Opinión
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Melón

Mario Ruiz Armengol

D

esde mi punto de vista, al maestro no se le ha dado el reconocimiento debido. Ahora que los homenajes y las distinciones aparecieron, con su permiso, bonkó, voy a recordarlo aprovechando que recibí una llamada de Radio Educación en la que se me pidió que hablara de mi admirado Mario Ruiz Armengol (1914-2002), cuyo centenario de nacimiento se celebró el pasado 17 de marzo, y lo hice con mucho gusto. Aquí va más más o menos lo mismo.

Empezaba mi trayectoria sonera con mis queridos Guajiros del Caribe, en cuya compañía fui al teatro Metropólitan a un aniversario no sé de qué del SUTM. La impresión fue mayúscula y, por supuesto, llena de admiración al ver a don Mario dirigir una orquesta en la que se encontraban los mejores músicos de aquella época, con un arreglo suyo –aún lo recuerdo– que era un medley dedicado a Veracruz, que puso a gozar al personal.

Desde esa ocasión mi admiración fue creciendo. Cada vez que podía me colaba a la W para presenciar los programas en que don Mario y su orquesta proporcionaban el agasajo musical. Pasó el tiempo y éste, su asere, tuvo la oportunidad de grabar en la Víctor con diferentes artistas, entre ellos, Miguelito Valdés. Viene a mi memoria algo que aumentó mi admiración por ambos dos, como dijo Fox.

Resulta lo siguiente: Miguelito tenía que concluir un álbum porque al día siguiente partía a territorio pecoso. Entre lo que iba a grabar se encontraban dos merengues venezolanos que no tienen nada que ver con los dominicanos. Empezábamos la aventura de Lobo y Melón con su grupo y nos llamaron a Lobo, Cholito, así como a su enkobio, para grabarlos. La primera sorpresa fue que el que dirigía la orquesta era nada más y nada menos que Mario Ruiz Armengol. El estudio estaba a su total capacidad con metales, cuerdas, cañas, etcétera, con Aurelio Tamayo en el redoblante, al que se le cocinaba aparte, así que la situación lucía impresionante.

Debo decir que don Mario dirigía subido en un pódium. Empezó la grabación y después de unos cuantos compases paró a la orquesta y se dirigió a un violinista, a quien le dijo: me estás dando un mi natural y yo escribí mi bemol. A lo que el violinista respondió: En efecto, pero tengo escrito mi natural.

Mario, con mucha calma, le dijo: Debe ser error del copista. Bajó del pódium para dirigirse al lugar del violinista para comprobar su aseveración y decirle al músico: Efectivamente, es error del copista. Componlo, por favor, y vamos de nuevo, y regresó al pódium. Imagínese, monina, la clase de oído que tenía el maestro. El aplauso, digo, la ovación que le brindó la orquesta no se hizo esperar.

Otra muestra de su sensibilidad auditiva sucedió en el Café San José, de Ayuntamiento y Luis Moya, adonde el maestro acudía a tomar café, platicar con amigos y esperar a que llegara un señor que vendía los periódicos de la tarde. Este señor colocaba una cadena alrededor de la cintura con una campanita y hacía un recorrido bastante largo para llegar hasta el café desde Enrico Martínez. En una ocasión quise empatarme con él y no lo conseguí, pero en otra oportunidad, en compañía del Matador Lozano, el maestro nos dijo, allá vienen los periódicos y llegaron después de un corto lapso. ¡Vaya cosa!

Independientemente de las anécdotas, era magnífica su conversación, más bien, su cátedra, así como los recuerdos de su estancia en Cuba. En otra ocasión, en un lugar llamado Casa de Michoacán, estuve presente en un tete a tete de Miguelito Valdés y don Mario que valió un potosí.

Formó parte del Son Clave de Oro, en una gira que los llevó hasta Los Ángeles, California. Aquí en México los jueves presentaba en reuniones en un estudio de la XEW las actuaciones de grupos de diferentes géneros musicales: cuartetos de cámara, conjuntos de jazz, donde llegó a participar Lobo y Melón con su grupo en sus inicios. Pasado algún tiempo nos dirigió en varias grabaciones.

Fue un enamorado de la música cubana, le gustaba tocar rumba y en el quinto daba muestra de su calidad. Como ejemplo de lo que digo, está un álbum que le produjo a Silvestre Méndez con el nombre de Bembe aragua.

Vaya, pues, mi humilde reconocimiento a quien fue un verdadero maestro, un gran compositor y una finísima persona. ¡Vale!