lgunos de mis amigos involucrados en la grabación de música (compositores, intérpretes, productores, distribuidores) me siguen enviando con regularidad discos compactos. Pero no todos. En estos tiempos en los que hasta el aparentemente sempiterno cd se está acercando peligrosamente a la lista de las especies en extinción, con creciente frecuencia me encuentro con que la música que me envían no viene en una cajita de plástico con una hermosa fotografía de portada, ni viene acompañada de un folleto simultáneamente muy ilustrativo y muy bien ilustrado. Y la música en cuestión no viene codificada en un esbelto redondel de plástico duro, y de hecho ya no necesito un lector de discos para escucharla. Lo que me envían es… un fantasma, una entelequia, una música virtual, fairy dust, el polvo de hadas famosamente aludido por Matthew McConaughey en su mejor escena en El lobo de Wall Street, el ejemplar filme de Martin Scorsese.
No, ya no siempre recibo la música de mis amigos en un formato físico. Ahora me envían links, claves, sitios web, fugaces tracks que desaparecen de la nube (o de dondequiera que se encuentren almacenados) si no los acceso y descargo prontamente. (De vez en cuando, todavía, en vez de accesar y descargar, escucho música poniendo el cd y oprimiendo play
, por asombroso que parezca). Por más que me esté costando trabajo adaptarme a la nueva era de la música virtual, debo confesar que entre algunos de esos envíos recientes he recibido músicas realmente interesantes. Una de ellas es el soundtrack de la película El lado oscuro de la luz, compuesto por Gus Reyes, especialista en estas lides de crear sonidos para las imágenes.
De entrada, el hecho de que mi acceso a la música de este filme no ocurrió en el mundo físico me permitió hacer un experimento: escuchar esta banda sonora de Gus Reyes antes de abrir los otros links que me remitieran a diversas informaciones sobre la película en cuestión. Pude comprobar así, a priori, que Reyes compuso esta música cinematográfica con escrupuloso (pero no maniqueo) apego a algunas de las reglas básicas del oficio, sobre todo aquellas que se refieren, por ejemplo, al manejo del leitmotiv, a la continuidad expresiva, a la homogeneidad estilística, a la congruencia instrumental. Percibí, sobre todo, en esta música de Gus Reyes, una particular atención a la creación de atmósferas sonoras conducentes a todo aquello que tiene que ver con cierta clase de suspenso contenido, con una tensión interna bien llevada de un track a otro, con los indispensables puntos de distensión adecuadamente colocados.
Otro acierto de este sugestivo soundtrack está en el adecuado y nunca excesivo uso de ciertos fenómenos de repetición de células y motivos, recurso siempre apto para la generación de cierto tipo de inquietud y expectativa. En un par de puntos específicos, creí escuchar fugazmente algunos gestos sonoros que me recordaron, a la distancia, ciertos elementos del elegante y poderoso soundtrack que compuso Jerry Goldsmith para el filme Bajos instintos (Paul Verhoeven, 1992). Piano, arpa, voces solas y corales, texturas de cuerdas, son algunos de los elementos básicos empleados por el compositor en la elaboración de su música para El lado oscuro de la luz, que incluye un sencillo Requiem en el que el compositor evade inteligentemente el tremendismo típico de este género litúrgico-luctuoso. Por rigor, y para que no se queden con la duda: El lado oscuro de la luz (2013) es un largometraje mexicano de ficción escrito y dirigido por Hugo Castillo Brumbaugh, que narra la peculiar historia de un asesino serial, su pasado, sus motivaciones, sus delirios religiosos y…
Dicen que para muestra basta un botón, pero yo les doy noticia de otro más: por la misma vía virtual que el soundtrack de Gus Reyes para El lado oscuro de la luz, me llegó el disco
(comillas mías muy intencionadas) titulado Móvil, interesantísima producción de la compositora y percusionista mexicana Alejandra Hernández. Si las cosas siguen por este camino (y no dudo que así sea), muy pronto la música dejará de tener un soporte físico, y yo seré sin duda uno de los nostálgicos anticuados que deplore la desaparición de los discos. Pero por lo pronto, más me vale adaptarme y aclimatarme, so pena de convertirme yo también en una especie en vías de extinción.