n día el nombre de Arnaldo Córdova se hizo más y más familiar entre los intelectuales y militantes de la izquierda mexicana. Sus ensayos y artículos nos sorprendieron por la calidad teórica que los distinguía, pero sobre todo por la originalidad de los planteamientos en torno de un viejo tema de la historiografía nacional: la Revolución Mexicana. Recuerdo vivamente un texto sobre Zapata donde Arnaldo reaccionaba contra la visión oficialista del héroe y la interpretación romántica del revolucionarismo militante, para explicar, como apuntó aquí Pedro Salmerón Sanjinés, por qué la insurgencia de las masas campesinas armadas, ante la imposibilidad de constituirse en un verdadero poder político, terminó vencida por las fuerzas cuya finalidad no era otra que la de construir el Estado, un poder autónomo sobre la sociedad en su conjunto.
Argumentando contra el sentido común dominante, Arnaldo concebía a la Revolución Mexicana, más como el resultado de una larga transformación que como el efecto de una ruptura súbita o inesperada (Una verdadera revolución social comienza con la toma del poder político y se realiza como tal aboliendo el sistema de propiedad preexistente e instaurando uno nuevo
, escribe en La ideología... p. 32) En verdad, esta era una revolución política, dispuesta a imponerlo límites y formas de control a la propiedad sin romper con ella como fórmula para crear las bases de un consenso nacional expresado en la Constitución de 1917. Será, justamente, ese derecho de la nación el que permitirá al Estado imponer su dominio sobre la sociedad, realizar las reformas e instaurar el arbitraje que, en definitiva, consagraría el presidencialismo autoritario, pero también la aparición de nuevos derechos en un mundo de atraso y desigualdad.
Dos libros, ahora considerados clásicos, convirtieron a Córdova en un pensador nacional imprescindible: La formación del poder político (1972) y La ideología de la Revolución Mexicana, ambos editados por Era. En ellos se vierte una luz distinta sobre la historia y la naturaleza del poder, actualizando la crítica del régimen, marcada por el abandono de las reformas sociales y la conversión de las instituciones en instrumentos directos del poder económico sobre el Estado, que a todas luces resultaba ya incapaz de sobreponerse a su propia decadencia. Nadie como Córdova ha teorizado en torno del reformismo en México y el papel de las reformas como palanca de la participación de las masas y la izquierda en la transformación del país.
Su voz es, junto a la del militante, la del teórico en busca de una interpretación que, junto con el movimiento real, diera cuenta de las ideas clave que determinan la época. Los grandes problemas nacionales de Andrés Molina Enríquez o la obra de otros estudiosos, es decir, las ideas programáticas, son tan importantes para la Revolución, en tanto que hecho histórico, como las acciones de las masas organizadas lo serán en la edificación del Estado, raíz y tema de la aportación propia de Córdova al entendimiento de nuestro siglo XX. Junto con sus ensayos constitucionalistas, ese énfasis en el trabajo intelectual es y será una aportación propia, singular, de Córdova al enriquecimiento de la deliberación nacional, hoy tan exigua de ideas. No es casual que dichas reflexiones se convirtieran con orgullo en parte directa de las tesis centrales del Movimiento de Acción Popular (1981), cuya coherencia se mantuvo pese a la derrota de la insurgencia sindical y el proceso de unidad de la izquierda.
Polemista áspero, excelente diputado, contrastaba la justa precisión de su prosa, acotada con la elegancia de las citas filosóficas con resonancias germánicas o florentinas de sus estudios mayores en torno de la filosofía del derecho, con las expresiones desaliñadas propias del barrio, siempre rebeldes a las fórmulas de la urbanidad convencional. Erudito, pedagogo pero también provocador, recuerdo un seminario sindical en el que pidió al auditorio decir quién era más importante para la Revolución, si Zapata o Molina Enríquez, a lo cual él mismo respondió en voz alta que el segundo, lo cual escandalizó a más de uno de los nucleares
, que apenas si identificaban el nombre. Pero la charada quería mostrar el nexo profundo entre las ideas, los programas, las teorías y la práctica de los caudillos y las masas, como un motor de esa historia.
Una vez un estudiante muy acelerado le reclamó indignado que lo reprobara por sus ideas radicales
, pero Arnaldo le tapó la boca diciéndole: “Te reprobé por escribir ‘Rebolución’, con ‘b’ de burro, lo cual demuestra que eres un ignorante”. Arnaldo estaba acostumbrado a disentir sin piedad y pelear por sus opiniones, incluso con sus más cercanos.
Se fue Arnaldo, pero nos queda su ejemplo intelectual y una obra monumental que sigue presente.
A Mónica, mi solidaridad.
Un fuerte abrazo para mis queridos Lorenzo y Annapaola.