on 17 años, agobiada por la pobreza y con las ilusiones en la misma bolsa donde guardaba celosamente sus escasas pertenencias, salió de su país esperanzada en un futuro prometedor. A lo lejos recordaba la figura de su hermano, tres años menor que ella, que se quedaba solo, a la espera de reunirse nuevamente más allá de la propia frontera. Huérfanos de madre y abandonados por el padre, uno y otro conformaban su única familia. Con grandes esfuerzos viajó por tierra y cruzó la frontera mexicana por Ciudad Hidalgo. Una vez en territorio nacional, La Bestia le dio la bienvenida y viajó con diversos grupos de personas que, como ella, anhelaban una vida mejor. No lo logró, la fatalidad se interpuso y hoy es sobreviviente de uno de los tantos crímenes cometidos contra migrantes en San Fernando, Tamaulipas.
El vocablo migrante expresa movimiento, es el acto de cambiar de lugar, así lo explica mi maestro y amigo Matteo Dean, quien fue colaborador de La Jornada, en su obra póstuma, Ser migrante, donde describe la cruda realidad de la migración en México.
Nuestro país, por su ubicación geográfica, es paso obligado para las personas que buscan el sueño americano; es también la antesala del horror. Los migrantes, en su afán por cruzar desde la frontera sur hasta traspasar los límites de la norte, son sujetos de abusos, secuestros, extorsiones, violaciones, robos y, para muchos, es su último boleto, pues la muerte los acecha.
Cuerpos descuartizados, abandonados y arrojados en fosas comunes cavadas con sus propias manos; mujeres violadas y niños abandonados a su suerte. Personas sin identidad, cuyos familiares buscan una respuesta que irónicamente casi nunca llega.
¿Cómo entender el fenómeno de la migración? ¿Qué vinculación guarda, más allá de la pobreza de las personas, con la legislación, los procedimientos migratorios, las demandas de asilo y los refugiados? ¿Y, sobre todo, con las injusticias y los crímenes que los victimizan?
La Suprema Corte de Justicia de la Nación, en septiembre de 2013, publicó el protocolo de actuación para quienes imparten justicia en casos que afectan a personas migrantes y sujetas de protección internacional. Este instrumento es una herramienta práctica que permite adentrarse en el conocimiento de los ordenamientos jurídicos que regulan el tema, además de citar sentencias internacionales y buenas prácticas en la materia.
El Poder Judicial, las instancias migratorias y todas las autoridades del país tenemos el deber de garantizar la mayor protección de los derechos humanos de las y los migrantes, y de quienes están sujetos a protección internacional, lo que se traduce en desarrollar nuestra labor con apego al principio pro persona que, en términos muy simples, implica interpretar la ley buscando el mayor beneficio para el ser humano.
A quienes impartimos justicia nos corresponde vigilar la actuación de las autoridades, máxime cuando es una verdad irrefutable que para las personas migrantes existen numerosos obstáculos para alcanzar las instancias de justicia. La pobreza, el miedo, las amenazas, el desconocimiento del idioma y de los procedimientos, aunado al temor a ser deportados, constituyen los principales factores que los limitan y les genera desconfianza. Muchas de estas trabas son consecuencia de los interminables trámites administrativos y jurisdiccionales o de impedimentos directos impuestos arbitrariamente por las autoridades, donde la justicia se vuelve tortuosa y tan o más lejana que la frontera soñada.
La migrante de este episodio de terror se reunió con su hermano. Ni La Bestia ni San Fernando se convirtieron en su último boleto. La rescataron de una casa de seguridad donde las mujeres fueron violadas y los hombres corrieron otra suerte
; recibió asistencia médica y sicológica de las autoridades mexicanas.
Experiencias como esa marcan y supuran. Frente a la injusticia no podemos permanecer como simples observadores. Las y los juzgadores debemos asumir nuestro papel como garantes de la justicia. Es un reclamo social que contribuyamos a romper con los círculos de la invisibilización, la criminalización y, sobre todo, con la indiferencia. ¡La habituación al horror!
¡La justicia también debe ser migrante! Aprender a cambiar de lugar, levantar la voz, indignarse. Activar la alarma ante la crueldad y la infamia, y actuar como corresponsables de una realidad que nos concierne a todos. No debemos esperar a que los migrantes lleguen a nosotros, a que toquen las puertas de la justicia. Todas las autoridades del país estamos obligadas a actuar diligentemente. A movernos y traspasar fronteras. El clamor social nos obliga a migrar hacia nuevos horizontes, donde se convierta en realidad el respeto absoluto de los derechos humanos. ¡Tenemos el boleto y para la justicia no tiene retorno!
*Magistrada federal y académica universitaria