o se puede quedar bien con todo mundo: de una parte del globo terráqueo me increpan: supera tu complejo de Michael J. Fox y deja de estarte subiendo a la máquina del tiempo cada semana. Si continúas con tus periclitadas crónicas vas a terminar inmiscuyéndote en la disputa sobre el verdadero nombre de la nave capitana de la expedición del almirante Colón. Y que prontito caigo en la provocación: la duquesa Laura Isabel Álvarez de Toledo sostiene que el verdadero nombre de la carabela insignia era Marigalante, pero el cronista mayor Antonio de Herrera y Tordesillas afirma que tal nombre correspondía a la nave capitana del segundo viaje. Lo cierto es que a la tripulación le placía más trabajar para una Mari Galante que para una María santa. Yo creo esta versión pues, según el testimonio musical del compositor argentino Horacio Fontova, a este equipo náutico pertenecían los hermanos Pinzones (3), que como bien sabemos eran unos grandes… marineros. En las antípodas, por el contrario, me dicen: ¡Qué bueno que todavía hay compañeros de la generación de P. Picapiedra que levanten polvos de aquellos lodos! Sigue cronicando hasta donde te alcance la memoria (no es memoria, son mis sesiones de hipnosis y mi diario de la Pequeña Lulú). Sé que mi nicho de lectores está ubicado en La casa del actor, el asilo Mundet y algunos otros ancianatos: y no pienso fallarles, seguiré fatigando el pleistoceno superior inmisericordemente. Lo mejor que se me ocurre es campechanear. O séase: relatar la historia del telegrama Zimmerman (comunicación entre, el canciller del Imperio Alemán y el conde Heinrich von Eckardt, embajador en México, el 16 de enero de 1917, en el que lo instaba a despertar en el gobierno mexicano el interés en iniciar acciones bélicas contra Estados Unidos, para las cuales contaría con todo el apoyo germano. Al triunfo, México recuperaría gran parte del territorio que le había sido arrebatado). Y a continuación, para compensar, podría referirme a ciertas cuestiones del presente, aunque muchas de ellas, si no las fecho en la actualidad, podría pensarse que pertenecen al ámbito del pretérito pluscuamperfecto, es decir, el pasado del pasado.

Empecemos haciendo un ensayo comentando pequeños incidentes que se dieron en la elección de los nuevos consejeros INEanos. Sobre estos 11 ciudadanos hay que mantener una permanente y rigurosa observación porque, ya lo hemos visto, sus decisiones personales pueden afectar las decisiones colectivas más importantes: su desempeño cotidiano, sus opiniones, razonamientos, votos y hasta sus relaciones afectivas, familiares, profesionales, de negocios, su vida social nos competen y atañen directamente. Cada una de sus acciones y omisiones hablan de sus convicciones y creencias, de los móviles más íntimos de su vida y, ¿no creen ustedes que, si merced a nuestra confianza y sobre todo a nuestro patrocinio, van a vivir tres, seis y hasta nueve años en el penthouse de esta empobrecida y famélica sociedad (asimétrica, dirían los que saben), no tenemos el total derecho de conocer hasta los entresijos de su generosa entrega al servicio público? Ahora, que quien sea un celoso guardián de su intimidad, pues se equivocó de ventanilla. Debió haber tratado de incorporarse a una de esas empresotas tan suertudas a las que, junto con el otorgamiento merecido y legal de sus contratos, se les da la garantía de una secrecía absoluta sobre su inteligente forma de cabildear (tengo una perversa máquina que me cambia palabras), quise decir gestionar eficazmente la licitación correspondiente. También de adecuar los documentos suscritos por el organismo público otorgante: ciertos ligeros arreglos realizados en alguna sucursal de los evangelistas de Santo Domingo, ahora domiciliada en Santa Fe, para que las honorables instituciones de crédito les adelanten anticipos del dinero de sus clientes ahorradores (¡Oh Fobaproa, como el ave fénix, renaces sexenalmente!). Pero todo esto corresponde a columnetas futuras. Por ahora tan sólo algunas peripecias del parto de los fundadores del INE.

Recordarán que se encargó a siete notables ciudadanos seleccionar a los 55 precandidatos que serían sometidos (como la palabrita es cierta, pero se oye mal digamos presentados) a la consideración de los señores diputados que, dentro de ellos, con toda libertad, elegirían a los miembros del naciente Consejo General del INE. Se les presentarían en 10 listas de cinco personas cada una. En otra, también de cinco, se incluiría únicamente a los pretendientes a la presidencia del organismo. Esas diferentes nóminas deberían ser ordenadas en estricto orden alfabético de acuerdo con el apellido paterno. Pero resulta que, a los siete notables del consejo seleccionador les entra un fuerte resuello republicano y se rebelan contra la realeza de la Academia Española de la Lengua (que desde 1713, fundada por don Juan Manuel Fernández Pacheco, considera que nuestro idioma es su imperio absoluto), y le enmiendan la plana y dan nuevo orden al abecedario. Si ustedes siguen pensando que la M antecede a la S, y que la B no es anterior a la primigenia A, entenderán el fuerte enojo del coordinador de la fracción panista que denunció el incumplimiento de una elemental sintaxis: la del orden de las letras. (Dudas al respecto, consultar la página electrónica de la Cámara de Diputados). Con este argumento don Luis Alberto Villarreal, coordinador de los diputados panistas, intentó echar abajo la selección del comité técnico, que no incluyó a ningún panista en la selección nacional a presidente, y ni siquiera les consiguió un lugarcito dentro de los becarios de nueve años. De esta omisión no puede culparse sino al propio diputado Villarreal quien, fiel a su especialidad profesional: el moche, mochó de las propuestas panistas tanto a la señora María Marván, como al experimentado y conocedor Arturo Sánchez. La explicación a la desmemoria del señor Luis Alberto Villarreal nos la dan sus vecinos del penthouse que en las calles de Euler, Polanco, comparte ecuménicamente con la también diputada por el Movimiento Ciudadano, Merilyn Gómez. Los reyes del open house, les llaman sus vecinos, a quienes en Polanco, a su vez, se les conoce como los pandas de Euler, en razón de las ojeras que les ocasionan los muy frecuentes jolgorios diputadiles de la dupla bipartidista Villarreal/Gómez, que suelen durar un poco más que las sesiones en el San Lázaro Inn, durante las cuales recuperan el sueño.

Tengo algunas dudas sobre el proceso al que me he estado refiriendo. Agradeceré toda ayuda que me permita conciliar el sueño. 1. ¿Por qué la elección de los 11 consejeros se realizó en dos categorías y no en una sola, con las ventajas obvias que así se obtendrían? No conozco diferencia alguna en los requisitos exigidos para tirarle al gordo o aspirar a un premio menor. La única razón por mí conocida para optar por inscribirse en la categoría de los pesos pesados (presidente), o cualquiera de las otras: crucero (nueve años), semipesado (seis) o supermedio (tres), es la valoración que cada uno de los pretendientes hace de sí mismo. Se mide, pesa, autoevalúa, compara y, decide apostar, como con los merengues de la prepa: el todo o la nada. Si nuestro talante fuera el del más modesto de los porteños o hasta de un bonaerense (que no es lo mismo) argentino, la totalidad de los aspirantes a integrar el INE, se hubiera inscrito para presidente. Pero los mexicanos (en plena contradicción con nuestras exhibiciones grandilocuentes de ser cada uno, y pior juntos, Juan Camaney), somos inseguros, desconfiados de todos, pero más de nosotros mismos. Démonos un tiempecito para platicar sobre la mise en scéne de la elección del INE: los actores, la audiencia. En verdad es algo más trascendente que lo que parece. Algunos de estos 11 personajes permanecerán regulando, acotando, juzgando lo que los mexicanos democráticamente vayamos a decidir en 2015 y 2018. Los más desangelados influirán, al menos, en la integración de la próxima Cámara de Diputados. Para hablar al respecto, nos debemos ver el lunes 28, dioses mediante.

PD. Me dicen que murió Javier Blanco Sánchez. PANISTA. En estos momentos en que los roedores se empeñan en derruir un bastión de la lucha por la democracia mexicana, recordarlo, tanto como ellos lo ignoran, lo considero más que reacción de amigo, merecido reconocimiento a un mexicano de pro. Sobre la patria ordenada y generosa, Javier, ya no hay con quien discutir.

La vida, para tratar de explicarse, nos dio un Don. Desgraciadamente no podía ser eterno. Agradezcamos su compañía de 87 años. Ésta se prolongará entre nosotros mientras existan seres mágicos, capaces de convertir despedidas, lágrimas y adioses en mariposas amarillas.

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