Jorge Ramírez fue liberado
del albergue de Mamá Rosa y ahora busca seguir sus estudios
Viernes 25 de julio de 2014, p. 11
Culiacán, Sin., 24 de julio.
Tras nueve años de vivir entre golpes, malos tratos, comida en descomposición y el desarrollo de una enfermedad que marcó su vida, Jorge Ramírez Bañuelos regresó a su hogar en Ahome, Sinaloa. Es uno de los liberados
–como se presenta– de La Gran Familia, el albergue de Zamora, Michoacán, dirigido por Rosa Verduzco.
Es un joven con buena memoria. Recuerda el día exacto en que el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de Ahome, lo mandó a Michoacán: el lunes 14 de febrero de 2005.
Tenía 13 años cuando salió de la casa de su tía adoptiva Mirna –quien dirige la asociación civil Dignifica tu vida en familia–, entonces su tutora, para ir a jugar a la casa de un compañero de la escuela. Relata que jugó con su amigo y después se quedó dormido. Lo despertó la mamá de su amigo para entregarlo a dos mujeres que se identificaron como trabajadoras del DIF municipal.
Ya pasaron nueve años, pero recuerda que las mujeres lo invitaron a pasar la noche en la casa hogar Santa Eduviges, dirigido por la congregación de las Hermanas Misioneras de la Misericordia del Sagrado Corazón de Jesús. Y aceptó porque ya era de noche. Al día siguiente ya no le permitieron salir del albergue.
Carla América Rojo Montes de Oca, ex directora del DIF de Ahome, y Lupita Saldaña, ex procuradora de la Defensa del Menor, son nombres que no se borran de la memoria de Jorge. Estas mujeres le prometieron que iría a un lugar donde podría aprender música y estudiar, un lugar donde estaría bien cuidado y alimentado.
“Era en realidad un infierno; nos trataban a puros palos, nos daban comida echada a perder, si uno se escapaba nos encerraban en un cuarto llamado El Pinocho, porque había muchos dibujos de Pinocho”, relata el joven que hoy tiene 22 años.
En la casa hogar La Gran Familia, Jorge estudió desde quinto año de primaria hasta concluir su preparatoria, en clases que se impartían en el albergue, sin embargo, no cuenta con papeles oficiales que acrediten esos estudios.
En los nueve años recluido también aprendió a tocar la viola, el piano, el saxofón y la corneta. Desde el primer día que llegó al albergue comenzaron las clases de música, las prácticas eran todos los días, durante cuatro horas.
Jorge formaba parte de la orquesta y participó en diversas presentaciones en Michoacán, Guadalajara y hasta en la ciudad de México. Relata que por las presentaciones Mamá Rosa cobraba entre 2 mil y 4 mil pesos, pero a cada integrante de la orquesta le tocaban 50 pesos, divididos en dos vales de 25 pesos cada uno que sólo se podían cobrar dentro del albergue, como una tienda de raya.
“Una vez nos pusimos en huelga porque tenían mucho sin pagarnos y dijimos a la jefa (Mamá Rosa) que ya nadie iba a tocar. El maestro nos defendió y nos pagaron. Pero era rara la vez, nunca en efectivo, eran vales para cambiar por cosas de higiene personal, por ejemplo, a las mujeres les vendían sus toallas femeninas”, cuenta Jorge.
José Bañuelos Jiménez, el abuelo materno de Jorge, un hombre humilde de avanzada edad, llevaba años buscando a su nieto. José y Mirna, la activista social que fue su tutora en la infancia, presentaron diversos recursos legales, acudieron a funcionarios públicos de Sinaloa y expusieron el caso ante medios de comunicación locales durante años, pero la respuesta siempre fue la misma; no pasaba nada.
En 2011, cuando Jorge cumplió la mayoría de edad, su abuelo envió una carta a la presidenta del DIF de Ahome, Marisol Rojo de Xóchihua, pidiendo apoyo económico para completar el pasaje a Zamora, Michoacán, y tratar de recuperar a su nieto, tampoco hubo respuesta.
Hace dos años, Mirna logró viajar hasta Zamora y se entrevistó con Mamá Rosa, quien en ningún momento le permitió ver al joven y la convenció de que su sobrino adoptivo se encontraba en buenas manos. Yo me vine convencida porque ella, muy amablemente, me explicó que si Jorge nos veía se iba a alterar, íbamos a interrumpir su formación de músico, que era un jovencito con ganas de estudiar y no había que alterarlo
, recuerda Mirna.
Jorge, efectivamente, aprendió a tocar varios instrumentos, pero narra que tuvo su costo. Durante una temporada el castigo por no querer estudiar música incluía golpes en los testículos. Tuvo que ser intervenido y al final perdió uno de ellos. Recibió quimioterapia porque el diagnóstico fue cáncer, y el tratamiento de dos años contra el cáncer le desencadenó diabetes. Hoy depende de la insulina.
El lunes 21 de julio, Jorge y cinco compañeros más de La Gran Familia llegaron a Sinaloa, por conducto del DIF del estado. Del último día que estuvo en aquel albergue recuerda a hombres armados y varios gritos que les aseguraban que todo había terminado.
“Yo estaba llevando mi instrumento al salón de actos y cuando iba a salir llegaron ellos de sorpresa, nos dijeron ‘tírense al suelo, no pasa nada, venimos a ayudarlos a regresar con sus familias, ustedes no tengan miedo’”.
El jueves 24 de julio Jorge regresó a Los Mochis, donde lo recibió Mirna, la mujer que lo cuidaba cuando tenía 13 años.
Planea buscar a su abuelo materno, rencontrarse con sus hermanos, conseguir un trabajo e ir a la universidad.
Me siento muy feliz, pero el problema es que no tengo papeles, me dijeron en el DIF de Culiacán que iban a hacer lo posible por tener contacto con las autoridades educativas para rescatar mis papeles. Necesito salir adelante, quiero estudiar en la universidad algo de música
, cuenta entusiasmado.
La presidenta de la asociación civil Dignifica tu vida asegura que por el momento están felices y con esperanzas renovadas, aunque no descarta presentar una demanda contra el gobierno de Sinaloa por los nueve años que Jorge vivió inhumanamente en el albergue de Mamá Rosa.