n entrega anterior señalamos que para la gran mayoría de los jóvenes que buscan acceder al bachillerato o la licenciatura no es cierto que quien se esfuerce obtendrá un lugar; muchísimos miles de jóvenes bien preparados y con demostrada capacidad para el estudio quedan fuera de sus opciones. Afirmábamos, además, que tampoco es cierto que los exámenes de selección sean imparciales, pues los datos consistentemente muestran que en ellos tienen una oportunidad mayor los hombres y los estratos medios altos.
El tercer mito, sin embargo, es más elaborado. Se dice que los exámenes estandarizados de opción sirven para medir el nivel de conocimiento que tienen los demandantes respecto de ciertos temas clave. Sin embargo, si bien la mayoría de sus preguntas tocan asuntos académicos, en realidad el examen de selección no pretende identificar a los que más saben, sino evitar conflictos debidos a la alta demanda. Identificar a los más capaces significaría definir el nivel de conocimientos a partir del cual se considera que el o la joven pueden ser admitidos y, en esa lógica, dar cabida absolutamente a todos los que lo logren. Pero esto se ve como inaceptable para los evaluadores, pues comprometería a las instituciones a admitir a muchos miles más.
De ahí que los medidores (como se llama a quienes elaboran estos exámenes) en realidad no busquen identificar a los capaces, sino crear un instrumento que les permita el manejo ordenado de la demanda. Para esto han diseñado un examen cuyo propósito fundamental es que muy pocos de los solicitantes alcancen un número muy alto de aciertos (digamos 95, 100, 105, 110, 115, 120) y que la gran mayoría de los demandantes sólo logren un número intermedio de aciertos (50, 55, 60, 65, 70) y aún más bajo.
¿Cómo lo hacen? Para explicarlo es necesario recordar algo que cualquier estudiante conoce muy bien: que el maestro puede hacer un examen tan fácil que prácticamente todos puedan responderlo correctamente (con preguntas como quién fue el padre de la patria) o uno tan difícil (con preguntas como en qué año o dónde nació el padre de la patria) que prácticamente nadie puede contestarlo. La tarea de los medidores es, entonces, hacer una mezcla adecuada de preguntas fáciles, regulares y difíciles (lo que se logra después de varios pilotajes) a fin de obtener la distribución arriba descrita de los resultados. Y hay que decir que, generalmente, son muy exactos en esa tarea, por eso prácticamente nunca veremos que resulten 100 o 200 aspirantes con 120 aciertos y ni siquiera con 105 respuestas correctas. Y es importante reiterarlo: esto ocurre no porque haya muchos incapaces, sino porque el examen está hecho precisamente para que nunca haya un número alto de jóvenes en los niveles de calificación superiores. Esto explica por qué al contestar los exámenes las y los jóvenes se topen con preguntas de éste calibre: Epígrafe es a libro como: a) carburador es a motor; b) sonido es a radio; c) belleza es a estética; d) portafolio es a oficina; e) gato es a felino
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Estos exámenes, además, destacan por su superficialidad. Por ejemplo, para ingresar al bachillerato se supone que el joven debe conocer cuestiones tan importantes como por qué y cómo se desarrolló el movimiento de Independencia. Sin embargo, para ésta y otras importantes etapas de la historia del país se plantea sólo una pregunta, y ésta generalmente es poco trascendente. Así, respecto de la Independencia se le pregunta si los Borbones planteaban la separación de la Iglesia y el Estado. En el fondo no importa tanto la pregunta, sino el poder que ésta tiene, junto con el resto del conjunto, para generar precisamente la distribución deseada de resultados. De ahí que, en el fondo, tampoco importe mucho el nivel de conocimiento que alcance el joven. Si la carrera es muy demandada la calidad
exigida para el ingreso será de, digamos, 104 aciertos. Pero en otra con baja atracción, el nivel de calidad
aceptable llega a ser de 70, 60 y hasta 54 aciertos. Es decir, que ni siquiera se puede hablar de un solo y similar nivel de exigencia. Porque en el fondo lo académico no importa; importa la administración de la demanda. Por la misma razón, los exámenes no se preocupan por medir habilidades o conocimientos, que son los verdaderamente importantes para el éxito escolar posterior. Sólo miden la capacidad de contestar acertijos, preguntas descontextualizadas o triviales, no el esfuerzo creativo que supone la construcción del conocimiento.
En el fondo es una cuestión de quién tiene el poder. El poder estaría del lado de los maestros y estudiantes, si las reglas dijeran que tienen derecho a la educación todos los que logren cierto promedio en bachillerato o incluso que simplemente hayan aprobado el ciclo anterior, como ocurre en algunas universidades. En este caso el acceso a la licenciatura dependería fundamentalmente de su esfuerzo. Con los exámenes de selección, sin embargo, el poder para determinar quiénes pueden ingresar o no, está en los medidores. Y eso es precisamente lo que los mitos buscan ocultar.
* Rector de la UACM