Opinión
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Ruanda, Burundi y las temibles tribus de Occidente
S

i, en beneficio de la duda, viéramos el colonialismo con el prisma del progreso, la civilización o la modernidad, podríamos formular la siguiente inquietud: de haber el colonialismo tomado en serio a Umana, el ser supremo del pueblo banyaruanda, ¿hubiera cambiado la infausta suerte de los pueblos africanos?

Dicen en Burundi, el país de los proverbios: Umana creó a los hombres y no los diferencia. Otro: no se puede exigir que todo el mundo actúe de la misma manera. Así fue que durante la celebración del primer Concilio Vaticano (1869-70), un grupo de obispos misioneros pidió al Papa que liberase a los negros de la maldición que pesaba sobre ellos en la Biblia.

La alusión a los hijos de Cam y la agresiva negrofobia de las iglesias reformadas de África del Sur cayó en saco roto. Porque desde el siglo XVI, la empresa colonial y las iglesias cristianas venían retroalimentando sus políticas con dos operaciones que fueron carne y uña de la misma mugre: bautismo y esclavitud.

En el reino de Urundi-Ruanda, los misioneros empezaron con la destrucción de objetos culturales paganos, imponiendo la religión cristiana. Y luego siguieron con la educación, sólo disponible para los hijos de los jefes y la capa más instruida y ambiciosa del país: la minoría tutsi.

Con pedagogía harto singular, los niños recibían los beneficios de la escuela única, si los padres se convertían al cristianismo. Y como los hábitos y costumbres misioneros incluían el alegre mejoramiento de la raza, se exigía que a la secundaria sólo llegasen jóvenes de físico agradable, con rasgos casi europeos.

Durante la primera mitad del siglo XX, los belgas tuvieron el control total de la educación. Simultáneamente, circulaban los etnólogos y el afán científico por marcar las diferencias étnicas: los tutsis eran altos, de piel más clara, distinguidos, majestuosos, aristocráticos. Los hutus, en cambio, eran negros auténticos, bajos, toscos, perezosos, serviles. Y los pigmeos –que en los zoológicos de Europa y la Exposición Mundial de Misuri (1907) habían entretenido a niños y grandes–, un mero pueblo de parias.

Los etnólogos dividieron al pueblo banyaruanda en categorías: tutsis aristócratas (ganaderos, guerreros, políticos, funcionarios, religiosos); hutus agricultores (capas bajas medias), y batwa o pigmeos (cazadores, recolectores, alfareros).

Cuando los belgas observaron que la nobleza, la comandancia del ejército y la totalidad del ganado pertenecía a los tutsis, profundizaron las diferencias de casta: si un tutsi tenía menos de 10 vacas que un hutu, le imponían trabajos forzados.

Las diferencias étnicas de importación interiorizaron la noción superior/inferior: los aptos para el ejército, administración, industria, agricultura, según la categoría donde las personas se encontraban. Por consiguiente, la clase feudal (tutsi) fue incorporando costumbres europeas, y un sentimiento desconocido antes de la colonización: el desprecio hacia los hutus, calificados de raza de siervos.

En 1934, los belgas diseñaron un documento que especificaba el origen étnico de cada individuo. Cosa insólita en un pueblo que, hasta hoy, no reconoce su pertenencia a la etnia tutsi o hutu, sino a su clan o familia.

Las escuelas y púlpitos sirvieron de caja de resonancia de las teorías étnicas y raciales europeas: hutus y tutsis no sólo eran categorías separadas y opuestas, sino que los tutsis pertenecían un pueblo de “… origen camítico, emparentado con los egipcios faraónicos”.

Inspirados en el discurso y métodos científicos del francés Gobineau, los etnólogos empezaron a medir cráneos y narices para probar que los tutsis eran genéticamente superiores a los hutus. Hasta que, a mediados del siglo pasado, la tortilla se dio vuelta.

Sensibles a la prédica anticolonialista de Lumumba en el Congo, los tutsis redoblaron sus exigencias. Entonces, los belgas cambiaron de aliados y de estrategia. De un día para otro, los tutsis pasaron a ser abominables árabes etíopes, llegados a Ruanda por el Nilo para “…conquistar, corromper, y esclavizar a los hutus”.

El obispo católico de Kibali, Andrés Perraudin (cercano al papa Pío XII), manifestó que la independencia era un vehículo del comunismo y que el régimen de privilegios tutsis no era conforme a la moral cristiana. ¡Los hutus debían recuperar su identidad!

Los agricultores hutus se rebelaron contra la monarquía tutsi, y en 1957 surgió un movimiento de reivindicación hutu. Pero el discurso anticolonial se cruzó con el étnico y racial, haciendo del proceso emancipador ruandés/burundés uno de los más complejos de África central.

En contrapartida, los belgas alentaron la formación del Parmehutu, partido católico, racista y de extrema derecha, liderado por Gregorie Kayibanda. El Parmehutu provocó los primeros choques graves entre hutus y tutsis. En julio de 1960, luego que sus títeres obtuvieron la victoria en las elecciones, los colonialistas belgas se retiraron de ambos territorios.