|
|||||||||
El cuento del agua para siempre Pablo Sigüenza Ramírez Había una vez una pequeña ciudad en la que todos sus habitantes sabían que los ríos y los lagos que rodeaban el pueblo siempre serían grandes y limpios; que los bosques siempre estarían allí, próximos, para darles madera, frutas y aire fresco, y que la tierra siempre sería fértil y dadivosa. Los niños y las niñas que nacían en aquella apacible ciudad eran educados con esta certeza y vivían felices para siempre. Pero un día el lobo feroz y su pandilla les propusieron a los ciudadanos y ciudadanas que buscaran la manera de ser una sociedad más desarrollada, con grandes edificios, fábricas de todo tipo, centros comerciales y comodidad para todos y todas. Un molesto aldeano se opuso diciendo que eso alejaría la paz de la ciudad y que había el peligro de que los árboles se fueran acabando. El aldeano no tenía pruebas para eso, pero se había dedicado, en los últimos cien años, a observar el bosque y se había percatado de que un árbol cortado afecta al bosque en su conjunto. Y sabía que muchas industrias consumen muchos árboles. El lobo lo tildó de loco por estar contra el desarrollo. El aldeano fue desterrado del pueblo. Sucedió que la ciudad creció de forma vertiginosa. Se triplicó la cantidad de habitantes en menos de 20 años y hubo mucha riqueza caminando por las calles. Los bosques cercanos desaparecieron y el agua ya no bajaba copiosa por los ríos que pasaban bajo los nuevos puentes de la ciudad. La ciudad seguía creciendo y las industrias también. Así que el lobo y su pandilla se ingeniaron la manera de traer agua, madera y frutas de otros pueblos cercanos y lejanos. Llegó un momento en que, por medio de grandes barcos, desde el otro lado del mar, tenía que traerse agua limpia y árboles en forma de tablas, postes, muebles y papel. La gente ya no vivía tan cómoda como antes, los niños que iban naciendo ya no conocían los bosques más que por fotografías o programas de video. Sin embargo, se les seguía enseñando que los ríos y los lagos que rodean la ciudad siempre serán grandes y limpios; que los bosques siempre estarán allí, próximos, para darles madera, frutas y aire fresco, y que la tierra siempre será fértil y dadivosa. Con mayor frecuencia había humo en el cielo de aquella ciudad, el basurero era gigantesco y sin capacidad de manejar los desechos y el agua ahora se conseguía embotellada y se tenía que comprar. ¡Increíble! La gente enfermaba más seguido y con mayor gravedad. Pero el lobo y sus secuaces lograban que la gente siguiera creyendo que los ríos, los bosques y el suelo son inagotables. El mundo es infinito decían, la naturaleza es infinita. Los ríos no se contaminan, el agua no se agota, los árboles no se acaban, el efecto de invernadero no es tan grave, las fábricas son social y ambientalmente responsables, no hay tal calentamiento global, sigamos consumiendo para ser felices. No despierten, no protesten, no se muevan, no respiren. ¡A la ru ru niño, duérmeteme ya!
|