os tendencias se entrelazan y marchan juntas a velocidades meteóricas en los países desarrollados, con un desenlace de pronóstico reservado y en un plazo que sigue siendo incierto. Desde la gran mayoría de los países subdesarrollados apenas las sospechamos o de plano no estamos enterados.
Las startups, empresas de las cuales hay una numerosa diversidad, adoptan modalidades distintas en sus modelos de negocio
, y sin duda son el último grito de la moda en el mundo empresarial. No obstante, la mayoría de las startups nacen y, puede decirse, la mayoría mueren recién nacidas. Una startup puede definirse como una empresa de nueva creación que parece presentar grandes posibilidades de crecimiento y, regularmente, un modelo de negocio
escalable. Más de 90 por ciento de esas empresas tienen un fuerte componente tecnológico y están relacionadas con el mundo de la Internet y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Están asociadas a costos de creación y desarrollo menores que empresas de otros ámbitos y esto hace que las necesidades de financiación para su puesta en marcha sean inferiores a las de otros ámbitos de la actividad empresarial.
La tipología de los inversores en este ámbito empresarial es muy amplia y va desde los FFF (friends, family and fools; sí, también los locos o tontos), que suelen ser claves en los primeros años de vida, hasta el venture capital (un tipo de operación financiera a través de la cual se facilita con capital financiero a empresas startup con elevado potencial y riesgo en fase de crecimiento) o private equity (un tipo de actividad financiera realizada por instituciones que invierten en empresas que no están enlistadas en la bolsa de valores, con el objetivo de potenciar su desarrollo) y que aportan fondos en etapas más avanzadas de una startup exitosa.
Ejemplos de startups existen muchos, como Google, Twitter, Facebook, Tuenti o Privalia. Comenzaron siendo startups y en pocos años se convirtieron en gigantes empresariales con cientos o miles de empleados y cifras enormes de ingresos y beneficios. Con respecto al modelo de negocio de las startups anotemos que un buen número son planeadas para ser vendidas a otras empresas más grandes. A esta operación se le llama exit. La gran mayoría muere a los pocos meses o años de vida. Un estudio publicado en septiembre de 2012 por el Wall Street Journal afirma que tres de cada cuatro startups financiadas por venture capital no consiguen devolver el dinero prestado. El asunto es que se cuentan por cientos y cientos, quizá miles, anualmente. Los empresarios llaman al conjunto startups ecosystem (unos principios empresariales a los que no me referiré).
Muchas startups son fundadas por jóvenes que buscan anotar un jonrón tecnológico que acabe siendo una supernova.
La innovación tecnológica en las startups que acaban muriendo, como en las que ordeñan por años un segmento de mercado, como las que crecen sin freno (Apple, Microsoft, Facebook, YouTube), están en lo mismo: innovación tecnológica desenfrenada y ganancias estratosféricas: es el capitalismo del presente y del futuro previsible. Tiene su correspondiente en el consumismo tecnológico desaforado, buena parte del cual es entretenimiento idiotizante. En esto sí que participamos.
El debate sobre la dinámica de estas empresas parece constreñirse al círculo de las publicaciones empresariales; no así las tecnologías que tanto las startup como las ya consolidadas generan, muchas de ellas asociadas a grandes universidades. El paradigma por antonomasia es Sillicon Valley, ubicado en la bahía de San Francisco. Pero de cerca le sigue Tel Aviv como el segundo “ecosistema de startups”, y no muy lejos Bangalore, en India.
Desde la revolución industrial iniciada en Gran Bretaña a partir de la segunda mitad del siglo XVII, pasando por el rudo movimiento obrero adherido al ludismo, contrario a la maquinización, ha habido críticas al desarrollo tecnológico; pero durante casi toda la historia corrida desde entonces, científicos y sociedades enteras vieron en los críticos a unos conservadores irredentos.
El debate comenzó a tomar otro cariz con el indescriptible uso criminal de la bomba atómica por Estados Unidos, y cobró velocidad con los primeros indicios claros del calentamiento global. Hoy, entre tecnófilos extremos y tecnófobos extremos existen muchas corrientes de pensamiento y una gran variedad de estudios disciplinarios y multidisciplinarios. Hay los deterministas tecnológicos, que consideran que el desarrollo tecnológico condiciona, como ningún otro elemento singular, el cambio y la estructura sociales, y aseguran que el desarrollo tecnológico es autónomo e inexorable. En 1933 tuvo lugar la celebérrima Exposición Universal de Chicago cuyo lema era: La ciencia descubre, el genio inventa, la industria aplica y el hombre se adapta...
. Too much…
Una posición más racional apunta la posibilidad efectiva de intervenir sobre el desarrollo tecnológico, desde ámbitos ajenos en principio al mundo ingenieril, científico o empresarial. Actualmente tenemos conocimiento fehaciente de innumerables casos en los que grupos de usuarios, organizaciones sociales de diverso tipo, sindicatos, grupos de afectados o movimientos políticos y ecológicos han conseguido introducir cambios significativos en el diseño final de tecnologías que habían sido tildadas, previamente, de irreversibles. Desde el terrible accidente nuclear de Chernobyl (Ucrania), en 1986, y el más grave aún de Fukushima (Japón), en 2011, se han tomado decisiones políticas de fondo. Quizá la mayor ha ocurrido en Alemania, que decidió eliminar la generación de energía eléctrica por la vía nuclear.
Pero hay posiciones sorprendentes que comentaremos en nuestra próxima entrega.