abrá quien diga que el triunfo de Gustavo Madero no es una sorpresa; sin embargo, hubo semanas en que Ernesto Cordero parecía llevar la delantera. Así que incertidumbre la hubo, como en toda competencia democrática; además, en este caso el respaldo de Felipe Calderón al ex secretario de Hacienda abonaba a la dificultad de predecir los resultados de la elección de presidente del PAN. Este apoyo era un factor ambivalente, porque la derrota de 2012 trastocó los equilibrios en el seno del partido, y todavía ahora no se han estabilizado, de suerte que la influencia de Calderón –su alcance y su significado– en Acción Nacional es una incógnita difícil de despejar. Hay quien piensa que el calderonismo está muerto, pero los resultados indican otra cosa. Mal que bien, Cordero obtuvo cerca de 40 por ciento de los votos, una proporción nada despreciable que, además, dado que el método de elección empleado permite conocer el ánimo de la militancia, refleja la presencia de Calderón y los suyos entre los verdaderos protagonistas de este proceso. Además, todavía no se han jugado su mejor carta: Margarita Zavala.
Madero compitió con la indiscutible ventaja de ser presidente del partido, aun cuando se haya retirado temporalmente del cargo. Estoy dispuesta a creer que no abusó de los recursos de la presidencia; aunque está claro que en esa posición ejercía una autoridad que se apoyaba en los estatutos, pero iba más allá, sobre todo en un medio panista, donde las jerarquías cuentan, al igual que la burocracia partidista y los gobernadores, que tienen, ellos sí, muchos medios para hacerse del poder. Por ejemplo, en Puebla Rafael Moreno Valle movilizó a la militancia a favor de Madero no tanto porque simpatice con él, ni siquiera sabemos si acaso piensa como él, sino porque tiene los ojos puestos en el regreso del PAN a Los Pinos en 2018. Es probable que de las historias familiares haya aprendido que para ganar elecciones se necesita una maquinaria partidista bien aceitada.
Si es cierto que los calderonistas tienen un espacio significativo en la militancia, ahora tendrían que utilizarlo para asegurarse participación en los órganos del partido. Según las reglas de la organización, Madero no está obligado a aceptar la demanda de representación de Cordero; tampoco tendría que abrir espacios de interlocución, a menos que su propósito de reconciliación sea serio. En entrevista con Georgina Saldierna ( La Jornada, 20/5/14), respondió de manera inteligente a la pregunta de si habría espacios de poder para los corderistas/calderonistas. Contestó que de poder no, pero que los habría de deliberación.
La reincorporación de los calderonistas es aconsejable como parte de una estrategia destinada a alcanzar un equilibrio estable entre la dirigencia partidista y los gobernadores, que podrían verse tentados a utilizar su poder para someter al partido. Nada más que por esa razón a Madero le conviene llevar a cabo una operación cicatriz, como ellos mismos la han llamado, que fortalecería al PAN. De esta manera puede conjurar los riesgos de encontrarse en 2017-2018 con un partido débil y un candidato fuerte, como ocurrió en 1999 con las sabidas consecuencias.
La última reforma del partido le dio a la militancia un lugar preponderante en procesos tan importantes como la elección del presidente, que antes estaba en manos del Consejo Nacional. Ahora, en cambio, es decisión de los militantes. Esta fórmula puede ser democrática, pero no está exenta de riesgos. En su blog, Javier Aparicio analiza la relación entre militantes y voto por Acción Nacional en los estados. No deja de llamar la atención la distancia que en algunos casos separa a estas dos categorías. Por ejemplo, en Puebla, otra vez, es desproporcionado el número de militantes frente a los votos que recibió Josefina Vázquez Mota en la elección federal; el mismo fenómeno se presenta en Jalisco, que en 2012 tenía un gobernador panista. Hace meses vi una gráfica similar, en la que desde 2000 el voto por Acción Nacional disminuía, aunque la militancia aumentaba casi al mismo ritmo. Aquí no hay gran misterio, y la conjetura es evidente: no son lo mismo el militante de un partido en el gobierno y el votante que va a elegir gobierno.
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