Opinión
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Isocronías

De balones y palabras

N

ueva ley (mexicana) se titula este poenimio de César Navarrete: Hay que meter/ Al penal/ A los/ Que Robben, derivado de los poemínimos de Efraín Huerta. Del de Silao procede esta Benedettiana:Apoyada/ En este hombro/ Eres mi ala derecha/ Apoyada/ En el otro/ Sos mi/ Puntero/ Izquierdo.”

Difícil sustraerse a la atmósfera futbolera que actualmente se respira. De ahí que pidiéramos al joven uruguayo Agustín Lucas, poeta autor de Club y jugador profesional en Argentina, algo sobre su doble vocación: “Uno no estudia para jugar al fútbol, ni para ser poeta. Uno investiga para circular por caminos distintos dentro de un mismo juego, de una misma expresión, para ser ‘mejores’ o para ramificarse. El poeta lee a otros poetas, el futbolista mira a otros jugadores, pero al fin y al cabo, uno juega como vive, y uno escribe como es, más allá de que haya órganos poderosos que nos quieran frenar el viaje. Esto último es para mí una realidad, pero también un camino, una forma”.

Carmen Villoro escribió hace tiempo Futbol, dedicado a su hijo Federico: Te miro a través de la malla/ que separa las gradas de la cancha./ Algunos gestos tuyos me hablan desde lejos,/ quizá desde mi propia infancia./ Otros, te vuelven tan ajeno,/ tan dueño de ese ritmo que imprimes/ al paso de tu sangre./ Qué poco entiendo/ de aquello que se fragua/ en el centro profundo de tu cuerpo./ Qué poco entiendo de futbol./ Qué poco sé/ de ese jugador de once años/ que arde de pasión sobre la hierba.// Me doy la vuelta/ y te dejo ahí,// jugando tu partido/ del que sólo tu conocerás/ el marcador final.

Y de mediados de los setenta es Autogol, que abre El pobrecito Señor X, libro inicial de Ricardo Castillo:Nací en Guadalajara./ Mis primeros padres fueron Mamá Lupe y Papá Guille./ Crecí como un trébol de jardín,/ como moneda de cinco centavos, como tortilla./ Crecí con la realidad desmentida en los riñones,/ con cursilerías en el camarote del amor./ Mi mamá lloraba en los resquicios/ con el encabronamiento a oscuras, con la violencia a tientas./ Mi papá se moría mirándome a los ojos,/ muriéndose en la cama lenta de los años,/ exigiéndole a la vida./ Y luego la ceguez de mi abuelo, los hermanos,/ el desamparo sexual de mis primas,/ el barrio en sombras/ y luego yo, tan mirón, tan melodramático./ Jamás he servido para nada./ No he hecho sino cronometrar el aniquilamiento./ Como alguien me lo dijo una vez:/ Valgo Madre”.