La paz
n busca de la paz y del tiempo perdidos. Santiago Loza, uno de los valores más firmes del cine argentino actual (Ártico, 2008; Rosa patria, 2009, Los labios, 2010) entrega en su cinta más reciente, La paz, un relato sobrio y emotivo. El título alude doblemente a la calma que busca el protagonista luego de una crisis de salud y a la capital boliviana que tendrá una presencia singular en el relato. Mucho de lo narrado se presenta de forma elíptica, sin muchas explicaciones, respetando en el espectador el derecho que tantas películas le niegan: ejercer frente a la pantalla el poderío de la propia imaginación. Y con todo, la historia fluye admirablemente.
Liso (Lisandro Rodríguez), joven cercano a los 30 años, es dado de alta en una clínica siquiátrica y pronto se reintegra a la vida familiar en un ambiente de alta clase media urbana. Su padecimiento parece ser (sólo cabe suponerlo) una esquizofrenia controlada al fin con ayuda de medicamentos. En esa armonía doméstica controlada por una madre sobreprotectora y atenta, custodiada también por la fiel sirvienta boliviana Sonia (Fidelia Batallanos), Liso dejará pasar los días sin oficio ni beneficio, a la manera de un terrateniente ruso (el célebre Oblómov, del novelista ruso Iván Gontcharov, de 1859, filmado por Nikita Mijalkov en 1979), ocasionando el hartazgo de su muy pragmático padre quien intenta, torpemente, solucionar el problema.
Liso no es tratado por su padre como el enfermo que es en realidad, sino como el joven emprendedor que la sociedad exige que sea. Su dependencia extrema de los cuidados familiares podrían remitir también a un fenómeno de sociedad que retrata la comedia francesa Tanguy (Chatiliez, 2001), la situación de hombres adultos que se niegan a vivir apartados de sus familias; es decir, a madurar. Pero el caso del personaje de Santiago Loza es diferente. A través de ocho capítulos, la película sigue de cerca su difícil itinerario de recuperaciones afectivas (primero la abuela a la que pasea en motocicleta, luego la madre y finalmente la sirvienta –un universo femenino hecho de esa solidaridad y desprendimiento que el padre de Liso es apenas capaz de vislumbrar). Del territorio del drama intimista la cinta transita a una dimensión social que opone la vida indolente de la burguesía porteña (el cine de Lucrecia Martel la retrata impecablemente) a ese paraíso perdido, tan utópico como romántico, que finalmente seduce a Liso y donde posiblemente llegue a tener una tranquilidad recobrada. Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12 y 18:30 horas.
Twitter @CarlosBonfil1