l cumplirse 12 días del reinicio de la ofensiva bélica de Israel sobre la franja de Gaza, el número de víctimas mortales en el martirizado enclave palestino ascendía hasta ayer a 311 personas, 80 de las cuales son niños. Es posible que dicha cifra se incremente de un momento a otro, habida cuenta que el gobierno de Tel Aviv ha decidido intensificar los ataques aéreos y terrestres lanzados contra Gaza y su población, con el supuesto fin de destruir objetivos militares del grupo Hamas, pero que en la realidad se han traducido en una carnicería en la que el grueso de las víctimas son civiles inocentes, a pesar de la sofisticación de un sistema militar israelí que se presenta a sí mismo como inteligente
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La devastación humana y material que ha sufrido Gaza en las semanas recientes hace urgente detener la ofensiva que realiza Israel en el infortunado enclave palestino. En la circunstancia actual, sin embargo, es claro que tal decisión no vendrá del Estado israelí, cuyos grupos políticos, como muestra de la profunda descomposición moral que enfrenta, se han volcado en apoyo a la agresión a Gaza e incluso lucran políticamente con ella. Más aún, la versión actual de las hostilidades aparece como un intento por dinamitar la incipiente unidad que los palestinos habían alcanzado en meses recientes entre las corrientes pertenecientes a Al Fatah y Hamas: a estas alturas, la población de la atormentada franja de Gaza, acorralada por el fuego de Tel Aviv, tiene sobradas razones para desconfiar de los procesos de negociación emprendidos por la fuerza política que encabeza Mahmoud Abbas, los cuales han sido objeto de burla sistemática por parte de Israel, con independencia del signo político de ese gobierno.
En tal circunstancia, se vuelve particularmente necesaria la intervención del cuerpo político internacional y, en concreto, de los centros de poder de Washington y Bruselas. No obstante, hasta ahora ese escenario tampoco se antoja viable: las condenas iniciales emitidas por las potencias occidentales a la violencia en Gaza han derivado, con el curso de los días, en reivindicaciones al pretendido derecho de Israel a defenderse
–como balbuceó ayer el presidente estadunidense Barack Obama– y en señalamientos que presentan a Hamas como la responsable única de la ofensiva israelí en Gaza. Afirmaciones de este tipo ponen de manifiesto, por lo demás, el doble rasero de Occidente ante acciones injustificables cometidas por uno de sus aliados estratégicos; es de suponer que, en otras circunstancias, Estados Unidos y la Unión Europea habrían aplicado sanciones económicas e incluso habrían calificado de terrorista
al régimen del país agresor.
En el momento presente, y ante la gravedad de la crisis en Gaza, resultan inútiles sólo las condenas y la consternación manifestada por los gobiernos occidentales.
Según puede verse, ante la indolencia de los gobiernos, corresponde a los sectores conscientes de la sociedad civil demandar a sus autoridades que presionen a Israel para lograr un alto el fuego y que contribuya a avanzar en la reconfiguración geoestratégica del Estado hebreo en la región. Para ello es necesario que los grupos de apoyo a Palestina posicionen en sus agendas el cumplimiento por Tel Aviv de las resoluciones 242 y 338 de la ONU, que ordenan el retiro inmediato de la totalidad de los territorios ocupados en la guerra de 1967 –Cisjordania, Gaza y la Jerusalén oriental– y el reconocimiento del derecho de los palestinos a establecer un Estado pleno, soberano e independiente.