ace pocos años compartí muchos de mis afanes con un grupo de científicos de élite. Tuve una gran suerte. En un país en el que para la gran mayoría de los ciudadanos la ciencia es algo complejo, distante, difícil de abordar o francamente inaccesible, buscábamos impulsar un novedoso sistema de enseñanza de la ciencia entre los niños de México. Como la mexicana es una sociedad en la que sólo 2 por ciento de la matrícula de educación superior estudia alguna carrera científica, la idea que perseguíamos era que en un futuro cercano este nuevo sistema permitiera que el número de estudiantes en el área de ciencias básicas se viera incrementado.
Apoyados en la experiencia y las relaciones de don Mario Molina, Premio Nobel de Química, el reto era enseñar en función de la curiosidad e interés de los niños. El Sistema de Enseñanza Vivencial e Indagatoria de la Ciencia, como se llama este método, logra que los niños se entusiasmen con el estudio de la ciencia y la tecnología, que entiendan la relevancia de los pequeños pasos en el desarrollo del conocimiento, que comprendan el valor que la ciencia y el desarrollo tecnológico sustentable tienen en la sociedad.
Esta enseñanza de la ciencia basada en la indagación hace pensar a los niños y los ejercita en habilidades como la observación, el razonamiento, la elaboración de preguntas relevantes, la generación de hipótesis y su verificación con experimentos, por lo que constituye un poderoso instrumento para formar los hábitos y las habilidades necesarias para la innovación y solución eficaz de muchos problemas ambientales y sociales. Impulsar la curiosidad de los niños, aprovechando los temas que les interesan, ayuda al maestro a entrar de manera natural y sencilla a los procesos científicos y a conceptos avanzados, que contribuyen a la formación científica desde la niñez, tan importante para los ciudadanos del siglo XXI, en que la ciencia y la tecnología influyen cada vez más en el desarrollo de nuestras oportunidades de vida.
El trabajo con este Sistema de Enseñanza Vivencial e Indagatoria de la Ciencia logró llegar a 450 mil niños de 11 estados del país y, como proyecto piloto, mostró que mejora todo el ambiente y la actividad escolar, facilita el aprendizaje del español y las matemáticas y da pie para tratar temas de geografía, de conservación del medio ambiente, de historia y de civismo en relación a vivencias que los niños tienen, impulsados por las orientaciones y procesos indagatorios. Así, de manera natural, desarrollan más capacidad y motivación para seguir aprendiendo.
Guillermo Fernández es uno de los grandes impulsores de este sistema y él mismo es un científico con amplios y numerosos galardones internacionales. Un día, mientras conversábamos rumbo a una escuela en uno de los caminos de Hidalgo, Guillermo me contó que la primera vez que la humanidad logró duplicar el volumen de sus conocimientos tardó mil 750 años en hacerlo; la segunda vez sólo le tomó 150 años, estábamos en el año 1900; la subsiguiente lo hizo en 50 años. Hoy se duplica cada cinco años y se estima que en 2020 el conocimiento de la humanidad se duplicará cada 73 días. El desarrollo de las nuevas tecnologías en la creación de este enorme capital en la sociedad del conocimiento es clave.
Esta información tan contundente se presenta como una paradoja en nuestro territorio si hoy sabemos que, de acuerdo con los datos de la encuesta en hogares sobre Disponibilidad y uso de las tecnologías de la información que se dio a conocer hace unos días, en México 46 millones de personas utilizan Internet y, de ellas, 62.6 por ciento tienen entre 12 y 34 años y es el grupo de edad que más usa el servicio. La paradoja se hace enorme si recordamos que de acuerdo al Instituto Cervantes, sólo 5 por ciento del contenido que hay en la web se encuentra en español. Aquí está uno de los actuales y grandes retos de México y de las naciones de Iberoamérica.
Es claro que nuestra lengua común nos vincula. Cada palabra dicha en español nos une, evoca la sensibilidad y el pensamiento de nuestros pueblos. Por eso gozamos lo mismo de Sor Juana y de Garcilazo, de Jorge Luis Borges y de Alfonso Reyes, de César Vallejo y Xavier Villaurrutia, de Gabriela Mistral y Rosario Castellanos, de Cartagena de Indias y Zacatecas, de Cuzco y Chichén Itzá, de Agustín Lara y Violeta Parra, de Cervantes y García Márquez, de Carlos Fuentes y Roberto Bolaño, de Alejandro Zambra y Octavio Paz. La lista es infinita. Toda ella es fruto de la creatividad y del diálogo entre nuestros pueblos. Y la pregunta es: ¿por qué frente a ese enorme capital común no hemos logrado construir uno igual en el ámbito de la ciencia?
Es claro que el capital de conocimiento científico crece exponencialmente y hoy circula a velocidades inéditas. Las preguntas entonces son sencillas, ¿cómo vamos a compartir todo ese conocimiento a través de los nuevos formatos tecnológicos, de acuerdo a las exigencias de los tiempos y en nuestro idioma? Y la más importante, ¿cómo vamos a dar sentido comunitario a ese capital de conocimiento para impulsar el desarrollo de México? Los científicos y la sociedad toda tienen la palabra. Los invito.
Twitter: @cesar_moheno