Opinión
Ver día anteriorMartes 15 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La orquesta sin director
E

n mis años de estudiante de economía tuve un profesor que era historiador: Arturo Arnaiz y Freg. La historia es un conocimiento indispensable para un economista. El profesor Arnaiz recitaba largos pasajes de sucesos tan interesantes como entretenidos, especialmente del sigo XIX mexicano. Los alumnos sospechábamos que nuestro profesor añadía buenos trozos de historietas a la historia que nos narraba. Saberse el año, el mes, el día de la semana y la hora de un suceso relevante de la historia mexicana daba para la sospecha.

Le gustaba hacer bromas latosas sobre los economistas, de modo que uno a veces se preguntaba por qué era profesor en la Facultad de Economía. Un día nos contó muy divertido que tenía un vecino al que encantaba la música culta, que tenía una batuta y que, a veces, ponía un long play de su autor preferido ­–Wagner–, tomaba la batuta y se ponía a dirigir con pasión y entusiasmo El anillo del nibelungo (obra preferida del vecino de nuestro profesor), que es el nombre correcto y no en plural, como suele traducirse. La batuta, narraba, la agitaba con energía, fogosidad y arrebato. Pero en algún momento el vecino de marras llegaba al sudor, y dejaba la batuta en cualquier parte; naturalmente, decía nuestro profesor, “la música continuaba sonando con toda su fuerza y belleza…: esos son los economistas”, remataba. Aún estudiantes, muchos nos percatábamos de que el vehemente profesor no entendía mucho de economía.

Hay mil cosas que decir de la creencia de nuestro exaltado e ingenuo profesor. Para él apenas quería decir que los economistas eran superfluos: la economía funcionaba por sí sola, aun cuando los economistas creyeran que la estaban dirigiendo. Los neoliberales creen más o menos lo mismo, pero no ven innecesarios a los economistas: son guardianes de los intrusos que quieren manipular el mercado: están (esos economistas) para librar las batallas que sean necesarias a fin de que el mercado no tenga interferencias. El mercado se las arregla en el largo plazo para hacer que la economía funcione naturalmente; tan sólo hay que impedir que los populistas metan las manos y todo lo pudran.

Hacia mediados de los años ochenta, cuando el neoliberalismo comenzaba en México a desplegar sus velas, en medio de una discusión sobre la política económica que empezaba a empujar De la Madrid desde la Presidencia, un día Pedro Aspe me dijo, con José Córdoba Montoya al lado, mira, Pepe, la economía es comercio internacional y monetaria (textual). “Tomo nota de tus palabras de hoy –le respondí–, porque ‘esto’ (me refería a la política económica que comenzaba a instrumentarse) no durará mucho”. Entendí que por comercio internacional se refería a la teoría de las ventajas comparativas (los países tienden a especializarse en la producción y exportación de aquellos bienes que fabrican con un costo relativamente más bajo respecto al resto del mundo, de modo que dejemos a los países desarrollados las manufacturas de alta tecnología, y vendamos los subdesarollados nuestros productos primarios; esto no lo dijo Aspe), y entendí también que por monetaria, se refería al pensamiento de la Escuela de Chicago. Dentro de la economía de mercado el enfoque de esta escuela terminó ubicándose en contradicción y rechazo total al keynesianismo. En lo inherente a la metodología, los estudios de Chicago se basa(ba)n mucho más en el uso de la estadística antes que en la teoría. La macroeconomía de Chicago, a partir de los años setenta, creyó convertirse en una nueva macroeconomía clásica, en gran medida basada en la llamada teoría de las expectativas racionales. Aspe no fue explícito, pero supongo que se refería a esto último. Aunque no tienen nada que ver con autorías, los dos exponentes mayores de tales ideas llevadas a la práctica con violencia despiada fueron Ronald Reagan y la señora Thatcher.

Pensé, frente a Aspe –equivocadamente–, que todas esas ideas se derrumbarían en una década. Pero no fue así, y es hoy que están derrumbándose en cámara lenta. Desde los años de Greespan y Bernanke, en Estados Unidos, estos señorones de la finanza internacional, comenzaron a convertirse en zombies, y para nada les ayudaba la nueva macroeconomía clásica de Chicago.

Ahora, el pasado 2 de julio de 2014 la señora Janet Yellen, novísima presidenta de la Reerva Federal del gran imperio en lenta demolición, marcó un incierto nuevo rumbo en una conferencia en el Fondo Monetario Internacional. Pronunció algunas palabras que debieron sonar a dicterio o a blasfemia: la política monetaria [vigente] tiene serias e importantes limitaciones con sus herramientas para contrarrestar los riesgos de la estabilidad financiera, dijo. Para Yellen, la política monetaria debe centrarse en asegurar la estabilidad de precios y ¡el máximo empleo!, y no dedicarse a fomentar la estabilidad financiera, dado que para esto son mejores otros mecanismos como ¡la regulación y la supervisión!. Con estas palabras, Janet Yellen se alejó radicalmente de los preconceptos de Greenspan y Bernanke, responsables del desmantelamiento de las regulaciones que mantuvieron en pie el edificio del sistema financiero durante medio siglo. Yellen pide controles y mecanismos reguladores eficientes para lidiar con la inestabilidad, cuando el edificio financiero originado en Bretton Woods está en ruinas. Otro(s) edificio(s) son apremiantes, y han estado poniéndose los primeros ladrillos, muy seriamente.