inalizó ayer en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra la reunión de dos días del G-77, foro que tiene como propósito impulsar la cooperación económica en temas como comercio, industria, alimentación, agricultura, energía, materias primas y finanzas, y que ha logrado establecer un sistema de preferencias comerciales entre sus integrantes, que actualmente suman 133. Aunque la membresía del G-77 es representativa de diversidad de tendencias políticas y de modelos económicos, ello no ha impedido que celebre en estos días su 50 aniversario (fue establecido el 15 de junio de 1964) con una presencia fortalecida y una finalidad clara: dar voz y peso a naciones que no forman parte del grupo hegemónico de la economía mundial, cuyos intereses son, por norma general, contrapuestos a los de las economías dominantes. La presencia de China, India, Brasil, Argentina, Sudáfrica y Chile otorga al foro un peso y una influencia indudables en los asuntos mundiales.
Ayer, en su condición de presidente pro témpore del G-77, el mandatario anfitrión, Evo Morales, propuso avanzar hacia un modelo de desarrollo integral compatible con el bienestar de las poblaciones y la preservación ambiental, y demandó la desaparición del Consejo de Seguridad de la ONU, el cual en vez de asegurar la paz entre las naciones ha promovido la guerra y las invasiones de potencias imperiales para apoderarse de los recursos naturales de los países invadidos
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El discurso de Morales es pertinente tanto en su vertiente económica como en la política. En efecto, es claro que el paradigma de desarrollo impuesto por los capitales trasnacionales a través de los gobiernos que están a su servicio es intrínsecamente depredador del entorno ecológico y, no tan a largo plazo, insostenible. Dicho paradigma establece como motores principales del crecimiento el saqueo de los recursos naturales de los países menos desarrollados, a fin de producir una cantidad creciente de productos desechables para los consumidores de los más desarrollados, incrementar sin medida el consumo energético individual y colectivo y devaluar en forma permanente el costo de la mano de obra –lo que obliga, a su vez, a generar enormes ejércitos industriales de reserva– para abaratar los precios finales de los productos e impulsar la producción a gran escala. Tal receta no sólo conduce a estallidos sociales y a un creciente desasosiego político, sino también a desastres ambientales. Es ineludible, por ello, la necesidad de formular vías distintas para alentar el crecimiento económico sin destruir el planeta ni condenar a las poblaciones a la miseria.
De igual forma, atendible es la propuesta de Morales ya no de democratizar, sino de suprimir, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, organismo antidemocrático impuesto tras la Segunda Guerra Mundial por las potencias triunfantes y que a lo largo de su historia no ha representado un elemento civilizador sino, simplemente, la lógica de las mayores concentraciones de poder militar en el mundo. Bajo la dirección del Consejo de Seguridad el emblema de Naciones Unidas ha sido, con lamentable frecuencia, usado como coartada diplomática y mediática para justificar incursiones militares neocoloniales y de rapiña disfrazadas de guerras humanitarias
, oxímoron inventado por intelectuales europeos deseosos de quedar bien con el Pentágono.
Cabe esperar, pues, que el G-77 respalde en forma activa y decidida ambas propuestas.
Para finalizar, debe recordarse que nuestro país es miembro fundador del G-77 y que lo presidió en dos ocasiones (1973 y 1983) y que lo abandonó para integrarse a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), reflejo fiel de la megalomanía salinista que pretendía haber insertado a México entre las naciones desarrolladas. A 20 años de aquel desatino, con el país postrado por la aplicación a rajatabla del recetario neoliberal, esa decisión debería revisarse.