Más de una hora después de que se llevaron las cenizas de Gabriel García Márquez del Palacio de Bellas Artes, la gente se mantenía arremolinada en la entrada norte del recinto, con enfado, e intentó ingresar por la fuerza, en lo que se conoce coloquialmente como portazo.

La indignación se manifestó también en gritos coreando el nombre del escritor colombiano y de culeros, dirigidos a los organizadores. Ningún funcionario dio la cara.

Mientras, merced al fuerte viento, las miles de mariposas amarillas de papel proseguían flotando entre el mármol del edificio y el firmamento del Centro Histórico.

Una lectora dijo que, si bien ya no estaban las cenizas en el lugar sí permanecía el espíritu del autor.

Muchos lo creyeron con tan sólo ver a los niños jugando con las mariposas de papel bajo sendos retratos de Gabo ubicados en los flancos de la entrada principal del inmueble.

Las muestras de inconformidad cesaron poco después y el público ingresó en orden al Palacio de Bellas Artes. Pero ya no estaban las cenizas.

Adentró sólo quedaba el recuerdo. Y afuera, mariposas amarillas que volaban liberadas...

Minutos antes de las diez de la noche cerraron las puertas de Bellas Artes.