areciera ser una premonición que el día más significativo para la Marina de México sea la conmemoración de una gesta librada en tierra: el enfrentamiento con los marines estadunidenses en Veracruz aquel 21 de abril de 1914. Murieron en la lid dos cadetes.
En los discursos conmemorativos del centenario no se les mencionó, en cambio se enaltecieron los triunfos policiales de la Marina. Paradójicamente, 100 años después observamos y admiramos una Marina que da sus luchas otra vez en tierra.
Debiera sorprendernos saber que lejos del mar los marinos pescaron a un narco en Querétaro, Coahuila o Jalisco. O que ahora resguardan los 19 mayores puertos (todos) del país, sin conocimiento administrativo, experiencia ni base legal ninguna. Son recursos o arbitrios extremos del gobierno federal.
Esto no le hace ningún bien a la institución ni al país, aunque hay que abonar, y con toda justicia, que la Marina está haciendo una gran tarea en donde las fuerzas que legalmente debieran operar –policías de toda especie y nivel– sencillamente no pueden con la tarea, por insuficientes, ineficientes y corruptas.
Lo que en el corto plazo es una satisfacción, conforme avanzan las realidades se va transformando en una aberración legal, institucional y operativa que sencillamente no es saludable, y ello, se debe subrayar, no es imputable a los marinos, ni a sus mandos operativos, ni sus mandos político/administrativos, no.
La responsabilidad inicial fue de Felipe Calderón, que en su mil veces equivocada estrategia anticrimen, pronto descubrió lo que debería haber calculado antes: que sus fuerzas policiales sencillamente eran incapaces y que las fuerzas militares, puestas a operar en numerosos frentes sin racionalidad alguna, resultaron insuficientes.
Se dieron entonces dos determinantes: un secretario de Marina creativo, ambicioso y con liderazgo ejecutivo, ante un secretario de la Defensa conservador, lento, medroso, sin carisma. El resultado fue obvio: un crecimiento expansivo, bien diseñado, de la infantería de marina, y la consecuente invasión de funciones que en la más elemental lógica, hasta histórica, pertenecerían a las fuerzas de tierra.
El resultado de la expansión marina hacia funciones y áreas de clara pertenencia a las responsabilidades civiles es un hecho de enormes consecuencias. Opera sin respaldo de leyes, invadiendo jurisdicciones del orden público, sin límite de espacios y responsabilidades. No está sujeta a reglas deseables, que no existen. Es un riesgo para la institución y, por supuesto, para el deseable imperio de la ley.
Las tropas volverán a sus cuarteles
. Hoy más que nunca se observa que esa envejecida frase quedó para el olvido. El hecho de borrar la frase del discurso oficial etiqueta una realidad, un imperativo que no sería del gusto de Poder Ejecutivo aceptar: las tropas no volverán a sus cuarteles y ahora, por el bien del país, urge poner orden en la lidia.
Y sobre la más significativa rama de la Marina, que es la Armada, y su material a flote, barcos y demás, ¿qué? No se oye más de aquellas hazañas que antes se anunciaban con orgullo: garantizar la soberanía de la nación en el mar territorial, custodiar la zona económica exclusiva, proteger el tráfico marítimo, la riqueza pesquera, interceptar contrabandos. Nada de eso se oye.
Entonces, ¿cuáles son los espacios legales para las actuaciones de la Marina en tierra, para su legal participación y para su protección como institución ante tareas tan tramposamente formuladas? La Ley Orgánica de la Armada respecto de su espacio de actuación mañosamente expresa: donde el mando supremo lo ordene
(artículo 2, fracción IV).
Mantener estos espacios de discrecionalidad es un peligro nacional, ya que pone en estado de fragilidad la debida verticalidad del poder presidencial y a instituciones de las que con mucho dependen valores esenciales del país.
La Armada de México ha padecido por décadas de indefiniciones de su identidad real con todas las consecuencias que se pueda imaginar, como estar dotada artificiosamente de material de dudoso interés nacional práctico, frecuentemente de desecho de otras fuerzas armadas y ahora, con transformada vocación, operar en misiones sorprendentes por su manifiesta eficacia, pero también porque se desarrollan en tierra y no en su ámbito natural.
¿Cuáles debieran ser el presente y el futuro de la Marina ante las innegables condiciones de inseguridad que está viviendo el país? Definirlo requeriría de un sesudo estudio que inevitablemente involucraría la definición y destino del aparato de seguridad nacional en su conjunto.
Esas no son el tipo de reformas que parecieran agradar al presente gobierno, así que, ¿esperaremos un grave conflicto para enfrentar la realidad? Por hoy nada se hará. El lema es: ¡¡No hagan olas!!