Opinión
Ver día anteriorViernes 25 de abril de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Penultimátum

El poder del otro bando en el Vaticano

H

ace cuatro años fue beatificado Juan Pablo II. A la ceremonia asistió Felipe Calderón, presidente de un Estado laico. Habían pasado cinco del intento fallido de declararlo santo súbito, por aclamación de los fieles, ignorando lo que dicta el derecho canónico. Pero su sucesor y fiel servidor, Benedicto XVI, se encargó de obviar los pasos fundamentales para declarar la santidad. Es un privilegio que tienen los pontífices, que ya no son infalibles. Y como se necesitaba un milagro, pronto apareció: la curación de una religiosa francesa enferma de Párkinson. Ese milagro no logró borrar las partes oscuras del pontificado más mediático de la historia.

Precisamente cuando se le beatificó, se confirmó que el Vaticano había ordenado a los obispos de Irlanda evitar cualquier denuncia contra los sacerdotes pederastas. En 1997, Luciano Storero, representante de Juan Pablo II, pidió a los dirigentes eclesiásticos de ese país abstenerse de cooperar con la policía para proceder legalmente contra ellos. En una carta Storero justifica que el procedimiento judicial da lugar a graves reservas de carácter tanto moral como canónico.

En paralelo el arzobispo de Viena, el cardenal Christoph Schoenborn, defendía a Benedicto XVI al decir que éste no pudo indagar los casos de abusos sexuales cometidos por curas católicos cuando era el jefe de la Congregación de la Doctrina de la Fe, porque su predecesor lo impidió. El motivo: altos cargos del Vaticano le habían convencido de que no era necesario. Puedo aún recordar muy claramente el momento cuando el cardenal Ratzinger tristemente me dijo que otro bando se había impuesto, dijo Schoenborn en la televisión austriaca. El otro bando lo encabezaba el poderosísimo secretario del Vaticano, Angelo Sodano, gran amigo de Marcial Maciel, y de quien cada vez se conocen más sus turbios manejos. Adujo que una investigación sobre los curas pederastas podía hacerle a la Iglesia una mala prensa.

El purpurado austriaco se refería especialmente al cardenal Hans Hermann Groer, arzobispo de Viena en los años 90, sobre el cual pesaban acusaciones de pederastia y quien no fue investigado por la congregación que Ratzinger presidía pese a que éste sí quería hacerlo.

Benedicto XVI respondió a la denuncia del cardenal austriaco diciendo que sólo el Papa puede acusar a un prelado. Reiteró así que el Vaticano es una monarquía en la que todos sus miembros deben obedecer lo que ordena quien ocupa el trono de San Pedro.

Ese mismo año apareció el milagro para declarar santo al protector de  Maciel: la curación de una costarrricense víctima de un aneurisma cerebral.

Francisco recibió como herencia hacer santo a Juan Pablo II, que lo será el domingo próximo. Pudo evitarlo, pero se impuso, de nuevo, el poder del otro bando.