19 de abril de 2014     Número 79

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Agenda Rural

Evento: Convocatoria 2014: Maestría en Ciencias en Desarrollo Rural Regional (Chapingo / Morelia / San Cristóbal de las Casas). Organiza: Universidad Autónoma Chapingo. Informes: www.chapingo.mx/scru/ posgrado/mcdrr/


Evento: Segunda Feria del Temazcal y Plantas Medicinales. Organiza: Varias organizaciones. Fecha, lugar y hora: 14 y 15 de junio de 2014. Tetlanohcan, Tlaxcala, Tlax. A partir de las 08:00 horas. Informes: plantastlaxcala@ hotmail.com


Libro: Cambios y procesos emergentes en el desarrollo rural. Coordinadores: Roberto S. Diego Quintana, Carlos Rodríguez Wallenius y Patricia Couturier Bañuelos. Colección Teoría y Análisis. UAM-X.


Libro: Indios en la ciudad: Identidad, vida cotidiana e inclusión de la población indígena en la metrópoli queretana. Coordinadores: Diego Prieto Hernández y Alejandro Vázquez Estrada. Editorial: INAH, Coordinación Nacional de Antropología.


Libro: Zapata en el imaginario popular. Textos: Mónica Lavín, Francisco Pérez Arce y Andrés Ruiz. Editorial: DGS

Guatemala

El acceso de las
mujeres a la tierra

Vanessa Sosa
Ingeniera ambiental, estudiante de la Maestría en Desarrollo Rural, UAM-X

Por distintas causas, en América Latina existen menos probabilidades de que las mujeres sean propietarias de la tierra. Guatemala no es la excepción. Desde la invasión española en 1524 se arrebató la tierra a los pueblos originarios; se establecieron los mecanismos de explotación y dominación que facilitaron la concentración de tierra en pocas manos, principalmente de los conquistadores y posteriormente de sus descendientes, lo que dio origen a una estructura agraria cimentada en una relación de poder y discriminación de conquistadores a conquistados, y a la explotación de la fuerza de trabajo indígena por medio de la encomienda y el repartimiento para trabajar las grandes haciendas de los encomenderos.

Con la Reforma Liberal de 1871 se produjo el segundo gran despojo a las comunidades indígenas de la mayor cantidad de las tierras que habían logrado retener por medio de cesiones de la Corona, y se configuró así el sistema finca sustentado en la dicotomía minifundio-latifundio.

En 1952, en el marco de la Revolución de Octubre (1944-1954), se aprobó el Decreto 900, Ley de Reforma Agraria, que fue la base de la reforma agraria impulsada en esos años.

El Decreto 900 fue derogado en 1954 luego del derrocamiento del presidente Jacobo Árbenz y del triunfo de la contrarrevolución, pero ha sido base de legislaciones siguientes que han establecido que los beneficiarios principales de la distribución estatal de tierras sean hombres jefes de hogar.

Actualmente, el Fondo de Tierras (Fontierras) -creado en 1999 como resultado de los Acuerdos de Paz y en el marco de la Ley de Fondo de Tierras- retoma el término “jefe de familia” para la adjudicación de tierras, y a las mujeres les deja como única opción para el acceso a la tierra el derecho de copropiedad. Pese al Fontierras, la estructura agraria guatemalteca sigue siendo muy desigual: el dos por ciento de los propietarios ocupa el 56.5 por ciento de la tierra cultivable, mientras el 87 por ciento posee sólo el 16.3 por ciento.

Según los datos de Fontierras, para el 2010 habían ingresado a la institución al menos medio millón de solicitudes de tierra, lo que representa alrededor de un 19 por ciento de demanda real de ese recurso (considerando que en el país había ese año dos millones 600 mi familias). La demanda es alta porque acceder a la tierra puede significar dejar de ser mozo-colono; sembrar y cosechar alimentos para el sustento propio y el de la familia; elegir entre permanecer o migrar, y acceder a programas de gobierno, a créditos o a otros activos productivos. Es decir, el acceso a la tierra significa la oportunidad de decidir sobre situaciones vitales como la alimentación, la migración y la preservación del núcleo familiar, así como convertirse en sujetos de atención estatal, entre otras cosas.

El Fontierras revela que del total de créditos otorgados entre 1998 y 2011 por medio del Programa de Acceso a la Tierra, alrededor de 11 por ciento fue para mujeres viudas o madres solteras, y en el caso de las tierras regularizadas de 2004 en adelante, 52 por ciento corresponde a hombres y 48 por ciento a mujeres, sin especificar si las beneficiarias son jefas de familia, madres solteras o viudas. Respecto de este último punto, aunque la estadística da la impresión de paridad, es difícil saber cuánta de la tierra regularizada se encuentra realmente en manos de mujeres.

Para muchas mujeres, el acceso a la tierra (ser inscritas en el Registro de la Propiedad) representa el reconocimiento jurídico de un derecho ganado en la práctica, pues ellas participan o se hacen cargo de muchas labores de cultivo en tierras inscritas a favor de un hombre. El derecho de propiedad también puede propiciar un cambio en las relaciones de poder, ya que aunque no sea el único elemento, es uno de los más importantes en muchas comunidades para participar en los órganos comunitarios donde se toman las decisiones.

Hoy, la modalidad de entrega estatal de tierras en copropiedad permite, en el caso de las mujeres, la inscripción de tierras a su nombre únicamente si son madres solteras, viudas o jefas de familia y sólo si la solicitud es incluida en una solicitud comunitaria. Es decir, las mujeres no pueden solicitar tierra por derecho propio. Las limitantes que implica la copropiedad para las mujeres y su preocupación por la alimentación, entre otras cosas, las ha conducido a demandar el derecho individual a la tierra y no cómo dependientes de un jefe de familia.

Resultado de las luchas de las mujeres por el empoderamiento –que incluye múltiples aspectos y demandas- es la creación en 2012 de la Articulación de Mujeres Tejiendo Fuerzas para el Buen Vivir que el 16 de octubre de 2013 presentó un Pronunciamiento Político del que sobresale la demanda de: “una política pública de acceso a la tierra para mujeres campesinas e indígenas de los cuatro pueblos que tenga como función atender verdaderamente nuestra demanda para lograr la soberanía alimentaria (…)” (Articulación, 2013). Así, se colocan en el centro del debate sobre la cuestión agraria las desigualdades de género y las aspiraciones de las mujeres rurales guatemaltecas respecto al derecho de acceso a la tierra de forma individual.

La Articulación de Mujeres mencionada se integra por más de 50 agrupaciones y organizaciones de mujeres y está presente en seis regiones de Guatemala.


Guatemala

Cuerpos en guerra:
mujeres ixiles y genocidio

Anelí Villa Avendaño Estudiante de la Maestría en Estudios Latinoamericanos, FFyL, UNAM

Entre 1960 y 1996 Guatemala vivió una de las guerras no declaradas más atroces de Latinoamérica. Comenzó como una insurrección armada, que buscaba la transformación de las terribles condiciones de vida en que se encontraba la mayoría de la población, y fue respondida por el Estado militar con una violencia desmedida; se cometió genocidio en contra de los pueblos indígenas del país, en especial del grupo maya ixil, según dictó la sentencia del Tribunal Primero de Sentencia Penal, Narcoactividad y Delitos contra el Ambiente, emitida el 10 de mayo de 2013.

Cabe decir que la sentencia fue anulada por la Corte de Constitucionalidad, sin embargo se reconoce su veracidad derivada de las pruebas documentales y los testimonios vertidos en el juicio.

Dentro de los ixiles, las mujeres fueron el grupo más castigado y al mismo tiempo ha sido el más invisibilizado. A ellas no sólo se les perseguía, se les desaparecía y se les asesinaba, sino que además se les violaba y torturaba, y en una demostración de total odio y desprecio por la vida, a las mujeres embarazadas les arrancaban de un cuchillazo el feto que llevaban en el vientre.

Es claro que la violencia contra las mujeres no se inauguró con el conflicto, existía mucho antes, pues, igual que en la mayoría de las sociedades, en la guatemalteca reina la desigualdad. Las ixiles tenían que cargar desde siempre con una triple marginalidad por ser mujeres, indígenas y pobres en una sociedad racista, clasista y misógina. La guerra fue un espacio para llevar esta intención de dominio al máximo; se agudizó la violencia contra ellas y se les sometió a las más terribles humillaciones, ocupando su cuerpo como quien ocupa un territorio enemigo.

Así, las mujeres eran violadas para castigarlas por encubrir a los guerrilleros o por formar parte de las bases de apoyo. Los soldados entraban a sus casas, las amedrentaban, las violaban y las dejaban hundidas en el terror. A otras, incluidas muchas niñas, les realizaron tumultuarias violaciones en público como parte de unos bacanales del horror que culminaban con masacres de poblaciones enteras. Otras más fueron sometidas a la esclavitud sexual y doméstica, obligadas a servir a los militares dentro de los cuarteles.

Es necesario decir que estas acciones no fueron hechos aislados ni el resultado de excesos cometidos por los soldados, sino que eran parte de una estrategia sistemática de guerra que buscaba deshumanizar por completo a las mujeres, reducirlas a objetos o animales que nada valían y someterlas así al silencio. Hacerlas callar de una vez y para siempre, robarles la voz para impedir que siguieran denunciando los horrores e injusticias que sus ojos atestiguaban. El silenciamiento se veía reforzado por el contexto patriarcal de sus comunidades, que las culpabilizaba a ellas por haberse dejado violar o por haber servido a los enemigos, reduciéndolas también a un mero territorio de disputa en una guerra.

En este contexto de opresión resulta admirable la valentía con que estas mujeres se atrevieron a dar su testimonio durante el juicio contra el genocida Efraín Ríos Montt; relataron el horror vivido y devolvieron así la culpabilidad a quien le pertenece. Podríamos preguntarnos –como tantos han hecho- por qué esta necesidad de hablar del terror y de las atrocidades, y la respuesta es clara: porque esto que narramos sucedió y por más horrible que sea, no podemos simplemente cerrar los ojos y voltear la cara hacia otro lado o argumentar que lo pasado quedó atrás y que la vida sigue para adelante, porque una sociedad que no mira su historia está condenada a repetirla. Es necesario hablar de lo sucedido para no naturalizar el dolor, para no normalizar la violación como parte de la vida de las mujeres. El propósito no es revictimizarse, sino todo lo contrario, es reconocer en las cicatrices la fuerza que tuvieron estas mujeres ante un escenario atroz, la fuerza que entonces les hizo sobrevivir y que ahora no puede sino ser un canto a la resistencia, porque están vivas y porque hoy esa fuerza les ha permitido instituirse como líderes en sus comunidades.

Las mujeres ixiles no deben pasar a la historia de esta guerra sólo como las víctimas de un conflicto. Si la saña fue tanta, si el horror fue tanto, fue porque en ellas estaba el germen de una revolución mayor, porque ellas eran sujetas revolucionarias, sujetas de transformación y por tanto resultaban profundamente subversivas para el sistema. Eran mujeres que con todas sus condiciones de opresión tomaron la decisión de decir basta a la dominación, de enfrentarse con la estigmatización dentro de sus propias comunidades y de sus familias, de defender su papel frente a los compañeros de lucha. Mujeres que decidieron desafiar al poder con dignidad y valentía, así deben ser recordadas y reivindicadas con la cabeza en alto.

Brasil

500 años de resistencia
de las afro-paraíbanas

Sarah Daniel Afrobrasileña feminista con licenciatura en Estudios Socioculturales

El Estado de Paraíba es uno de los más pobres de Brasil, pero arraiga su riqueza en la cultura y en la resistencia de su pueblo mayoritariamente campesino.

“¡Paraíba masculina, mujer macho sí señor!”. Esta canción que se tornó himno traduce la presencia de mujeres fuertes en la historia de este pueblo. Recorriendo la historia, podemos encontrar varias mujeres cuyo papel fue determinante en la construcción de esta región, en la defensa de los derechos de las poblaciones campesinas y discriminadas desde la colonización hasta los días actuales, como las líderes campesinas Margarida Maria Alves y Ana Alice Macêdo, ambas asesinadas.

Entre todas, están las mujeres negras, resistiendo durante más de 500 años, y regando el estado de Paraíba de su axé y de su fuerza.

Tráfico negrero e ialodê. Esta historia de resistencia se inicia en el periodo colonial, cuando el inhumano tráfico negrero trasplantó en las tierras áridas del noreste brasileño las diferentes matrices de culturas africanas. Los colonizadores fragmentaron a los grupos étnicos y grupos de mismo idioma para impedir la organización de la resistencia. Así llegaron a Paraíba nuestras antepasadas negras de los pueblos iorubas, gegês, fanti-ashantis y bantú, y se mezclaron las diferentes culturas africanas. Después de haber sobrevivido a la abominable travesía del Atlántico en el vientre de las carabelas, aferrándose a la esperanza y la fe para sobrevivir, las esclavas tuvieron que soportar el trabajo bestial de las industrias coloniales cañera, algodonera, bananera y cafetalera.

Entre todas las mujeres africanas, llegaron también las ialodês, la cual, según Jurema Werneck, es la forma brasileña para la palabra en lengua lorubaÌyálóòde. Es también uno de los títulos dados a Oxun, divinidad que tiene origen en Nigeria. Actualmente se designa con este nombre a las mujeres que históricamente participaron de varios rituales religiosos, como las llamadas comunidades secretas femeninas, que fueron tanto líderes religiosas como políticas. Ellas preservaron las culturas y religiones de origen africano desde la costa hasta el centro del estado de Paraíba.

La huella negra. Enfrentando los periodos de esclavitud, de sequía, de extrema pobreza, de conflictos agrarios y de dictadura a lo largo de la historia, las mujeres negras dejaron su huella en la sociedad contemporánea. Hoy, en este rincón nordestino, menospreciado por el resto de Brasil, existe un mosaico de expresiones de culturas y religiones de matrices africanas.

Solamente en Joao Pessoa, existen 111 terreiros e Ile axé, que son casas de cultos de Candomblé, Umbanda y Jurema, de las naciones Angola, Mozambique, Jeje-ijexa, Ketu, Xango e Nago, la mayoría liderada por mujeres: las madres de santos. La líder religiosa Mãe Renilda Bezerra de Albuquerque, del terreiro Tata do Axé, es reconocida como una de las principales representantes de las religiones de matrices africanas de Joao Pessoa y respetada por su liderazgo político y social por los movimientos sociales y negros, así como lésbico, gay, bisexual, transexual, travesti, transgénero e intersexual (LGBTTTI), ente otros.

En el campo existen al menos 41 comunidades quilombolas, es decir, poblaciones negras de orígenes esclavos que construyeron comunidades libres como una rebelión a la esclavitud. La más conocida es Caiana dos Crioulos, que es muy respetada por el liderazgo de las mujeres en las manifestaciones culturales y rituales del baile de la Ciranda. Las mujeres quilombolas están tejiendo alianzas con las mujeres campesinas e indígenas para defender los derechos y la dignidad de los pueblos que trabajan la tierra.

Pero más que todo, la huella negra que dejaron nuestras antepasadas es la fuerza de luchar, porque aún hoy la libertad y la justicia están lejos de ser una realidad para todas las mujeres, y en particular para las afrodescendientes rurales y campesinas.

Afro-paraíbanas ante la conquista de la libertad. En los días actuales, el modelo económico capitalista neoliberal y desarrollista no es más que una continuación de la colonización y es la esclavitud moderna, que profundiza el abismo entre la población rica y la pobre de Brasil. Este modelo se yuxtapone al régimen patriarcal y hetero normativo –que legitima la violencia creciente hacia las mujeres-, así como al racismo histórico y estructural, que sigue justificando los homicidios de la población negra e indígena. El discurso sobre una nación pluricultural es una trampa para dejar libre paso a la mercantilización de la “belleza negra”, a la exotización de las mujeres y a la flolklorización de las culturas de matrices africanas e indígenas, sin tocar las estructuras del racismo ni sus modalidades de reproducción.

Las mujeres que viven en la encrucijada de estos sistemas de opresión siguen de pie, nutriéndose de la memoria colectiva de resistencia de las mujeres negras y de sus aspiraciones. Ellas reconocen las Ilabas como uno de los símbolos y fuentes de la fuerza y del poder creativo de las mujeres negras, para valorar su identidad afro-paraíbana como punto de partida para articularse y seguir en el camino de lucha en contra del racismo, del colonialismo, del capitalismo, del patriarcado y de la lesbofobia. También para construir su propio feminismo.

 
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