Opinión
Ver día anteriorJueves 3 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fathy, poeta y vendedor de diarios
M

ás años camino mi barrio, el de la Maub (apócope de Maubert), más descubro detalles, maravillas y secretos, al recorrer sus calles, o sentada en la terraza de un café desde donde veo pasar los caminantes, siendo los trajeados y con corbata los estrafalarios de la zona. Sobre todo en verano, cuando la fantasía se libera de abrigos y bufandas. Pueden, entonces, contemplarse los disfraces que los habitantes del barrio visten para exhibir, en vez de esconder, sus anhelos más íntimos, ésos que, de poder cumplirse, harían de ellos su propio ideal: campeón de futbol o Madonna, Garbo o Clyde –acompañado a veces por Bonnie.

La literatura, y a veces la filosofía, se pregunta: ¿la verdad de los seres se halla en la superficie de su apariencia o bien se esconde en el misterio de una profundidad que es necesario ahondar? ¿Dónde irrumpe relampagueante la verdad? ¿En la aparición del cuerpo visible o en la ausencia de lo no aparente del alma invisible? ¿Aquí, en la superficie, o allá, enterrada en el infracassable noyau de nuit, en el enigmático desvanecimiento del ser? Las zapatillas rojas de Oriane de Guermantes son más reveladoras que sus palabras.

Barrio pequeño, uno de los más antiguos de París, situado alrededor de la plaza Maubert, lugar histórico donde se ejecutaba, por la horca o la hoguera, a truhanes y humanistas. Uno de estos últimos, Etienne Dollé, doblemente sometido a las llamas: la primera en carne y hueso a manos de la Inquisición, la segunda en bronce cuando su estatua fue fundida por los nazis para utilizarla en la factura de cañones.

En sus calles pudo verse, todavía hace unos cuantos años, caminar a Mitterrand con el paso firme y reposado de su escalada anual de la Roche de Solutré. Hace apenas algunos meses, ver deambular a Cavanna por las callejuelas con la joven Virginie. Hoy todavía a Pierre Soulages cuando va de su edificio a su taller de la rue Saint-Victor. Pero también los personajes pintorescos de la Maub: el viejo ruso que canta con su voz estentórea mientras camina, la ladrona de cigarros, la búlgara que amamanta una muñeca de trapo, el obeso cura de la iglesia integrista Saint-Nicolas-du-Chardonnet, un clochard que no bebe alcohol, el inválido, amputado de una pierna, quien se disfraza de payaso, Santaclós o calavera según la fecha, y tantos otros que forman el fresco de este barrio. Figuras invisibles a los ojos de los turistas, esos enjambres humanos que asolan las callejuelas por donde se llega a la suntuosa nave anclada en el Sena: la catedral de París, Notre-Dame. Siluetas familiares para los habitantes de la Maub, quienes sonríen a estas siluetas sin las cuales el barrio no sería el barrio. Ese donde nació, en la Edad Media, el Quartier Latin, cuando estudiantes como Dante asistían sentados en la paja a los cursos magistrales.

Los cafés-bar abundan en la Maub, como en todo París. Cada uno de ellos tiene su estilo de parroquianos: ahí, apostadores de caballos, allá, porteras de los edificios vecinos, más allá, músicos o estudiantes. Lugares de reunión, a veces devienen verdaderos salones literarios, casi al estilo de siglos pasados.

Lo más curioso en la Maub es que estas reuniones donde chispea el ingenio, vanguardia espiritual, han florecido alrededor de dos vendedores de periódicos. El primero, el de Michael, un estudiante de filosofía que preparaba una tesis sobre el juego, él mismo campeón junior de ajedrez y bridge, quien cerró su puesto dominical ante la apertura ese día festivo de un quiosco aledaño a la plaza. Este templete es animado por un poeta egipcio: Halaly Fathy. Su gusto por el intercambio de ideas ha logrado formar un salón literario y político. Fathy acaba de ganar un premio cedido a una asociación cultural, él, quien no tiene más que le escaso fruto de su arduo trabajo, de formación periodista, es un migrante en Europa, viajero en París. Siempre en busca de los momentos poéticos que chispean en el encuentro con el azar.