uando conocí a Laclau en Oxford, él era un joven trotskista y peronista, seguidor de José Abelardo Ramos. Que fuera capaz de llevar puesta esta combinación de trotskismo y peronismo y más tarde su carrera universitaria en Inglaterra, donde consiguió encontrar un excelente empleo (lo que no debe haber sido fácil), acrecentó mi respeto, no sólo por Ernesto Laclau como persona, sino mi perplejidad ante la complicación extrema de la política argentina y en concreto del peronismo. Leer u oír de Laclau a través de las décadas, y cada vez más en los últimos años, me ha despertado el recuerdo de una amistad juvenil, de la tesis doctoral de historia económica que el pensó escribir sobre la cría de ovejas en Patagonia, pero que no escribió, y de su sofisticación mental como joven intelectual argentino que conocía a Carlos Marx de cabo a rabo y era peronista. Se instaló como en su casa en Londres y en el continente europeo en la época inmediatamente anterior a 1968. De entonces datan sus primeros artículos en la New Left Review.
De peronistas, los hemos conocido de todos los colores. El peronismo ha sido siempre difícil de entender. Hasta llegó a ser neoliberal con Carlos Menem. Una vez, el ex montonero peronista Mario Firmenich vino a verme, en su exilio, a mi oficina en la universidad en Barcelona, porque quería discutir simpáticamente de termodinámica y economía. Perón, Perón, qué grande sos.
Casi todos mis amigos argentinos de diversas inclinaciones políticas, incluso ecologistas, en los últimos 20 años se han reclamado y se reclaman casi todos del peronismo. Algunos son radicales o del partido socialista, pero pocos. Es evidente que el general y Evita Perón dejaron una memoria imborrable. Fueron nacionalistas; ganaron elecciones. Los sucesivos golpes militares impedían que el peronismo llegara al poder electoralmente, o sea que no puede simplemente criticarse al peronismo de antidemocrático. Más bien, lo contrario. Pero de otro lado, el general Perón vivía tranquilamente en el exilio precisamente en el Madrid del general Francisco Franco.
Un gran mérito de Laclau es haber mantenido durante 50 años el interés por su país y por explicar el fenómeno populista en América Latina, que conocía desde su infancia. Un marxista o posmarxista enfrentado al análisis del peronismo. Su amistad con Cristina Kirchner no es casual. No cedió en su voluntad de explicar los populismos que vivió América Latina (el peronismo, el getulismo) y los que han surgido, con éxito, en distintos países en los últimos años. Por tanto, su relevancia no es sólo argentina. En Ecuador, sus análisis (y su apoyo) han sido considerados como pertinentes por los propios correístas.
No dijo que los populistas fueran necesariamente de izquierda, aunque claramente simpatizó y apoyó a Rafael Correa y a Cristina Kirchner frente a las arremetidas de la prensa al estilo de El País. Yo a veces me siento favorable a estos populismos, pero otras veces no. Eso no es porque practique una superioridad liberal europea, que en cualquier caso sería una falsa superioridad, tenida en cuenta nuestra historia. Yo creo que Kirchner y Correa abandonaron el Consenso de Washington para caer en el “Consenso de los Commodities”, como dice Maristella Svampa. Soy partidario del posextractivismo, pero Laclau se movía intelectualmente en un plano de análisis más puramente político. Ni la cría de ovejas ni las polémicas sobre los términos de intercambio y la sustitución de importaciones eran sus temas. Podrían haberlo sido, pero no lo fueron. Yo creo que ha muerto sin haberse pronunciado respecto de las críticas posextractivistas. Tal vez me equivoque.
Los gobiernos nacional-populares a comienzos del siglo XXI le dieron la razón a Laclau, el famoso teórico de La razón populista. Su triunfo intelectual no fue póstumo, duró unos años, lo pudo disfrutar. Murió el 13 de abril en Sevilla, acompañado de Chantal Mouffe, precisamente invitado para hablar de la razón populista en América Latina. Ha muerto en Europa, pero pasa a la historia como teórico de la política latinoamericana, con teorías seguramente pertinentes para otros países también. Hace ya años, a partir de la idea de la construcción de hegemonía de Antonio Gramsci, dijo que el proletariado ni su supuesto partido político era protagonista indiscutible de la historia (algo duro para quien fue un joven trotskista), y afirmó la posibilidad de construir otras hegemonías. Pero eso ya lo sabía él desde mucho antes. El peronismo fue el partido de la clase obrera argentina (y de sus sindicatos, construidos tras la destrucción de otros sindicatos) y, sin embargo, el peronismo apelaba a otras clases sociales. Sus eslogans, como Braden o Perón
, se dirigían con éxito al pueblo en general.
*ICTA-Universitat Autónoma de Barcelona