Los actos violentos, particularmente el asesinato de Galeano, no son neutrales
Sus investigaciones daban por casi muerto al zapatismo, suerte de mito ideológico
Miércoles 21 de mayo de 2014, p. 19
San Cristóbal de Las Casas, Chis., 20 de mayo.
Los investigadores sociales que al cobijo institucional documentaron desde una perspectiva abiertamente antizapatista las cañadas tojolabales de Las Margaritas entre 2001 y 2012 deben estar revisando sus entrevistas y notas de campo, cotejando los nombres de sus informantes con los actores centrales de la violencia reciente en La Realidad, sobre todo los de los asesinos del zapatista Galeano.
Con informantes desertores
, opositores
o falsos seguidores del zapatismo que en diversas publicaciones académicas los estudiosos celebraban, pues ayudaban a probar
sus tesis con imparcialidad y honestidad
, sus investigaciones daban por casi muerto al zapatismo, suerte de mito ideológico que sería impermeable a la verdad. Hoy, cruelmente, sus afanes de pureza quedan expuestos por la prueba del ácido de la realidad.
Crisis de las políticas contrainsurgentes
La agresión contra bases zapatistas y la junta de buen gobierno, que condujo a un asesinato premeditado y con saña, marca una crisis de las recientes políticas contrainsurgentes dirigidas a las siempre asediadas comunidades autónomas zapatistas. En su origen sólo militar (desde 1994) el combate al zapatismo y su influencia social (o contaminación
) evolucionó a situaciones muy violentas en las zonas chol y tzotzil, que incluyó masacres y desplazamiento de miles de familias rebeldes o simpatizantes bajo un esquema paramilitar convencional, aunque disimulado. Los años peores van de 1996 a 1998, cuando el propio Ejército federal participa en acciones letales contra zapatistas (al menos en San Juan de la Libertad, El Bosque), siguiendo órdenes directas de presidente Ernesto Zedillo.
Tras los cambios de gobierno federal y estatal, a partir de 2001 florecen nuevas ramas de la contrainsurgencia. Con el retiro de algunas posiciones significativas en la zona de conflicto
, sobre todo las vecinas a los caracoles (entonces llamados Aguascalientes), el Ejército y el gobierno de Vicente Fox crean el espejismo mediático de un retiro de tropas en las regiones indígenas de Chiapas, que en los hechos nunca ocurrió.
Sin hacer jamás mención a la ocupación militar masiva en las Cañadas y los Altos (una constante no menor en la vida comunitaria de centenares de pueblos), a mediados de la década pasada se conforma una corriente de investigación desde El Colegio de México, a cargo del investigador Marco Estrada Saavedra, así como algunos círculos académicos de San Cristóbal de Las Casas. Estrechamente vinculada con el entonces comisionado federal para Chiapas, Luis H. Álvarez, esa corriente entra
en las zonas zapatistas
conducida por canales oficiales. Su primer producto es el extenso libro La comunidad armada y el EZLN (El Colegio de México, 2006), del propio Estrada Saavedra, dedicado exclusivamente a las cañadas tojolabales de la selva Lacandona, cuyo epicentro rebelde está en La Realidad.
El autor desarrolla el concepto de comunidad armada
para oponer a los zapatistas con los demás grupos políticos de la región, en su mayoría adscritos al gobierno (incluso los otrora independientes
) y blanco continuo de la contrainsurgencia educativa, económica y propagandística. Es con estos últimos que se relacionan Estrada Saavedra y sus ayudantes para el trabajo de campo.
En un ensayo reciente, el sociólogo y filósofo elabora la disyuntiva ¿Compromiso o conocimiento?
, y justifica su labor –que supone imparcial, objetiva y científica– en las cañadas tojolabales, descalificando el compromiso
, por ideológico y parcial, si no fantasioso. Allí escribe:
“¿No merecen los otros –es decir, aquellos con los que no se está de acuerdo políticamente– ser tratados con imparcialidad y honestidad? Por supuesto que lo merecen. Inclusive esta afirmación resulta políticamente conveniente y más que necesaria para apoyar las luchas populares. Ocuparse sólo de los actores subordinados haciendo historia, antropología o sociología ‘desde y con los de abajo’, resulta tan unilateral e insuficiente como dedicar la mirada exclusivamente a los grupos dominantes. Son las relaciones de ambos, y no sólo sus posiciones, las que explican la dominación y la subordinación. La práctica real de los ‘científicos comprometidos’ se antoja mera arrogancia populista de logócratas (sic)”. (Relaciones 137, El Colegio de Michoacán, invierno de 2014).
Ha sido largo y sinuoso el camino del investigador y sus colegas para llegar a estas conclusiones, desenmascaradas ahora por los acontecimientos en esa región.