annes, 20 demayo.
Cada vez quedan menos cineastas que sean garantía de calidad. Los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne son un par de ellos. Su más reciente película Deux jours, une nuit (Dos días, una noche) describe el periodo que le toma a su protagonista, la obrera Sandra (Marion Cotillard), para tratar de convencer a sus compañeros de trabajo a votar a favor de ella. Si la mayoría vota por cobrar, en cambio, un bono anual, ella será despedida de la fábrica.
Sin duda, es el argumento más simple que los Dardenne han empleado para continuar ejerciendo su tipo de cine naturalista y de explícitas intenciones humanistas. Sandra no es el único personaje desesperado, a punto de caer en una crisis nerviosa por su dilema. Su entrevista con la mayoría de sus compañeros es un corte transversal por los diferentes matices de la crisis económica europea; y las varias razones por las que algunos prefieren cobrar el bono son perfectamente legítimas. Son los patrones que confabulan esos dilemas, claro, quienes se merecen el desdén de la película.
La habilidad de los Dardenne se advierte en la urgencia que le imparten a un asunto que podría volverse monótono y, por suerte, han dejado desde hace tiempo de filmar sólo las nucas de sus personajes. Incluso se permiten un breve momento exultante, cuando Sandra, su marido y una amiga cantan Gloria, de los Them, mientras viajan en su auto. La escena es muy sencilla pero elocuente.
Por su parte, la japonesa Naomi Kawase abunda en sus pretensiones cósmicas en Futatsume no mado (traducida al inglés como Still the water), una historia de la pérdida de la inocencia, mezclada con sus habituales reflexiones sobre la fuerza espiritual de la naturaleza. Los personajes son poco originales: una adolescente en su despertar sexual y el chico que le gusta, cargado de problemas edípicos; una madre que agoniza en la felicidad de saberse querida; un viejo sabio, y otro hombre maduro que tira netas. La cineasta los coloca en una isla a punto de ser afectada por un tifón y los apuntes filosóficos que salen de sus bocas son dignos de una galleta china (valga la contradicción cultural).
Kawase es también directora de documentales y, en particular, su fuerte es filmar a la naturaleza –la potencia imponente del mar, el viento soplando furioso entre los árboles– auxiliada por los retumbos del sonido Dolby. Aunque Futatsume no mado es una película muy delgadita no faltará quien se quede extasiado por sus supuestos valores poéticos. Entre ellos, es probable que Jane Campion, la presidenta del jurado, sea una de sus principales defensoras. Nada más coherente que la primera y única mujer en ganar la Palma de Oro sea instrumental para que una colega repita la hazaña.
Fuera de competencia, se exhibió Gui lai (Volviendo a casa), vigésimo largometraje del chino Zhang Yimou y su regreso al registro íntimo, tras sus épicas de artes marciales. Se trata de un franco melodrama sobre un preso político (Chen Daoming) de la revolución cultural maoísta que, al concluir ésta, se le permite volver con su esposa (Gong Li); el problema es que ella sufre de amnesia y no lo reconoce.
Aunque el tema es parecido al de melodramas hollywoodenses como Diario de una pasión (2004) y Votos de amor (2012), Zhang y su guionista Zou Jingzhi disfrazan con cursilería la connotación política de la amnesia: lo conveniente que resulta para la historia oficial olvidar el periodo oscuro de la revolución cultural, precisamente. Bien filmada, como podría esperarse de Zhang, la película consigue ser genuinamente emotiva en su tramo final.
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