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Agua fácil, agua difícil
L

os Duvalier, Papa Doc y Baby Doc continuaron durante su dictadura el nefasto legado colonial que Francia había dejado: la deforestación de 50 por ciento de los bosques haitianos. Al presente, Haití es el país más pobre, vulnerable y expuesto a las catástrofes naturales de América Latina. Un territorio cenizo con 98-99 por ciento de déficit forestal y graves problemas hídricos y de salud.

El bosque, ya desde las últimas décadas del siglo pasado, aparecía en los discursos de los hombres públicos como motivo de preocupación. En el X Congreso Forestal Mundial (París, 1991), el entonces presidente François Mitterand atenuaba en algo las atrocidades de sus compatriotas coloniales. Refiriéndose al bosque, decía a los asistentes: Ustedes saben que ese patrimonio, que cada generación utiliza y trata de hacer fructificar, puede desaparecer. Según las estimaciones de las Naciones Unidas, 17 millones de hectáreas desaparecen cada año, es decir, más de la superficie total del monte francés, lo cual nos permite medir mejor la magnitud del drama.

Entre nosotros es muy conocido ese tipo de desapariciones. Cuando fue gobernador de Nuevo León, el panista Fernando Canales redelimitó (redujo, para ser precisos) el ya menguado Parque Nacional Cumbres: de las 245 mil hectáreas originales, se lo ha reducido a la mitad. Ahora, al lado de algún otro político en activo, es socio de una empresa que proyecta desarrollar un fraccionamiento residencial, con campo de golf y otras facilidades, dentro del perímetro que su gobierno dejó bajo el estatuto de área protegida. Iniciativas como ésta no se hacen sin la complicidad del Estado. Bastó con una simple decisión del Ejecutivo, como en cualquier dictadura, para modificar el llamado plan de manejo del área en cuestión. El documento lo firma el subsecretario de Protección al Medio Ambiente y Recursos Naturales de la Secretaría de Desarrollo Sustentable del estado. Es muy probable que sea simpatizante, por lo menos, del Partido Verde Ecologista.

El bosque está vinculado al agua. Y en el siglo 21, las guerras por el agua serán tan violentas y destructivas como hasta ahora lo han sido por el petróleo. No es por parecer terribilista, pero ya en el 20 supimos de ciertos malos augurios. Israel dio muestra de dirigir su estrategia bélica sobre blancos árabes, tanto para reforzar sus posiciones territoriales presentes y las que pretende alcanzar a costa de sus vecinos, como para controlar acuíferos de vital importancia. El resultado: mientras los palestinos apenas tienen un promedio de 60 litros de agua (el mínimo internacional es de 150), los israelíes tienen un promedio de 300 a 800 litros.

A Israel no se le puede negar, como a ninguna otra comunidad, el acceso a las condiciones indispensables para vivir, entre ellas la dotación de agua. Pero no a costa de privar a otras del líquido mínimo establecido para que un ser humano satisfaga sus necesidades corporales y las de su hábitat.

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En México, los pobres pagan más cara el agua que los ricosFoto Cuartoscuro

Es lo que Américo Saldívar analiza en su libro Las aguas de la ira: economía y cultura del agua en México. Una de sus tesis, minuciosamente argumentada, es la de que los pobres pagan muchas veces más cara el agua que los ricos. Los pobladores que no tienen agua entubada deben gastar, de su magro ingreso, entre 14.5 y 28 por ciento en la compra de agua (de mala calidad) a quienes comercian con ella. Un genuino combate a la pobreza tendría que empezar por la solución de problemas como éste.

Cuando Enrique Peña Nieto declaró que se han terminado los tiempos del agua fácil y barata, ¿qué quiso decir? ¿Los ricos pagarán no tanto, pero sí lo que deben en la compra de agua? ¿Aquellos que comercian con ella la van a pagar más cara o, por lo menos, la van a pagar? Pienso en lo que ha sido la fabricación de cervezas y gaseosas a lo largo de muchas décadas en Monterrey. ¿Lo que factura Femsa o Heineken por la venta de sus líquidos se corresponde con el agua que extraen para convertirla en mercancía? Conagua y Agua y Drenaje de Monterrey, ¿tienen siquiera debidamente registrados y monitoreados los pozos y acuíferos de donde salen los volúmenes que industrializan?

Por otra parte, el proyecto Monterrey VI, planeado para trasvasar las aguas del río Pánuco, ¿está pensado para beneficio de los habitantes de Nuevo León y sus necesidades humanas y productivas, o bien para proveer, en lo fundamental, las cantidades navales de agua que requiere la perforación de pozos para obtener el gas shale? Tenemos derecho a pensarlo así. El ejemplo de Canales Clariond y socios no es aislado; hay otros ejemplos en Nuevo León y el resto del país.

El mal uso de la bentonita es tradición en México. En las obras de la línea 3 del Metro se la empleó muy probablemente de esta manera. Decenas de peces del río Santa Catarina aparecieron muertos. Las autoridades responsables dijeron que no fue a causa de la alta contaminación del agua. El ambientalista Guillermo Martínez Berlanga, a pregunta que le hiciera una periodista, señaló que los peces, entonces, debieron haberse ahogado. No sabían nadar.

Si con un solo compuesto mineral mal empleado se produjeron esos efectos, hay que pensar lo que ocurriría con los más de 300 químicos requeridos (muchos de ellos tóxicos, cancerígenos y mutagénicos) para perforar y fracturar la roca ( fracking), esa técnica que ya se ha prohibido o está en vías de prohibirse donde hay una ciudadanía exigente y un Estado fuerte y responsable.