Súper nada
n la categoría de rescates prescindibles para el Foro Internacional de la Cineteca habrá que incluir, lamentablemente, a Súper nada, de Rubens Rewald y Rossana Foglia, coproducción Brasil-México de 2012.
Con un título que irónicamente parece resumir el alcance de la trama, esta comedia agridulce, ambientada en Sao Paulo, presenta la vida diaria de Guto (Marat Descartes), artista con rutinas cómicas tan empeñosas como desangeladas, que aspira lograr el éxito en esa gran final que para todo humorista representa la televisión.
El asunto no es particularmente novedoso, nada que no hayan mostrado con mayor acierto y malicia el mexicano Armando Casas (Un mundo raro, 2001) o el estadunidense Martin Scorsese en su vitriólica El rey de la comedia (1982).
Tratemos de no ser injustos en la apreciación de este esfuerzo (algo en ocasiones inevitable en este oficio, pero que a veces agradecen los lectores deseosos de no perder su tiempo en el cine).
Ninguno de los directores arriba citados, o de los que les precedieron en la tarea de desnudar la frivolidad televisiva, como el Sidney Lumet de Poder que mata (Network, 1976) o el Gus van Sant de Todo por un sueño (To die for, 1995), tuvieron que agotar una trama inocua y las gracejadas reiterativas de su estelar para conseguir sus fines.
La sátira, en el terreno del drama o la comedia, era ahí eficaz, y a la postre resultó memorable, por la buena dosificación y mejor empleo de sus recursos narrativos. Eso dista mucho de ser el caso en Súper nada, en la que el medio acaba siendo tan frívolo como el mensaje.
De poco sirven las esforzadas actuaciones de Marat Descartes, quien se afana por transmitir el desasosiego existencial del rutinario comediante encadenado a la mediocridad, o la de su novia Livia (Clarissa Kiste), atascada en diálogos deslucidos y sin poder llevar a buen puerto a su personaje comparsa.
Una mención aparte merece el vociferante cómico estrella Zeca (Jair Rodrigues), ídolo inalcanzable de Guto, y cuyo humor de plomo y patanería irremediable derriban patéticamente las últimas ilusiones del aspirante a triunfar, literalmente, en Súper nada.
El propósito irónico de la cinta no era en absoluto desdeñable. Basta revisar las páginas de los diarios y ver los frívolos despropósitos de estrellas de televisión y hombres políticos, desplegando cinismo y chabacanería a raudales, para ver el mundo al que debe enfrentarse el afanoso cómico Guto, y los sinsabores que en él le esperan y que habrá de soportar resignadamente.
Una narración más ácida aún y mejor controlada, habría dado una película estupenda. Algo se perdió en el camino –como en el caso de Guto–, la gracia, el encanto o la ironía. Lo que quedó le hace un triste honor al título de la cinta.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12 y 18.30 horas.
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