unque la mayoría de las encuestas sobre las intenciones de voto conducen a pensar en la relección del presidente Juan Manuel Santos, no está tampoco excluida una victoria ajustada del candidato de Álvaro Uribe, Óscar Iván Zuloaga. Como se recuerda, Santos fue brazo derecho de Álvaro Uribe y su ministro de Defensa durante la presidencia del hombre de la extrema derecha ligado a los paramilitares, de modo que la lucha actual es una pelea entre dos facciones derechistas de las clases dominantes colombianas, un enfrentamiento entre la corriente tradicional que sabe que tiene que hacer concesiones a la sociedad civil y la extrema, cavernícola, agente directa en Colombia del Departamento de Estado.
La polarización entre Santos y Uribe-Zuloaga quita espacio a los conservadores y también al frente izquierdista que, aunque aumentará sus votos, no aparece como alternativa viable. Santos, en las negociaciones de paz en La Habana con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ha firmado ya dos importantes acuerdos que sin duda tendrán un reflejo en los resultados electorales. El primero reconoce el derecho a la tierra de los millones de campesinos desplazados por la guerra entre las FARC y el gobierno, y decide favorecer su retorno. El segundo establece que las FARC, que actuaban junto al narcotráfico para financiarse, colaborarán en la lucha contra aquél y que el gobierno eliminará la fumigación de regiones enteras.
Las elecciones, por otra parte, se realizan gracias a un cese el fuego entre el gobierno y las FARC y después de un acuerdo con la huelga campesina. Santos propone, si es relegido, crear 5 millones de puestos de trabajo y resolver los problemas fronterizos y de comercio con su principal cliente, Venezuela (lo cual implicaría quitar la injerencia colombiana en favor de la derecha venezolana y dar una orientación menos pro estadunidense a la participación de Bogotá en la Alianza del Pacífico, construida en 2011 para combatir a Venezuela, la Alba, la Celac, el Mercosur, Unasur).
Una eventual victoria de Santos sería desconocida por el grupo de Uribe, que ya habla de fraude, pero podría reforzar las tendencias en Chile, con el nuevo gobierno Bachelet, necesitado de reformas sociales progresistas, a lograr una mayor independencia de Washington y dar así a Colombia un papel menos importante en las ofensivas militares y diplomáticas de Estados Unidos contra Venezuela.
La perspectiva de una paz algo estable con las guerrillas tendría también repercusiones sociales en los sectores campesinos, una parte menor de los cuales apoya a las FARC, a diferencia de las mayorías, que ven como enemigos tanto a los soldados como a los guerrilleros.
Zuloaga, quien fue pillado con las manos en la masa espiando el proceso de paz en La Habana para poder acusar de traición a Santos, no es un político popular. Pero su patrón, Uribe, tiene fuertes lazos con Estados Unidos, los sectores más agresivos y represivos de las fuerzas armadas y los terratenientes y sus guardias blancas. Santos pertenece a una familia terrateniente e industrial tradicional, fundadora del diario El Tiempo, pero habría que ver si su política es mayoritaria entre la burguesía y las clases medias conservadoras de Colombia, mientras que Uribe y su familia llegaron al poder y se mantuvieron en él gracias a los poderes fácticos
(delincuencia, grupos armados paramilitares, la embajada de Estados Unidos). Si Santos ganara, podría lograr que sectores sociales y de la izquierda –para permitirle enfrentar la oposición de la extrema derecha– limitasen transitoriamente sus críticas y reivindicaciones dándole algo así como un apoyo crítico no declarado
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Por supuesto, si ganara por muy poco Zuloaga, quien diría que hubo fraude sería Juan Manuel Santos y a su oposición se sumarían con vigor los sectores sociales y políticos antes mencionados. Una victoria de Santos reforzaría transitoriamente al gobierno en Venezuela de Nicolás Maduro y a su estrategia de diálogo con el sector menos agresivo de la oposición venezolana; una victoria de la extrema derecha colombiana, en cambio, sería considerada por Caracas como una verdadera declaración de guerra total.
Es evidente que en esta lucha entre dos sectores poderosos del capitalismo en Colombia en la que interviene el imperialismo, son apenas convidados de piedra los campesinos y trabajadores en general de Colombia, que es el país donde se asesinan más dirigentes rurales y que tiene el triste récord mundial de muertes de sindicalistas. Aunque la izquierda colombiana podría aprovechar los márgenes sociales para reorganizarse y, quizás, la adopción por las FARC de la vía de su desarme y de la creación de un partido político con raíces sociales, también podría reforzar un giro social hacia la izquierda, eso sólo sería posible en un ambiente de relativa paz y legalidad en Colombia.
Pero, precisamente, las incertidumbres del proceso electoral y postelectoral, que sólo se podrán resolver en las calles, hacen prever más bien, en lo inmediato, caos y confusión.
Es muy importante lo que está en juego en Colombia y, por eso, aunque Santos ganase por una mayoría importante de votos, los uribistas harán lo mismo que están haciendo los contras
venezolanos, o sea, tratar de ganar por las armas el terreno que les negarían las urnas. Colombia se parecería entonces a Venezuela. ¿Qué haría Estados Unidos con su Plan Colombia agonizando?