Después de verlos jugar, quedó claro que el optimismo de los argentinos es falso
Nadie esperaba la paliza de Alemania a Portugal; Cristiano sólo hizo dos jugadas formidables
Martes 17 de junio de 2014, p. 7
Río de Janeiro, 16 de junio.
Hay de todo en un Mundial. Y en el que se realiza en Brasil no es distinto. Que lo digan Orinn y Melissa van Lingen, pareja de Darwin, al norte de Australia. A lo largo de un año ahorraron lo suficiente para venir a Salvador de Bahía y asistir al partido entre España y Holanda, el pasado viernes.
Australia queda lejos (o Brasil, según el punto de vista). Ha sido un viaje interminable. Hicieron una escala en Los Ángeles, y el día antes del partido por fin llegaron. Entonces, la mala sorpresa: la agencia de viajes se equivocó, y la pareja estaba en San Salvador, capital de El Salvador, en Centroamérica, a miles de kilómetros de la ciudad bahiana.
Orinn y Melissa asistieron al partido, es verdad. Pero por la tele de un hotel de un país del cual jamás habían oído hablar, y el cual nunca pensaron visitar. La torpe agencia les prometió sacarlos de donde están lo más pronto posible, y les dará ingresos para algún otro partido. Los Van Lingen dicen tener la firme esperanza de viajar y no encontrarse de repente en La Coruña o en Islandia, cuya capital tiene un nombre con tantas consonantes que incluso para un australiano es impronunciable.
Y Joe Biden se perdió el gol más veloz
Joe Biden, el vicepresidente de Estados Unidos, vino a Brasil para acompañar el juego de estreno de su selección frente a Ghana. Bueno, más o menos: la verdad es que el partido ha sido la excusa para llegar y reunirse con la presidenta Dilma Rousseff, en un nuevo esfuerzo para mejorar las relaciones entre ambos países, muy afectadas luego de que se descubrió que el espionaje promocionado por Washington era tan amplio que incluyó hasta los celulares y correos electrónicos personales de la mandataria. La reacción de Dilma ha sido durísima, y desde entonces Washington se desdobla –o hace que se desdobla– en medidas para aplacar el malestar.
Bueno: Biden vino y ya que había una agenda formal a cumplir, viajó a Natal, en el noreste, para ver el juego. Tuvo la mala suerte de llegar al palco de las autoridades con rigurosos dos minutos de retraso. Con ello se perdió el gol más veloz del Mundial, apuntado por Dempsey a los 30 segundos de iniciado el partido. Ha sido la cuarta anotación más veloz en toda la historia de los mundiales.
Sonriente, Biden dejó claro que entenderá mucho de beisbol, pero de futbol ni moscas. Tuvo a su lado, todo el tiempo, un explicador
que le indicaba cuándo aplaudir y cuándo no. El juego terminó con la victoria de Estados Unidos por dos goles a uno, y con sabor a revancha: en los dos últimos mundiales, Ghana derrotó a los estadunidenses.
A Irán y Nigeria les tocó una hazaña dudosa: disputaron el peor partido hasta ahora. Para hacer plena justicia, el juego terminó sin goles.
Hay sorpresas y hay decepciones. Se sabía, por ejemplo, que Alemania tiene un equipo más sólido que Portugal. Pero nadie esperaba una paliza tan despiadada como los cuatro goles contra ninguno de los portugueses (podrían haber sido seis o siete).
Decepcionados los hinchas lusos, pero igualmente estaban los brasileños, que esperaban más de la estrella máxima de la selección de Portugal. Es que Cristiano Ronaldo apenas apareció en la cancha, y la selección lusa parecía más un ratoncito trémulo, acorralado por 11 gatos alemanes. El ídolo realizó solamente dos jugadas formidables. Poco, o muy poco, para quien está seguro de que incluso Dios quisiera jugar como él.
Cristiano Ronaldo, elegido como el mejor del mundo en 2013, tiene multitudes de seguidores en Brasil. Es uno de los jugadores más admirados en el país del futbol. Y de los que disputan este Mundial, es el más amado (por él mismo) y uno de los más queridos (por todos los otros alabadores de su estilo, que, dicho sea de paso, no logran admirarlo más de lo que el propio Cristiano Ronaldo hace consigo).
Aquí en Río, los argentinos siguen por todas partes, pero principalmente en Copacabana. Hicieron del barrio, uno de los más icónicos de la ciudad, su guarida, su abrigo. Y lo hicieron literalmente: luego de las celebraciones del domingo, después de la victoria sobre los bosnios, centenares de jóvenes argentinos durmieron en las arenas de la playa. Y en la mañana del lunes, despertados gracias al bochorno del tránsito, empezaron a buscar donde alojarse los próximos días. Se calcula que unos 150 mil argentinos vinieron a Brasil para la Copa.
Además de decenas de millones de expertos altamente calificados para emitir opiniones de infinita sapiencia sobre futbol, los brasileños descubrieron que tienen también un buen número –aunque infinitamente inferior: no son más que unos dos o tres millones– de especialistas en identificar signos claros e indicios concretos del ánimo de nuestros adversarios. Un dato cualquiera, que pasa inadvertido por los comunes de los mortales, es objeto de profundo análisis de esos especialistas.
Así, ayer quedó claro que el optimismo de los argentinos, nuestros rivales más tradicionales, es falso. Los turistas aseguran que nos derrotarán en la final, pero los responsables de la preparación y el desempeño de la selección saben que volverán para casa a mitad del torneo.
¿La prueba? Nada más obvio: trajeron solamente 100 kilos de dulce de leche. Un argentino que se precie de serlo no pasa un día sin raciones sólidas de dulce de leche. Si se divide lo que trajeron por el número de integrantes de la comitiva oficial –jugadores incluidos– queda claro que saben que no pasarán de los octavos de final, o sea, de la segunda fase clasificatoria. De no ser así, hubieran traído más dulce de leche.
Este martes juegan Brasil y México. Bueno, habrá otros partidos, claro. Pero, ¿a quién le importan Bélgica y Argelia, o Rusia y Corea del Sur, cuando Neymar, Fred y compañía nos conceden la gracia divina de contemplarlos en la cancha?
La confianza de los brasileños, basada principalmente en nuestra habitual modestia, no se dejó afectar con la noticia de que muy posiblemente Hulck no juegue. Sabemos todos que Luis Felipe Scolari, el Felipao, encontrará quien lo remplace. Los mexicanos vendrán con todo, pero encontrarán por delante a los maestros de la pelota.
Claro que hay algunos centenares de miles de brasileños que no participan de esa certeza de los expertos altamente especializados, y temen que el partido no sea exactamente un paseo. Pero esos, en lugar de ser considerados realistas o cautos, son llamados los pesimistas de siempre.
Es verdad que con México nuestros antecedentes son un tantito traumáticos. Basta recordar la derrota que nos impusieron en la final de los pasados Juegos Olímpicos.
Pero aquella no era la verdadera selección oficial, dicen los expertos del optimismo, y lo que estaba en disputa no era el título de campeón del mundo.
Ojalá que hoy la selección que entre al estadio en Fortaleza sea esa verdadera selección, la que no estaba en los Juegos Olímpicos.