PRD: nada que festejar
Los herederos del ferrocarril
Agonía interminable
tado a una crisis interminable que le impide existir con una calidad de vida digna de su idea fundacional, pero que tampoco lo deja morir con dignidad, el PRD no se alimenta más de la izquierda, aunque sobrevive jugando a veces a la oposición, pero siempre gozando de las dádivas del poder.
Miguel Ángel Mancera, Marcelo Ebrard, Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas, todos ellos jefe y ex jefes de Gobierno del Distrito Federal, deberán estar, cuando menos, aterrados por lo sucedido a ese partido que alguna vez se dijo de izquierda, y que los postuló al cargo de elección popular más importante que han logrado.
El PRD nació hace un cuarto de siglo para combatir –entre otros males– al neoliberalismo, que entonces apenas se estaba apoderando del país, pero al paso del tiempo, con la dirigencia en manos de los hijos del ferrocarril –nos referimos al PFCRN (Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional)–, que vivió y murió en manos de Rafael Aguilar Talamantes, hombre que como sus sucesores, los chuchos, estaba dedicado a favorecer al poder, sin importar el grado de derecha de donde proviniera, es decir, del PRI o del PAN.
Jesús Ortega y Jesús Zambrano, con la complicidad de Carlos Navarrete y Guadalupe Acosta Naranjo, se apoderaron de un PRD que se llenó de ambiciones y dejó atrás todas sus ideas de transformación por las que había luchado durante muchos años, confiados, desde luego, en que los votos se compran, ya no se trabajan, y que la militancia parece haberle perdido el asco a los corruptos.
Así, a sus 25 años, se ha convertido en parte del coro que acompaña al poder. A veces desafina, pero a fin de cuentas es coro, y el PRI, en este caso Enrique Peña, sabe que cuenta con ellos para lo que se le pegue la gana, a fin de cuentas esa es la izquierda moderna, la izquierda de los acuerdos en contra de la gente, la izquierda que ha servido para que el número de pobres siga aumentando, y el poder económico de los ricos crezca día con día.
Con esos antecedentes, el PRD dice que festeja 25 años, en los que el conflicto por la deshonestidad en el quehacer político de sus dirigencias es una constante desde hace cuando menos ocho años. Antes de eso –el periodo oscuro de los chuchos– ya existían los datos concretos que anunciaban que el PRD terminaría genuflexo ante el poder. Samuel del Villar, hombre leal a la honestidad, heredó a ese partido una crítica en la que anunciaba un horizonte negro para el organismo.
Nadie hizo caso a esa llamada de atención. Por el contrario, se hicieron oídos sordos a la problemática advertida por Del Villar, que se centraba en la deshonestidad de las dirigencias, y aquella premonición se ha convertido en una losa que cargan los pocos militantes concientes que aún quedan en ese partido, y que nada importan a los hijos del ferrocarril, que auspician la agonía interminable del PRD.
De pasadita
El festejo por el Día del Niño que organizó el delegado de Iztapalapa, Jesús Valencia, de verdad es digno de mencionar. Tal vez no sea el acto que deja votos y por el que todos los políticos suspiran, pero sí es uno de esos actos que dejan a uno la conciencia tranquila. Seguramente esos niños, los que estuvieron presentes en el festival, no olvidarán el momento y el funcionario podrá llevar hasta el fin de sus días en el quehacer político el orgullo de dejar en ellos, tal vez los más desamparados del Distrito Federal, un momento alegre que amortigüe, cuando menos, las desgracias cotidianas.