se dijera que fuéramos tibios? ¿Tomar tribunas, cercar San Lázaro, generar violencia? ¿Así no seríamos tibios? No vamos a caer en eso’’.
El mitin ha durado menos de dos horas y termina cuando apenas comienza la sesión legislativa. Los reporteros quieren, entonces, saber si habrá más protestas. ‘‘En estos días este es el evento que teníamos programado’’, cierra el sonorense.
La victoria cultural y la satisfacción de la izquierda
Adentro, en términos generales, los priístas rehúyen el debate. ¿Para qué enfrentar a las izquierdas si panistas y verdes hacen de golpeadores? Los priístas, claro, defienden la propuesta y casi ninguno deja de mencionar al Presidente de la República. En materia de zalamería, sin embargo, los campeones son los verdes.
‘‘El Partido Verde acompaña al presidente Enrique Peña Nieto, desde el primer día y hasta el último, en todos sus proyectos’’, dice el diputado Ricardo Astudillo, quien podría ser uno de los primeros ganadores de esta reforma, puesto que aspira a que su partido reciba en pago la titularidad de uno de los muchos órganos ‘‘reguladores’’ que creará esta reforma (en su caso, una agencia de seguridad industrial y medio ambiente).
Lo escucha un priísta con más de 40 años de cargo en cargo; menea la cabeza y cuenta: ‘‘Hubo un director general de la Secretaría de Gobernación que había trabajado con Jesús Reyes Heroles. Cuando éste fue remplazado por Enrique Olivares, el director se le presentó para ofrecer ‘lealtad hasta el último día’. Lo corrió al día siguiente’’.
Aunque la mayor parte del tiempo el debate es pavorreal que se aburre bajo la luz artificial del enorme salón, de cuando en cuando panistas y priístas deciden que no resistirán más que se les llame ‘‘traidores a la patria’’. Rubén Camarillo, quien ha arrastrado la pluma por los panistas desde la reforma constitucional, no actúa como el técnico que dice ser cuando suelta: ‘‘Y lo decimos recio y quedito, éste es un triunfo cultural de Acción Nacional, no sólo porque su contenido refleja claramente la visión que hemos venido planteando para el sector energía de nuestro país, sino también porque es una prueba fehaciente del paradigma de que también desde la oposición se puede seguir construyendo México’’.
La gritería en las curules de las izquierdas parece olvidar que Carlos Castillo Peraza, quien acuñó la expresión ‘‘victoria cultural’’, también decía que el PAN era cogobierno desde 1991.
El PAN, en su brega de eternidad, se quiere arrogar una ‘‘victoria cultural’’ que no lo es: si hay un triunfo, pertenece al PRI neoliberal, que con esta reforma completa un plan trazado por Carlos Salinas de Gortari (que a Ernesto Zedillo no se le haya ocurrido ni en sus ‘‘más delirantes sueños’’ no hace sino confirmar la ruta).
Suelta Camarillo la lista de ‘‘mentiras’’ de la izquierda, y remata con lo que quiere ser una estocada: ‘‘No hay sustento técnico y menos racional, porque es sólo la postura de estar en contra de todo y a favor de nada. No hay propuestas, sólo descalificaciones. Si esa es la postura que satisface a la izquierda, pues que se lo coman’’.
Por si alguien no había entendido qué significa eso de la ‘‘victoria cultural’’.